Martín Legarra (1910-1985), agustino recoleto.

El agustino recoleto Martín Legarra Tellechea (1910-1985) fue testigo directo de varios grandes acontecimientos del siglo XX. Desarrolló su servicio ministerial con optimismo, simpatía y dotes para la comunicación. Su vida como misionero, educador y obispo podría haber servido para guion de una película.

La diócesis de Santiago de Veraguas tiene 10.629 km² (como Asturias en España o Querétaro en México) y en ese momento contaba con 160.000 habitantes (hoy son poco menos de 250.000). Es la única provincia y diócesis panameña con costa en el Atlántico y el Pacífico, con un marcado carácter rural.

Martín encuentra un clero muy heterogéneo (catorce sacerdotes de ocho nacionalidades, solo dos panameños). La Diócesis, muy avanzada en pastoral social y en la incorporación de laicos, también tiene el mayor centro de religiosidad popular del país, el Santuario del Nazareno de Atalaya.

El primer obstáculo al que debe hacer frente Martín es la soledad: con 59 años (42 de vida religiosa), por primera vez no vive en comunidad con otros recoletos. El primer año visita Bocas con cierta frecuencia por ser aún su Administrador, y los misioneros le demuestran cuánto le echan de menos: “Nunca pensé que me apreciaban tanto y que iban a sentir mi ausencia como manifiestan sentirla”.

Repite el esquema de sus inicios como prelado y lo más inmediato para él es visitar todas las poblaciones de la Diócesis y a quienes no pueden encontrarse con él: ancianos, enfermos, huérfanos y presos.

En Veraguas los propietarios de tierras eran contrarios a cualquier avance de sus trabajadores en representatividad política, acceso a la educación, derechos laborales o que los hiciese menos dependientes de ellos, que ostentaban el poder político, financiero y de orden público.

En este clima la Iglesia apoya a los más vulnerables. No eran infrecuentes las detenciones de clero y de líderes laicos, de voluntarios y de campesinos, tachados de “revolucionarios”. Los problemas para el obispo eran constantes.

Con la Prelatura de Bocas del Toro en manos del agustino recoleto José Agustín Ganuza (Artajona, Navarra, 1931), Martín sigue adelante su tarea ya solo en Veraguas: “Tanta crisis, tanto conflicto, tanta escasez de medios, tanto quehacer, tantas limitaciones… Pero esas mismas dificultades me llevan más cerca de Dios, me hacen sentir mi pequeñez y la necesidad de su ayuda. Solo quiero que en todo sepa yo cumplir su voluntad”.

Martín celebra su 60 cumpleaños con un momento de fraternidad, descanso y vivencia del carisma agustino recoleto en México, invitado por su Provincia de origen. Visita la Ciudad de México, Querétaro y Veracruz. Se siente en su hogar, en el refugio familiar. Además, inicia en México las visitas —que continuará por España— a los monasterios de Agustinas Recoletas contemplativas, una vez la Santa Sede le concede la dispensa para entrar en clausura.

Esta visita fue un oasis, pues enseguida se produce el hecho más desgastante, triste y tenso de la vida de Martín: el secuestro y asesinato del sacerdote Héctor Gallego. Por concienciar a los campesinos de sus derechos se ganó el rencor de los patronos, pasó por los calabozos de la Policía e incendiaron su casa. Refugiado en un rancho, el 9 de junio es secuestrado. Solo 47 años después, en 2018, se hallaron sus restos en el antiguo Cuartel de Los Pumas de Tocumen.

El oficialismo presentó a Gallego como un sujeto inmoral revoltoso y el Gobierno entregó a la Fiscalía General las investigaciones, una anomalía jurídica para evitar la tramitación normal del caso.

En ese momento Legarra se convierte en “Laguerra”. Moviliza todos sus recursos e involucra a Roma, desmiente al fiscal general, intenta que investiguen detectives mexicanos, exige justicia. Pablo VI, la Conferencia Episcopal, el clero, los consagrados, el pueblo panameño e instituciones del exterior apoyan a Martín sin reservas.

En el caso Gallego fray Martín actuó con valentía, tenacidad y elegancia espiritual, como buen seguidor de san Agustín: firmeza en los principios, estima hacia las personas. Dijo un líder sindical: “Con guante de seda es más duro su golpe que el de un boxeador; con usted se puede disentir, pero es incapaz de odiar a nadie”.

En 1972 se deja querer durante dos semanas y, aprovechando una reunión del CELAM, visita las comunidades recoletas de Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Centroamérica hierve y la Iglesia sufre mucho: los dos obispos recoletos en Panamá (Legarra y Ganuza) evitan la expulsión de cinco sacerdotes extranjeros.

En mayo sufre una caída a caballo en los Altos de Santa Fe y se fractura la primera vértebra lumbar. Él llama a este suceso su “réquiem a la juventud”. Se define como “el obispo más tieso de Panamá” por la faja ortopédica que lleva desde entonces. También se le prohíbe cualquier desplazamiento con movimientos bruscos.

En marzo ofrece conferencias, ruedas de prensa, entrevistas y charlas en Düsseldorf, Essen, Aquisgrán y Frankfurt. El promotor de este viaje a Alemania, Adveniat, decide no hacer públicas muchas declaraciones para evitarle represalias. Sigue en Italia para el Encuentro Internacional Ecuménico y luego a España para visitar seminarios recoletos y monasterios contemplativos.

Las dos siguientes grandes crisis que enfrenta son la situación de Radio Veraguas, que pone en manos de los jesuitas e inicia una nueva etapa semicomercial; y el conflicto en el Centro de Estudios, Promoción y Asistencia Social (CEPAS), un avispero que implica a campesinos, indígenas, paramilitares, partidos políticos y la Diócesis, titular del Centro. Tras meses de contactos y fina diplomacia, el 5 de enero de 1974 consigue un acuerdo de todas las partes.

La lesión en la columna, la soledad a la que nunca se acostumbró, la necesidad de desbloquear asuntos enquistados… Tras sopesar todo, el 6 de junio de 1972 envía su renuncia, aceptada en enero de 1975 y anunciada el 22 de febrero junto con el nombre de su sucesor, José Dimas Cedeño (Peña Blanca, Panamá, 1933).

Para evitar cualquier especulación, publica: “He renunciado libremente; mi labor como guía espiritual de Veraguas ha estado siempre inspirada por un deseo de servicio; han sido positivos mis esfuerzos de promoción pastoral; Héctor ha fertilizado esta tierra con su sacrificio; y mi opción cara al futuro es continuar sirviendo al pueblo panameño”.

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