“Los cristianos deben acercarse a los que sufren en actitud de servicio, vivido con alegría”, palabras que cita el agustino recoleto Santiago Gómez San Román, sacerdote residente en la Parroquia getafeña de Nuestra Señora de Buenavista, dedicado de forma prioritaria a visitar y acompañar a los enfermos de esta Parroquia que solicitan los servicios religiosos. A Santiago hemos acudido para que nos cuente cómo se siente en el desempeño de este ministerio.
“Los cristianos deben acercarse a los que sufren en actitud de servicio, vivido con alegría”. Jesús es el modelo de cómo acercarse a los enfermos. Él los acogía, los curaba, los atendía personalmente. Y a nosotros nos invita diciendo: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). Ésta es una de las obras de misericordia en la que la Iglesia pone mayor empeño, aunque deja mucho que desear.
La visita de Jesús Sacramentado al domicilio de los enfermos y mayores se considera una bendición y un privilegio. Comulgar durante la ancianidad, quizás imposibilitados en casa, es escuchar a Cristo que dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Él sufrió en su propia carne la agonía y gritó al Padre: “Pase de mí este cáliz”, pero concluyó con una prueba de obediencia y fidelidad: “no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 39).
¿Qué hacemos?
La pastoral de enfermos y de mayores contempla a estas personas en todos los aspectos: los atiende, los visita, los acompaña y los alienta a mantenerse en una actitud esperanzada, confiando siempre en el amor misericordioso que Dios tiene a los que se encuentran afectados o debilitados por la enfermedad o la edad. Ese amor de Dios se manifiesta en nuestras visitas, llevándoles el consuelo compasivo y el acompañamiento amoroso de nuestro Dios, rico en misericordia para los que sufren en su cuerpo y en su alma.
Las personas enfermas y mayores son un tesoro espiritual para la iglesia y para el mundo por su fe, amor y esperanza. De este modo, siguen participando en la misión evangelizadora de la Iglesia, “pregonando” con su vida la Buena Nueva a los amigos y conocidos, a los de su misma edad y a sus hijos y nietos.
La Iglesia, por medio de los sacerdotes y los ministros de los enfermos-ancianos, acompaña con afectuosa ternura a quienes están sufriendo por la enfermedad o la natural debilidad de los años.
En la Parroquia de Nuestra Señora de Buenavista, en Getafe, atendida por los Agustinos Recoletos, a diario visito y llevo la comunión a muchos enfermos y mayores, y me doy cuenta de que son una mínima parte de todos los que hay en la Parroquia.
Todos los días, al despertar, siento la necesidad de recoger del sagrario la Eucaristía e ir, con ilusión y ánimo, a llevarla a los enfermos y mayores que “toca” cada día, a aquellos que han perdido la movilidad y no pueden acercase al templo.
Mi testimonio
Desde que inicié mi experiencia en la asistencia a los enfermos y acompañamiento de mayores, he ido pasando por varias etapas que me han afectado positiva y profundamente como persona y como sacerdote en la entrega, entusiasmo y perfeccionamiento en las relaciones humanas. Estas personas son presencia e imagen de Dios en mi vida gracias a la cercanía, buen trato y convivencia con ellas en el día a día.
“No nos gusta lo viejo”. Se considera la ancianidad como enfermedad contagiosa. Hemos pasado de una gerontocracia a una dictadura de la eterna juventud. Va creciendo la cultura del descarte, de la exclusión de las personas poco productivas. El papa Francisco nos dice: “La riqueza de los años no se entiende como una bendición de una larga vida, como un don, sino como una carga indeseada”. Es el drama de la ancianidad no deseada.
La Iglesia, en estos tiempos de secularización y rechazo de la ancianidad, se ha de convertir en un “hospital de campaña”: es como el buen samaritano que sabe de la fragilidad y vulnerabilidad de los mayores. Todos necesitamos de esas actitudes de cercanía, de saber curar y vendar las heridas y levantar a los caídos.
