Clausura del Jubileo de los 75 años de las Misioneras Agustinas Recoletas en Lábrea, Amazonas, Brasil.

Las celebraciones por los 75 años del reconocimiento oficial de esta Congregación misionera femenina de la Familia Agustino-Recoleta se han sucedido por toda la geografía donde están presentes. En el caso de Lábrea, ha sido un momento para recordar la larga, rica y testimonial historia de las MAR en la Amazonia.

Las Misioneras Agustinas Recoletas acaban de clausurar un año jubilar por los 75 años de su reconocimiento oficial como Congregación por parte de la Iglesia. Nacidas al calor de las gestas misioneras de la Familia Agustino-Recoleta en China y Brasil por la generosidad y entrega total de varias monjas de clausura, el año 1947 la Iglesia Universal les dio la carta oficial de existencia como Congregación independiente y autónoma.

Por primera vez en la Amazonia brasileña

La misión de Lábrea, en Amazonas, Brasil, fue uno de los lugares donde se coció el nacimiento de esta Congregación. En 1937 llegaron procedentes de España tres monjas de clausura animadas y acogidas por el prelado, Ignacio Martínez, hoy camino a los altares. Se llamaban Adelaida Miguel de la Transfiguración, María Díez de Ulzurrun del Sagrario y Vicenta del Buen Consejo.

Dejaron la vida de clausura en España y quisieron aclimatarse a la selva amazónica para dedicarse principalmente a la educación de los más jóvenes, completamente abandonados a su suerte en aquel lugar muy remoto y no preparado para dar una esperanza y una educación de calidad y una vida más digna a sus habitantes más vulnerables.

Por eso en Lábrea tuvo lugar una de las celebraciones más emotivas del Año Jubilar. Fue el pasado 18 de enero, en una de las comunidades de base de la hoy ciudad de Lábrea, con participación de las dos comunidades religiosas del lugar, la de misioneras MAR y la de los agustinos recoletos. Presidió la celebración el obispo agustino recoleto de la Prelatura, Santiago Sánchez.

De forma ininterrumpida los últimos 69 años

Son muchas las misioneras agustinas recoletas que han pasado por las riberas del río Purús, la columna vertebral de la Misión de Lábrea, hasta nuestros días. Han dejado testimonio de su buen hacer y de su entrega al pueblo de Dios.

Aquella primera experiencia duró poco tiempo, hasta mayo de 1940, debido a las enfermedades tropicales que sufrieron las tres monjas y a la falta de recursos para continuar enseñando. Se trasladaron a Río de Janeiro, fijando la presencia de las MAR en Brasil, uno de los países que más vocaciones ha dado a la Congregación.

Once años después, en 1951, la madre general de las Misioneras Agustinas Recoletas y cofundadora de la Congregación, Esperanza Ayerbe, también hoy camino a los altares, habló por primera vez sobre la vuelta de las MAR a la Prelatura de Lábrea con el entonces obispo agustino recoleto José Álvarez Macua.

En noviembre de 1953, el Consejo General MAR, a propuesta de la madre Esperanza, aprobó la fundación. A su vez, el obispo comenzó a construir el Colegio Santa Rita, que iba a ser el primer lugar de residencia y trabajo de las hermanas.

Finalmente, el 17 de marzo de 1954 llegaban las cuatro primeras religiosas de esta segunda estancia que ha sido ya, ininterrumpida: sor Nieves Ulayar, sor María Paz Gallego, sor María José Borges y sor Cleusa Coelho, a quienes acompañó, desde Río de Janeiro, el agustino recoleto Jesús Pardo.

A los tres días de llegar ya abrieron las matrículas en la Escuela Santa Rita. Hubo tantas peticiones de ingreso que los carpinteros tuvieron que construir a las prisas más mesas, hubo que traer bancos del templo y hasta echar mano de cajas vacías para pupitres durante las primeras jornadas de aula.

Las cuatro religiosas fueron nombradas profesoras estatales y tal fue el éxito del Colegio y de la presencia y trabajo de las religiosas en Lábrea que comenzó a levantar envidias y recelos en gente importante de la ciudad: la educación de los más pobres nunca ha sido preferencia de los más ricos, que por aquel entonces eran dueños de caucherías y, casi también, de los caucheros.

Además de la pastoral educativa, de la alfabetización de adultos y de los cursos de costura y confección o de cocina, las religiosas se encargaron de la catequesis y de otros sectores pastorales como los problemas y las luchas del pueblo más pobre.

Su presencia animadora y consoladora la han sentido desde entonces los enfermos, los hansenianos, los indios, los presos, los niños, las comunidades cristianas, las lavanderas, los jóvenes. Nunca tuvieron problema en subir y bajar los barrancos embarrados del río Purús, ni en encabezar protestas, organizar asociaciones o apoyar tantas reivindicaciones de justicia social.

A petición del obispo agustinos recoleto Florentino Zabalza abrieron en 1978 otra casa en Canutama para dedicarse a la enseñanza y atender al hospital y a otras actividades pastorales. Realizaron un magnífico trabajo, pero, por diferentes causas, cuatro años más tarde cerraron este ministerio.

Uno de los momentos más trágicos y, al mismo tiempo, testimoniales de la presencia de las Misioneras Agustinas Recoletas en Lábrea fue el martirio de una de ellas, Cleusa Carolina Rhody Coelho, mientras defendía los derechos de los pueblos indígenas.

Fue el 28 de abril de 1985 y desde entonces, cada año, esta fecha está marcada en el calendario anual de la Iglesia en Lábrea, con una gran procesión que celebra el testimonio de esta misionera MAR, que los lugareños ya consideran santa.

Las Misioneras Agustinas Recoletas continúan en Lábrea, en esa Iglesia con rostro amazónico, apoyando las tareas evangelizadoras y sociales de la Prelatura. Su presencia se deja notar y forman ya parte indiscutible del pueblo labrense.