Chris Pamilaga, autor del artículo "Del amanecer al anochecer".

El agustino recoleto Chris Pamilaga (28 años) reside en el Teologado de los Agustinos Recoletos de Mira-Nila (Quezon City, Filipinas), y ha publicado este artículo en el periódico Inquirer. Terminada la Semana Vocacional, te ofrecemos esta visión de cómo vive su jornada un religioso en periodo de formación inicial.

La Escuela de Teología Recoletos está situada en Quezon City, a 17 kilómetros al noroeste del centro histórico de Manila (Filipinas). Esta comunidad fue fundada en el año 1985 en la entonces Vicaría de Filipinas de la Provincia de San Nicolás de Tolentino para que los jóvenes religiosos filipinos se preparasen para el sacerdocio en la última etapa de su formación inicial.

En el complejo de Mira Nila está la residencia de estos jóvenes religiosos, el museo recoleto de Filipinas, la Parroquia de Nuestra Señora de la Consolación y las aulas de la facultad de teología, abiertas a estudiantes no recoletos. No muy lejos, a tan solo tres kilómetros, está la sede del gobierno provincial de la Provincia de San Ezequiel Moreno.

Una vez que esta Vicaría se convirtió en Provincia, ha seguido con su función, actualizada en la Recoletos School of Theology (RST), centro afiliado a la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Manila, regentada por los Dominicos.

Además de la Licenciatura en Teología, ofrece máster y especializaciones en Teología sistemática, Historia de la Iglesia, Espiritualidad agustiniana, Teología moral, Catequesis bíblica, Traducción bíblica…

El actual rector es el agustino recoleto Mark Rochelle F. Renacia, quien ha residido hasta julio del año 2022 en la comunidad de la Parroquia de Santa Rita de Madrid (España) para obtener el doctorado en Teología Dogmática en la Universidad Pontificia de Comillas.

“Somos una comunidad amiga de la búsqueda de la verdad. Contamos con profesores de diferentes Congregaciones religiosas y Diócesis que se suman a nuestro equipo habitual de profesores recoletos. Además, damos gran importancia a la innovación y al uso de las Tecnologías de la Información”, indica el rector.

El periódico Philippine Daily Inquirer, uno de los de mayor tirada en papel y el primero en lectores digitales, en su espacio “Jóvenes columnistas” ha publicado recientemente el artículo “Del amanecer al anochecer”, escrito por el profeso recoleto Chris Pamilaga, de la comunidad de Mira Nila. Así describe una jornada en la vida de esta casa de formación.

Del amanecer al anochecer

Frente a las cacofonías del mundo exterior, un santuario de serenidad y armonía yace escondido dentro de las paredes atemporales del claustro. En la suave luz del amanecer, los viejos muros del seminario cobran vida a medida que los frailes despiertan con la armoniosa llamada de la devoción.

Todos se levantan con el sol y susurran sus primeras palabras con reverencia: “Señor, ábreme mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza” (Salmo 51,15). Incluso el sonido de los pasos en los silenciosos pasillos camino de la capilla parecen formar una sinfonía de oración y alabanza como el incienso, llenando el ambiente de gracia.

Al despuntar el alba, los frailes recitan el Oficio de Lecturas leído del breviario individual; los corazones resuenan con el tema que une a todos: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos.” (Hechos 4,32).

Después continúan con Laudes, la oración de la mañana, que resuena a través del tono de himnos antiguos. Y le sigue media hora de meditación tranquila, en la que los ancianos se deleitan en sus jóvenes pensamientos mientras los jóvenes se resisten al hechizo del sueño.

Tras este tiempo atados al silencio, es el momento de la celebración eucarística, en la que cada miembro de la comunidad es un hilo vital en el intrincado tapiz del culto eclesial. En este misterio sagrado los ecos de los siglos pasados se entremezclan con los del presente, trascendiendo los límites del tiempo, porque Cristo sufrió su Pasión de una vez para siempre.

El resplandor de la mañana da paso al sol del mediodía, iluminando las salas de aula. Muchos de los estudiantes, religiosos y laicos, profundizan en el conocimiento mientras otros atienden las tareas asignadas en sus respectivos despachos. La biblioteca, cofre del tesoro de la sabiduría, sirve de crisol donde se forjan los pensamientos y la ignorancia se da a la fuga.

En el corazón del día, todos hacen una pausa para alzar la voz en la Hora intermedia, pues las oraciones marcan el paso del tiempo. El almuerzo en el refectorio sirve como uno de los recordatorios del compromiso de la vida común de bienes compartidos.

Las conversaciones suben y bajan en suave reflujo mientras los hermanos comparten la comida. Luego todos pasan a la sala de comunidad, donde se vive un breve respiro de los rigores de la vida conventual. El alivio viene en forma de vídeos, juegos de mesa o, simplemente, de disfrutar de la presencia de los hermanos; la risa es un testimonio más del fuerte vínculo que une a la comunidad.

Cuando las sombras de la tarde se alargan hay un breve momento de descanso privado para recargar mente y cuerpo antes de embarcarse en las tareas de la tarde. Mientras algunos frailes regresan a sus estudios, otros se centran en sus trabajos escritos y tesis.

A medida que avanza la jornada llega el momento de descansar del trabajo académico para centrarse en el trabajo manual. Es también momento para la limpieza de la casa, que se hace con humildad y devoción. Los muros de la casa atestiguan la diligencia de varias generaciones de religiosos cuidando de su hogar.

En las horas finales del día, llega el momento del ejercicio físico y el deporte, búsqueda del equilibrio entre las exigencias del espíritu y las necesidades del cuerpo, según el viejo adagio de “mens sana in corpore sano”.

El sol se prepara lentamente para descansar en el horizonte; sus rayos dorados se filtran a través de las ventanas arrojando tonos ámbar sobre las estancias. Los frailes lavan sus cuerpos y almas como el agua lava el trabajo del día y lucha cotidiana.

Los últimos susurros del día permiten disfrutar del suave resplandor del crepúsculo en armonía con el ritmo de la vida conventual, que representa cada día un misterio que acerca a los miembros de la comunidad hacia lo divino.

A las seis en punto, la atmósfera se convierte en tranquila introspección con la Lectio Divina individual. Como abejas en busca de néctar, los religiosos se adentran en los textos sagrados comentados por san Agustín, en busca de su alimento espiritual.

Las campanas llaman a todos a las 6:40 para reunirse en oración. Acompañados del suave parpadeo de las velas en el altar, rezan el Rosario con voces que se armonizan en una sinfonía de fe. Siguen las Vísperas y los himnos ascienden como si se mezclaran con las primeras estrellas del crepúsculo. Las Completas, la oración del abrazo final del día, sellan la devoción como una suave canción de cuna. La oscuridad envuelve todo con su manto de tranquilidad.

Los hermanos comparten la cena por la noche para matar el hambre que se agitaba en los cuerpos. El refectorio estalla de vida y risas tras horas en silencio. El aroma de los alimentos, sencillos pero nutritivos, impregna el aire, de nuevo testimonio de generosidad compartida. Hay animadas conversaciones, alegres ecos de camaradería.

A medida que avanza la noche, las campanas suenan a las 21:30, pidiendo, una vez más, que la casa se convierta un santuario de sabiduría y silencio. En sus habitaciones, como almas cansadas, los religiosos buscan refugio en los brazos del Silentium Magnum, el gran silencio.