Cinco agustinos recoletos de más de 80 años llegan hasta nuestra página para expresar sus opiniones y vivencias sobre el cuidado de los adultos mayores. Todos siguen trabajando en los ministerios atendidos por las comunidades de las que forman parte.
Miguel Ángel Tejada
Tudelilla, La Rioja, España, 1938. 85 años.
Residente en el Colegio San Agustín de Valladolid. Asesor de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta. Ha sido desde su puesta en marcha en 2011 y hasta el año 2018 encargado de la Residencia San Ezequiel Moreno de los Agustinos Recoletos para religiosos en situación de dependencia.
La comunidad siempre ha de tener una actitud de fraternidad con todos los hermanos. Contratar especialistas para los cuidados especiales de quienes lo necesiten no es suficiente. Es fundamental acompañarlos en todo momento, en las consultas, en los tratamientos, en el hospital, en el paseo por el jardín…
También debemos hacerles partícipes en aquellos actos comunitarios y celebraciones a los que puedan asistir. Y les hace mucho bien que religiosos de otras comunidades les visiten y les muestren su cariño.
Frutos Salvador
Valdegeña, Soria, España, 1937. 85 años.
Tras una larga vida de actividades pastorales, en la actualidad acompaña con su testimonio, cariño y escucha a los formadores y los jóvenes aspirantes y postulantes de la comunidad formativa San Agustín de Ciudad de México.
La verdad es que no me considero muy mayor todavía, a pesar de mis 85 años. Hago lo que puedo y más. Mi labor en la comunidad es ahora cuidar del jardín de la casa. Además, como la capilla está tan cerca de mi cuarto, me encuentro muy bien para ir a rezar, nunca falto en la capilla.
Dicen que a los 75 años ya puedes considerarte viejo, pero en todas las comunidades en las que he estado no se cumple eso. A mí los religiosos de todas las comunidades siempre me han tratado, nos hemos tratado, como hermanos, sin distinción de edad o de condición física.
Estoy muy contento y muy agradecido a todos los religiosos con los que he convivido. A los más jóvenes que tienen como responsabilidad el cuidado de los enfermos les pido que siempre actúen con cariño; y a los que están enfermos, que sean un poco pacientes y no se sientan molestos ni muestren mal humor, porque así los demás nos respetarán y ayudarán mucho.
De aquellos que conviven conmigo solo espero que me quieran, porque todo lo demás que necesito me lo hacen y me lo dan.
Rigoberto Castellanos
Capilla de Guadalupe, Jalisco, México, 1936. 87 años.
Tras una larga vida de acción pastoral en parroquias y centros educativos, fundamentalmente en Costa Rica y México, actualmente reside en la comunidad sede de la Vicaría de México y Costa Rica desde la que se atienden varias Parroquias y templos.
Mi vida de fe no se ha alterado en nada con la edad, no me da ninguna preocupación porque siempre la he vivido sirviendo.
Durante toda mi vida he sido muy sano, pero acabo de cumplir 87 años y en los últimos cuatro años he sufrido de un cáncer renal, hasta el punto de que me extirparon un riñón. Ahora, de eso, estoy muy bien.
Lo que más duro me ha resultado ha sido la pérdida progresiva de la vista; gracias a Dios conservo la vista periférica, lo que me permite caminar bien y ver a distancia. Camino bastante bien y lo hago a diario y sin cansarme.
Con las nuevas tecnologías y las pantallas puedo aumentar notablemente el tamaño de la letra de los libros litúrgicos, de manera que celebro la misa y sigo la liturgia de las horas sin problemas. Sin embargo, siempre me encantó leer y ahora, fuera de la tablet, me resulta imposible. El asunto de la vista me ha resultado especialmente difícil.
Todos estos problemas me han hecho más humilde al tener que valerme de los demás para moverme, ya sea para ir a las consultas, o para otras actividades. Aunque nunca he sentido la exclusión de la comunidad, reconozco que me resulta difícil pedir ayuda constantemente… Y no niego que cuesta aceptar la ayuda hasta en cosas muy simples.