El ejercicio de este ministerio, como sacerdote, en nuestra sociedad, crea nuevas relaciones de amistad progresiva y profunda con los mayores y enfermos. Es algo que me produce satisfacción y bienestar.
A veces me pregunto por qué con el trato semanal se acrecienta en mí y se consolida una amistad que genera confianza, simpatía y afecto, de la que va surgiendo un especial cariño. Y es que me veo reflejado en ese Jesús de Nazaret, que, recorriendo pueblos, escuchaba y ayudaba a tantos enfermos a recobrar su fe y esperanza.
Los enfermos y personas mayores pueden ser acompañados en sus momentos de depresión, de soledad y confortados en Dios y ante la proximidad de su muerte. Las visitas frecuentes de los familiares, el acompañamiento del sacerdote, los sacramentos se convierten en ayudas reales para la aceptación de su sufrimiento.
Primer encuentro
El primer encuentro con el enfermo está, por mi parte, lleno de temor e incertidumbre: ¿qué me dirá? Miedo por no saber qué hacer, de qué hablar… Surge de forma espontánea la necesidad de comentar las inquietudes, incertidumbres, dudas y temores.
Al principio los enfermos van descubriendo paulatinamente la conveniencia de recibir al sacerdote, es mi caso, y la comunión hasta convertirse en una necesidad. Están pendientes del día, de la hora, de la llegada del sacerdote, portador del Santísimo Sacramento, de hablar con él y contarle cómo se encuentran, su estado de salud, de la situación de su familia y el deseo de comulgar buscando la ayuda del Dios.
Poco a poco van aceptando con resignación la enfermedad y cercanía de la muerte confiando en la misericordia de Dios como Padre misericordioso. Es todo un proceso interior, con sus altibajos y dificultades, pero poco a poco les llega el sosiego, el descanso, la resignación, y ponen sus vidas en manos de Dios: “lo que Dios quiera”, “cuando Dios quiera”.
Recibimiento del sacerdote por las familias de los enfermos
En este servicio pastoral también encontramos problemas y dificultades: molestias a la familia, desacuerdos familiares, gastos económicos, faltas de atención por parte de la familia, dudas, inseguridad…, al final mucho sufrimiento.
Algunos de los familiares de los enfermos suelen tener un comportamiento frío, un tanto indiferente. No llegan a comprender lo importante que es para los enfermos y personas mayores, la visita del sacerdote. Abren la puerta. Saludo; pregunto: ¿cómo está, cómo ha estado? Y me invitan a pasar.
A la familia le cuesta mucho entender lo que significa la Comunión para los enfermos. Sin embargo, la mayor parte de ellos, cuando no has acudido, me dicen que comenta el enfermo con la familia: ¿Por qué no habrá venido el padre esta semana? ¿Estará enfermo? ¿Habrá salido? Sienten enormemente la necesidad de estar y dialogar con el sacerdote, comentar el evangelio, rezar…
Oigo repetidas veces decir a los enfermos: “padre, muchas gracias por traerme al Señor, la Comunión” y, con cierta sonrisa y algo de complicidad, añaden: “y a usted por traerme a Jesús a casa”.
Preocupaciones de los mayores y enfermos
Entre otros sufrimientos y problemas que encuentro en los enfermos y mayores es que tienen miedo al dolor, temor a la muerte, miedo al más allá. Padecen ansiedad, tristeza y soledad. Sufren deterioro cognitivo, limitaciones de toda índole… Buscan a alguien que les escuche, les comprenda y acompañe… alguien que les ayude en esas circunstancias.
Agradecimiento al Señor
Constantemente doy gracias al Señor por haberme favorecido con esta misión, que se me ha encomendado, y me hace sentirme útil, feliz y realizado en el trabajo pastoral de los enfermos y mayores.
El Señor, con frecuencia, me interpela, me corrige, me aconseja por medio de ellos, y me anima, sobre todo, a seguir trabajando con mayor dedicación y entrega. Cada enfermo me edifica y enternece.