La misionera agustina recoleta María del Rosario Fernández es la superiora del convento de su Congregación misionera en Monteagudo (Navarra, España). Esta casa alberga a las hermanas que, en situación de dependencia, viven aquí atendidas. Rosario cuenta cómo viven su realidad.
En este convento de las Misioneras Agustinas Recoletas casi todas las hermanas residentes son mayores y, algunas, están bastante enfermas. Se percibe que quieren aceptar la enfermedad desde la fe, como un verdadero don del Señor por tener una larga vida.
No obstante, también a veces cuesta aceptar la realidad cotidiana, el presente es duro sobre todo cuando está aún muy presente ese recuerdo del pasado. No es infrecuente escuchar por nuestra casa expresiones como “Ahora no puedo”, “Antes yo…”, “Por qué ya no cuentan conmigo…”.
Desde la comunidad tratamos de atenderlas integralmente, en todas sus necesidades físicas, psíquicas, espirituales y relacionales. El objetivo es que todas se sigan sintiendo miembros vivos en la comunidad y en la Congregación.
Nuestra Congregación de Misioneras Agustinas Recoletas no escatima al proporcionar los medios que necesitamos para que esta atención se pueda llevar a cabo. Pero no solo aquí: contamos con un número elevado de hermanas mayores en la mayoría de las comunidades, además de las cinco casas especialmente destinadas a cuidarlas, como esta de Monteagudo.
Se percibe a veces cuando alguien no ha conseguido asumir la vejez y curar heridas y carencias personales. Sobre todo, porque estos retos, con los años, se van acentuando. Se escuchan entonces esas reclamaciones frecuentes sobre lo que no se acepta o no se quiere dar.
Con la ayuda de Dios vamos haciendo lo que se puede, desde la vivencia de nuestro carisma agustino recoleto de fraternidad y contando siempre con el apoyo constante en el Señor. No es nada fácil, pero la gracia de Dios siempre está presente, por lo que no dejo de darle gracias.
Para completar este testimonio, he querido hacer algunas preguntas sencillas a cinco de nuestras hermanas de nuestra comunidad. Estas son sus respuestas.
¿Cómo vives la enfermedad desde la fe?
— Con mucha alegría y paz, aunque a veces me cuesta.
— Con paciencia, aceptando y ofreciendo a Dios el dolor.
— La vivo bien porque veo en ella la voluntad de Dios.
— La vivo agradecida a Dios, aunque sufro en este momento.
— Con mucha tranquilidad de momento, pero con miedo a lo desconocido.
¿Te sientes arropada, atendida, querida por tu comunidad?
— Sí.
— Sí, no tengo quejas.
— Me siento bien, es una comunidad muy buena, somos muchas hermanas mayores y todas queriendo hacer la voluntad de Dios.
— Me siento bien, pero creo que debemos mejorar.
— Sí, siento cómo se preocupan por mí.
— ¿Qué esperas de tu comunidad y de la Congregación en general?
— Espero aceptación y amor.
— Espero que me consideren como una persona que vive y siente. Espero más comunicación, demostrar que nos queremos de verdad y estar unidas.
— Espero lo bueno y lo menos bueno.
— No espero nada más, porque me dan todo lo que necesito.
— Espero compromiso y agradecimiento.
—¿Qué echas en falta, qué pedirías?
— Echo en falta la unidad y la alegría.
— No echo en falta nada, porque tengo lo suficiente.
— No me falta nada.
— Que estemos atentas para ver si tenemos lo necesario y que vivamos más unidas.
— No echo nada de menos. Pediría que siempre haya unidad y cercanía.