Martín Legarra (1910-1985), agustino recoleto.

El agustino recoleto Martín Legarra Tellechea (1910-1985) fue testigo directo de varios grandes acontecimientos del siglo XX. Desarrolló su servicio ministerial con optimismo, simpatía y dotes para la comunicación. Su vida como misionero, educador y obispo podría haber servido para guion de una película.

El 19 de septiembre de 1925, con 15 años, Martín llega al noviciado para aprender a ser religioso agustino recoleto. En Monteagudo (Navarra, España) vive una etapa crucial que finaliza con la profesión de los consejos evangélicos y la incorporación a la institución religiosa: es el paso de joven inquieto a fraile profeso.

Su maestro de novicios fue fray Hilario Vega, quien a la vida estricta del novicio le añadió no pocas pinceladas sobre Filipinas, donde había sido misionero. El 2 de octubre de 1926 profesa Martín: a partir de ahora se forma para el sacerdocio siendo miembro de la Orden de Agustinos Recoletos.

Estudia Filosofía y Teología entre San Millán de la Cogolla (1926-1929) y Marcilla, Navarra (1929-1931). Aún estudiante comienza a publicar artículos en el Boletín de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, donde su firma —real o bajo seudónimo— será ya frecuente el resto de su vida.

Uno de los primeros artículos de Martín en el Boletín de la Provincia, cuando aún era estudiante de teología.

A los 21 años, el 6 de febrero de 1931, hace la profesión solemne. La irrupción de la II República, el 14 de abril, provoca profundos cambios. Todo se enrarece y los religiosos temen por su seguridad. En Marcilla los frailes hacen turnos nocturnos de guardia y se decide trasladar parte de la comunidad fuera del país. Martín, casi al final de su formación inicial, es enviado a Filipinas. No podrá ordenarse cerca de su familia, de la que tiene que despedirse en tan solo día y medio.

El grupo de trasladados, ocho veinteañeros y dos adultos, van a Barcelona para embarcar hacia Filipinas. Visten de civil y cubren su tonsura con boina. Al asomarse por la ventanilla del tren, vuela la de uno de ellos y el más joven, sin tonsura, le cede la suya. Algún viajero, ante su uniformada estampa y su conversación, comenta a fray Martín: “Parece usted fraile”.

 

El 18 de agosto embarcan y Martín vive por primera vez aquellos viajes soñados cuando leía la biografía de san Francisco Javier: Génova, Port Said, Suez, Adén, Colombo, Penan, Singapur, Manila. Y descubre que no está hecho para navegar por sus mareos constantes durante los 32 días de viaje.

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