El agustino recoleto José Antonio Román (Pamplona, Navarra, España, 1966) ha pasado de una vida de salud plena y deporte a luchar con una infección que ha alterado completamente su vida personal, espiritual y ministerial. Este es su testimonio.
¿Cómo vives la enfermedad desde la fe?
El 19 de marzo de 2021, festividad de nuestro patrono san José, ingresaba en la UCI del Hospital Miguel Servet de Zaragoza. Pronto entré en “estado de coma” y tras la pertinente exploración del equipo médico, el diagnóstico fue contundente: presencia de bacterias en la sangre; es decir, septicemia generalizada; además, notaron la desaparición casi completa de plaquetas.
En estas circunstancias, mi esperanza de vida se reducía a apenas dos horas. Sin embargo y ante la sorpresa de los médicos, fui reaccionando de forma positiva. Después de dieciocho días en coma y continuar dos semanas más en la UCI, me trasladaron a una de las plantas del hospital.
El tiempo fue pasando lentamente; un mes, otro mes, otro… y otro. Me realizaron cuatro intervenciones quirúrgicas. No podía moverme y, debido a la traqueotomía, tampoco articular palabra.
En estas circunstancias de dolor, dudas e incertidumbre, hubo momentos donde percibía que se me nublaba la fe. Pero, las oraciones de muchas personas que rezaban por mí, y quizás, también, mi propia oración personal, me dieron fuerzas para mantener siempre, durante todo este tiempo, la bandera de la confianza en Dios, enarbolada.
¿Te sientes arropado, atendido, querido por tu comunidad?
En este dilatado periodo de mi enfermedad y convalecencia, una de las cosas que más he valorado y agradecido ha sido, sin duda, los cuidados y atenciones de todos los miembros de mi comunidad agustino-recoleta del Colegio Romareda y, también, de los hermanos de la comunidad vecina, que atiende la Parroquia de Santa Mónica.
Durante los momentos más complicados de mi estancia en el centro hospitalario, cuando apenas tenía movilidad, allí estaban presentes unos u otros para ayudarme con las comidas, en cualquier otra necesidad que pudiera tener o simplemente para hacerme compañía. Ahora, convaleciente, también percibo esos cuidados y atenciones por parte de todos.
¿Qué esperas de tu comunidad y de los frailes en general?
Es verdad que en nuestro quehacer diario tenemos diferentes maneras de entender la vida religiosa y la actividad pastoral. Ahora bien, frente a esta sociedad, con demasiada frecuencia, excluyente e individualista, hemos de apostar en nuestras relaciones personales por el diálogo, la escucha y el trabajo compartido.
Estamos ante un auténtico reto, intentar que las comunidades agustino-recoletas sean un lugar de encuentro donde brille una alegría sana y creativa que nos ayude a olvidarnos un poquito de nosotros mismos y pensar en las necesidades de los demás.
Y no olvidemos nunca que la vida es eso, aceptar las sombras y enterrar los miedos para poder continuar el viaje y perseguir nuestros sueños.
¿Qué echas en falta en tu comunidad? ¿Qué le pedirías?
En las respuestas anteriores he relatado mi profundo agradecimiento a todos los miembros de la comunidad por el magnífico trato recibido y por ello me parece casi irreverente pedirles nada más.
No obstante, pienso que podemos seguir creciendo en nuestras relaciones personales y, también, en el interés y preocupación de los unos por los otros. Mi comunidad, por ejemplo, tiene como actividad principal el apostolado educativo.
Recuerdo la letra de una canción dedicada a alumnos y docentes: cada cual es lo que sueña, sueñe un poco cada cual. Ojalá que con la confianza de saber que Jesús resucitado nos acompaña en el camino de la vida, podamos soñar con unas comunidades más generosas, más comprensivas y más fraternas.