Aún puedo realizar servicios pastorales muy valiosos como la misa, confesar y asistir a los enfermos… Escuchar a las personas en sus necesidades espirituales y afectivas me llena de gozo y me ofrece una gran tranquilidad, me siento pleno sirviendo en lo que puedo.
Francisco Javier Hernández
Cascante, Navarra, España, 1941. 82 años.
Tras 26 años como obispo de la Diócesis de Tianguá, en Ceará, Brasil (1991-2017), ha estado hasta el año pasado residiendo y colaborando en esa Diócesis en asuntos pastorales. Acaba de publicar un libro sobre la Iniciación Cristiana de Adultos auspiciado por la Conferencia Episcopal Brasileña. En la actualidad reside en el convento noviciado de Monteagudo (Navarra, España), en una vida de cuidados de salud y descanso.
Es bueno que nos comuniquemos positivamente, así que siempre me manifiesto disponible al diálogo y a cualquier acción comunitaria que pueda mejorar el desempeño de cada persona. Hoy día vivo… como Dios permite… Quizá incluso un poco acelerado.
Ya pasé por la jubilación episcopal, pero me sigue faltando tiempo para soñar, proyectar, evaluar y coronar con gusto mi servicio al Evangelio y a la Iglesia. Por ejemplo, en mi cabeza siempre rondan nuevas propuestas para animar la transmisión de la fe, la vida cristiana desde una inspiración catecumental, la conversión pastoral…
Creo que siempre necesitamos renovar conceptos y experiencias prácticas, recoger más datos sobre la vivencia cristiana y formar, formar mucho a todos los miembros de la Iglesia. En materia de evangelización, no hay jubilación.
Cenobio Sierra
Salamanca, Guanajuato, México, 1940. 82 años.
Fue en su primera juventud un buen conocedor de la Colonia Hospitales de la Ciudad de México, donde atendía a los enfermos desde la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe; luego incluso fue vicemaestro de novicios, pero su vocación más larga y experimentada ha sido la de misionero en el Amazonas, en la Prelatura de Lábrea. Allí ha dejado su vida y su salud. Actualmente coopera en la Parroquia de Guaraciaba do Norte, en Ceará, un lugar con mejor clima pero en donde no descansa sirviendo al Pueblo de Dios.
No me siento un extraordinario testigo en cuanto a mi relación directa en el trabajo pastoral con ancianos o enfermos. Cuando volví a México, recién ordenado, mi primer destino fue en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de los Hospitales, donde permanecí unos dos años.
Un de esos años, completo, visité a diario el pabellón de oncología para llevar atención pastoral. Reconozco que allí vi mucha miseria y escuché a muchos hermanos sufridores.
Más tarde, al inicio de la década de los 80, cuando ya estaba trabajando en la Prelatura de Lábrea (Amazonas, Brasil), perdí el ojo derecho al sufrir un desprendimiento de retina. Allá mismo y tras padecer de una úlcera de oído, perdí el oído derecho.
Otro golpe pesado para mi saludo lo sufrí el año 2006, un infarto de corazón que me ha hecho, hasta hoy, seguir con cuidados coronarios especializados. Pero así mismo, medio ciego, medio sordo, cardiópata y viejo completo, hago aquí en la Parroquia de Nuestra Señora de los Gozos de Guaraciaba todo lo que puedo.
Cuando me encuentro con la enfermedad de frente en aquellas personas a quienes atiendo pastoralmente siento compasión, claro, pero sé muy bien que no soy un san Juan de Dios o un Camilo de Lelis. Más bien, intento atenderles lo mejor posible.
He de decir que más me duelen e impresionan las enfermedades del alma. Atiendo bastante el servicio del sacramento de la Penitencia y soy un gran devoto de san Juan María Vianney.