Santos Bermejo, agustino recoleto.

El venerable Mariano Gazpio, agustino recoleto nacido en Puente la Reina (Navarra, España) en 1899 y fallecido en Pamplona, Navarra, en 1989, no fue un “intelectual” que se dedicara a escribir, sino un hombre de acción e intensa vida de oración, un ferviente misionero en Shangqiu (Henan, China) durante veintiocho años y un excelente formador desde 1952 hasta su muerte.

La producción literaria de Mariano Gazpio es escasa. Se reduce a homilías y cartas. Nuestros siguientes comentarios versan sobre sus cartas, en las que se manifiesta el espíritu que animaba a Gazpio a escribir y se vislumbran algunas de sus virtudes.

De entrada hay que decir que el epistolario del padre Gazpio es modesto. No es comparable al de san Ezequiel Moreno (1848-1906), agustino recoleto como él, ni a los de otros santos que redactaron cientos de epístolas.

Resulta muy difícil precisar el número de cartas que él escribió o recibió. Actualmente se conservan 165 cartas: 131 enviadas y 34 recibidas. Más de dos tercios de las cartas localizadas –112 exactamente– corresponden a la etapa misional, la más rica en cuanto al número y la información. De la etapa conventual tan solo quedan 53 cartas; 23 pertenecen a su estancia en Monteagudo (Navarra) y 30 a la de Marcilla (Navarra).

Corresponsal fiel y obediente

Gazpio no era aficionado a escribir cartas y su redacción debió de exigirle no poco esfuerzo, pero acabó haciéndolo “con sumo gusto”. La mayoría de las cartas conservadas corresponden a su etapa misionera. No las escribió por propia iniciativa, sino para dar contento a los priores provinciales, a los superiores de la misión de Kweiteh (hoy llamada Shangqiu) y a los directores de la revista Todos Misioneros, que apremiaban a los misioneros a que contaran por escrito sus experiencias. En definitiva, Gazpio escribía a petición de aquellas personas que estaban revestidas de cierta autoridad y se lo solicitaban.

Al poco de iniciar su actividad misional le escribía al primer superior de la misión y posteriormente obispo de la misma, Francisco Javier Ochoa:

“No es de ninguna importancia lo que al presente puedo contarle; pero ya que vuestra reverencia tanto nos ruega que escribamos algo para nuestro querido Boletín, vayan estas líneas para su tranquilidad y consuelo, y a la vez alegría de cuantos las lean, al ver que en esta porción de la viña del Señor los Recoletos empiezan animosos a sembrar la buena semilla del evangelio”.

En cuanto corrían noticias alarmantes de guerras y bandidos, se apresuraba a escribirle para que tanto el obispo como los demás misioneros y los lectores de la revista Todos Misioneros no estuvieran intranquilos.

Desde una mirada de fe

Gazpio era una persona positiva. En sus cartas, sin ocultar aspectos negativos de la misión, resaltaba las noticias positivas, las experiencias consoladoras, sus ilusiones y esperanzas. Y esto lo hacía principalmente por su confianza total en la Providencia divina, para alabar y agradecer la bondad de Dios, pero, al mismo tiempo, para serenar y animar a los superiores, que en no pocos momentos temían por la vida de los misioneros. Les agradecía su interés por la misión y les comunicaba buenas noticias “para su mayor consuelo y alegría”.

En 1934 prometía a fray Mariano Alegría, director de la revista Todos Misioneros, cumplir su petición de escribir con más frecuencia cartas misionales y le daba plena libertad para hacer el uso de ellas que estimara conveniente. Tres años después le aseguraba que cumplía “con sumo gusto su petición, que para mí es un deber, de escribir algo para la revista”.

Parco en palabras

La sobriedad que caracterizó al venerable Mariano Gazpio la deja traslucir en sus cartas, que son breves, sustanciosas y centradas en asuntos concretos. Están escritas en un estilo claro, sobrio y preciso, aportando buenas noticias y algunas anécdotas. Va directamente al grano y en pocas palabras sintetiza la información que quiere comunicar. Si alguna vez se advierte en ellas vacíos u omisión de datos, ello se explica porque calla lo que redunda en alabanza suya o en perjuicio de otros. En ocasiones narra en tercera persona acontecimientos que vivió personalmente. La humildad en el trato personal brilla también en sus relaciones epistolares.