El año que viene, Dios mediante, María Isabel cumplirá 80 años de vida contemplativa como agustina recoleta en el monasterio de Santo Toribia de Liébana de Vitigudino (Salamanca, España). Desde una silla de ruedas habla con firmeza, alegría y alabanza.
Sor María Isabel Pérez Calderón es una monja contemplativa del Monasterio de Santo Toribio de Liébana de Vitigudino, Salamanca, España, fundado el 6 de agosto de 1615 por las Agustinas Recoletas, solo 28 años después del nacimiento de la Recolección agustiniana.
María Isabel nació el 12 de febrero de 1930 en Encinasola de los Comendadores, un pueblo de Salamanca que tenía 673 habitantes cuando nació María Isabel y hoy cuenta con 156 (2021).
A sus 93 años recuerda cómo su familia fue siempre profundamente cristiana. Estava constituida por sus padres y ocho hermanos, Los cuatro mayores sintieron la llamada vocacional de la vida consagrada: los dos mayores, varones, fueron dominicos (ambos ya fallecidos); la tercera es salesiana, tiene 95 años y vive en Salamanca; y la cuarta, sor María Isabel, es monja contemplativa agustina recoleta.
Llegó al monasterio con solo 14 años, el 15 de octubre de 1944. De hecho, para hacer la profesión solemne tuvo que esperar casi siete años a tener la edad reglamentaria, el 13 de febrero de 1951.
En seguida vieron sus facilidades para la música, así que se preparó en este campo y durante más de 60 años ha sido la organista y voz solista de la comunidad. Con tantos años en el monasterio, ha tenido la oportunidad también de desarrollar múltiples oficios al servicio de sus hermanas, como los de priora, vicepriora, secretaria, directora de labores y maestra de novicias.
Desde el año 2020 padece de debilidad en las piernas y por ello se encuentra postrada en una silla de ruedas. Esto le ha hecho en la práctica dependiente de sus hermanas de comunidad que, no obstante, la cuidan y ayudan a participar de la vida de comunidad de la manera más habitual posible: Eucaristía, oración, estudio, recreación…
María Isabel sabe que le merman las fuerzas físicas, pero eso no le impide seguir atenta y participativa en todo. Conserva la memoria de tal manera que con frecuencia saca de dudas al resto de la comunidad cuando se trata de recordar un hecho o confirmar unos datos del pasado. Y esto es así hasta tal punto que se ha ganado el apelativo cariñoso de “archivo de la comunidad”.
Las jóvenes hermanas que la atienden se vuelcan en el cariño y las atenciones para ella. Varias de las hermanas la tuvieron como maestra de novicias y recuerdan cuánto les enseña, y no solo de conocimientos sino, sobre todo, respecto a actitudes, comportamientos y testimonio vital y espiritual.
María Isabel lleva sus limitaciones con paciencia, con humildad. Nunca se ha escuchado una queja de su boca, sino más bien agradecimientos: “Dios se lo pague” es una de sus frases favoritas. Otra conversación recurrente es esta:
— Hermana, ¿qué le duele?
— ¡Todo! Pero, ¿cómo me voy a quejar, si Él ha sufrido más por nosotros?
Sus palabras nos dan luz sobre cómo es la felicidad de toda una vida dedicada a Dios y a su comunidad.
“Es difícil expresar lo que vivo actualmente, pero tengo que vivirlo y como Dios quiere.
Me doy cuenta de que cada vez me siento más limitada y me van faltando las fuerzas físicas. Pero también soy consciente que el Señor me compensa dándome su gracia para llevar con paciencia mis dolencias.
Además, tengo una comunidad que amo mucho y sin la cual no sería lo que soy. Creo que he vivido a fondo mi vocación y no me arrepiento de haber elegido este camino o, mejor, de haberle dicho “sí” al Señor, cuando me llamó. A pesar de ser tan débil, Él se fijó en mí. Seguramente fue por eso, para que se vea que todo es obra de Él.
Cada día, Jesús llena las 24 horas de mi vida. Todo es de Él. Llevo adelante la vida por amor de Dios y en todo lo que pasa veo su voluntad. ¿Qué más puedo querer que cumplir su voluntad? Si no estuviera enferma, del mismo modo aceptaría la voluntad de Dios, como la acepto ahora.
Quiero que mi vida sea una continua acción de gracias por todo lo que Dios me ha dado y me sigue dando sin merecerlo. Vivo muy feliz y agradecida a mi comunidad, creo que sin mis hermanas no podría vivir.
No podría quejarme de nada, mucho menos de mi enfermedad, ya que Jesús ha sufrido mucho más por mí. Todo lo uno a su Pasión por el bien de la humanidad. Y ya le he dicho al Señor que cuando Él quiera, aquí estoy y hágase su voluntad.