Semana Vocacional • Elva Leticia es monja agustina recoleta contemplativa. Viene a nuestras páginas en esta Semana especial para contarnos su experiencia de haber sido llamada a la vida agustino-recoleta en la clausura conventual y la contemplación.
Me llamo Elva Leticia Xicay. Tengo 27 años. Nací en Patzicia, Chimaltenango, un lindo pueblo de Guatemala, con sus calles amplias y un clima pacífico. Soy la sexta de nueve hermanos. Uno de ellos es religioso franciscano.
Nací en una familia muy cristiana. Los domingos para mis padres eran sagrados y nadie podía faltar a misa. Este clima familiar me ayudó a descubrir mi vocación religiosa. Llevo ocho años en el monasterio de las Agustinas Recoletas de Lugo, en Galicia, España. En octubre de 2022 hice mi profesión solemne. Soy muy feliz.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. Es lo que siento al considerar el don de mi vocación religiosa contemplativa. Sentí la llamada del Señor desde la temprana edad de doce años, porque el ambiente que me rodeaba era muy cristiano.
Nunca había oído hablar de monjas o conventos. Cuando el Señor llama lo hace siempre de manera sencilla: a través de personas, medios o circunstancias de la vida. Solo hay que estar atentos y saber escuchar.
Recuerdo que en mi casa veíamos películas religiosas. Mi hermano, hoy franciscano, me animó a ver una película sobre santa María Faustina Kowalska. Me venían a la mente un sinfín de preguntas: ¿Por qué va vestida así? ¿Cuál es su misión? ¿Quién es ella? Mi hermano me explicó que era una religiosa que consagró toda su vida a Dios, quien le concedió dones extraordinarios y ahora es santa. Se me quedó grabado y le daba vueltas en mi cabeza.
Otro día, mi madre comentó: “La hija de la vecina se fue de monja”. Y yo me decía en mis adentros: “Yo también lo seré”. Pero fue pasando el tiempo y me olvidé de las monjas. A los dos años me integré en el grupo parroquial de lectores. Un seminarista vino a hablarnos sobre la vocación y volví a sentir de nuevo la inquietud, pero no sabía a quién recurrir. Estaba muy confusa. Decidí contárselo al párroco. Tras escucharme atentamente, me dijo:
— ¿De verdad quieres ser monja? ¿Sabes cómo se vive en un convento?
Le dije que estaba muy confusa y que nunca había estado en un convento. Y entonces él se ofreció a llevarme con unas religiosas para hacer una experiencia. Pero faltaba el consentimiento de mis padres, que les pedí esa misma noche. Mi madre se echó a llorar:
— ¿Estás segura?, preguntó mi madre.
— Sí, respondí.
— Si sientes que Dios te llama para eso —continuó ella—, ¡adelante!
— ¡Por supuesto que no! —intervino entonces mi padre—. Eres menor de edad, aún no sabes lo que quieres en la vida. ¡Tienes un futuro por delante!
Aunque mi madre y uno de mis hermanos le convencieron, ese día me dijo que no contara con él. He de decir que ahora tengo en él un apoyo incondicional.
Estuve con las religiosas unos días, pero aquello no me convenció, sentía que Dios me llamaba a algo más profundo. Cuando llegó un nuevo párroco se lo conté, me llevó a conocer otras religiosas durante un mes. Y me gustaba, pero no me llenaba. El párroco me preguntó entonces si realmente quería consagrar mi vida totalmente a Dios. Él me puso en contacto con las monjas Agustinas Recoletas de Lugo.
Cuando la priora del monasterio me preguntó por mi edad —tenía 14 años— fue clara: “Entonces no puedes venir”. Me sentí muy triste: debía ser mayor de edad y esperar cuatro años era para mí toda una eternidad. Fui olvidando todo y aunque la priora me seguía llamando para saber cómo iba, empecé a salir con amigas y comencé una relación con un chico. Decidí formar una familia y olvidarme de la vocación contemplativa.
Pero la inquietud no me dejaba; la sentía muy dentro de mí y, para no escucharla, trataba de distraerme. Hasta que un día me dije a mí misma:
— ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué te empeñas en tomar otro camino? ¿Acaso no vale la pena arriesgarse y dejarlo todo por Jesús?
Dejé la relación y dediqué tiempo a rezar, a pedir fuerzas a Dios para dejarlo todo y que se cumpliera en mí su voluntad.
Cuando cumplí 18 años empezamos a tramitar los papeles. Los últimos días en casa fueron difíciles. Nadie quería que viniese a España, me decían que me quedara en un convento de Guatemala. A mí me costaba dejar a mi familia, mi país, mis costumbres. Pero le dije a Jesús:
— Te seguiré, Señor, a donde vayas y me envíes.
Al final, mi familia comprendió que cada uno tiene derecho a buscar su propia felicidad y que era la voluntad de Dios. Decidieron donar su hija a Dios con alegría y ahora se sienten los padres más orgullosos y felices.
Entré en el monasterio de Lugo el 7 de octubre de 2014, fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Aquí me siento realizada, porque he encontrado la felicidad que todos buscan y solo siguiendo a Jesús se encuentra. Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.
Hacen especial mi vida la oración y la vida comunitaria. Realmente vivimos como les decían a los primeros cristianos: Mirad cómo se aman; o, como dice san Agustín, con una sola alma y un solo corazón hacia Dios.
Jamás pensé que en un monasterio de Agustinas Recoletas contemplativas se pudiera ser tan feliz. He encontrado una verdadera familia, en donde la ayuda es mutua y el amor desinteresado; en donde me siento querida y puedo querer sin condiciones. He comprendido el verdadero sentido del mandamiento nuevo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Ahora no pienso ni siento lo mismo que pensaba y sentía fuera del convento. Mis aspiraciones eran entonces estudiar medicina, encontrar un trabajo, formar una familia… Ahora mi proyecto es llegar a la santidad, ganar con mi oración y sacrificio gente para el cielo y que todos conozcan y amen a Dios.
En la comunidad me siento realizada porque a pesar de que pensamos distinto y de los temperamentos diferentes nos compaginamos muy bien, poniendo un granito de buena voluntad y dejando que cada una exprese su forma de ver las cosas comunes. Nos enriquecemos unas a otras con los dones y virtudes. Y lo más maravilloso es que tenemos en común un solo norte, Jesús, y nuestra brújula es la caridad. Nos nutrimos de la misma formación y amamos nuestro carisma común.
Como hijas de san Agustín, y de la misma manera que él amó a la Iglesia, amamos a la Iglesia, nuestra madre: Somos Iglesia para la Iglesia, en la Iglesia y con la Iglesia. Y como buenas hijas de la Iglesia todos los días rezamos por la unidad de los cristianos y por el mundo entero. Realmente queremos ser luz y antorcha para el mundo.
Mi comunidad de Lugo está formada por trece monjas. Cinco son españolas de edad avanzada y ocho somos jóvenes guatemaltecas. De estas, siete somos de votos solemnes y una de votos simples. Y contamos con una postulante, también de Guatemala.
En 2017 el asistente de la Federación de Agustinas Recoletas de España, el agustino recoleto Jesús Lanao, nos contó la situación difícil del monasterio de Somió-Gijón, Asturias. Las tres hermanas que quedaban, mayores y enfermas, pedían la ayuda de otras comunidades. Se nos conmovió el corazón.
Después de tratarlo en comunidad y pedir el consejo de la madre federal, Eva María Oiz, y con el consentimiento de nuestro obispo, se decidió mandar a tres hermanas a Somió como un hermoso gesto de caridad fraterna. Dos años más tarde la Congregación de Religiosos afilió jurídicamente Somió a nuestra comunidad de Lugo. Ahora imploramos la misericordia de Dios para que mande vocaciones y se evite el cierre.
Como medio de vida, hacemos lavandería, plancha, costura y hostias para la catedral y las parroquias. El pueblo lucense nos aprecia mucho, nos ayuda y rezan por nosotras.