Nombrado por el Papa Francisco obispo auxiliar de la Ciudad de México, este agustino recoleto (Valladolid, España, 1973) habla con esta página a quince días de su ordenación episcopal en el mismo colegio donde inició su vida social y se encontró con el carisma agustino recoleto.
Nos encontramos en el Colegio San Agustín de Valladolid, donde pasaste doce años de tu infancia y adolescencia. ¿Qué te evoca el lugar?
Este Colegio San Agustín es el escenario de los mejores recuerdos de mi infancia. Aquí forjé amistades y también mi propia vocación, alimentada primero en la familia y vivida ya de forma intensa en el Colegio. Por aquel entonces éramos verdaderamente una familia, aquí nos conocíamos todos. Las grandes amistades las forjé en lo que entonces era la Educación General Básica, que hoy día coincide con parte de Primaria y los primeros años de ESO. Mi grupo era el correspondiente a la letra C. Después, con el Bachillerato, los lazos eran menos intensos; bastantes se trasladaban a institutos públicos y la relación se perdía.
En el Colegio hice mi Primera Comunión y gozo de una buena memoria sobre mi estancia aquí desde párvulos, puesto que llegué en septiembre de 1975, aún no había cumplido tres años. Me acuerdo del color del autocar, de la parada cerca de casa, de las profesoras que nos acompañaban en el trayecto, de tantos profesores a lo largo del tiempo: Pilar Álvarez y Pilar Usano, Paquita, Adrián, Isidro, José Antonio Gómez, Lorenzo Pachón, Enrique del Amo…
En cuanto a la comunidad agustino-recoleta, de aquellos años recuerdo con especial cariño la presencia de los religiosos en los patios que establecían en los patios una relación amigable: fray Enrique Hernández poniendo las redes y pintando los campos con tiza; fray Cirilo de Esteban, fray Francisco Javier Jiménez, fray Santiago Sánchez, fray Marciano Santervás… Te preguntaban cómo estabas, se interesaban por ti saliéndose de lo, digamos, institucional.
¿Qué te llevó a entrar en el seminario?
A un pequeño grupo de mi clase nos llamaba muchísimo la atención que en el último piso había unos dormitorios grandes a los que teníamos prohibido subir los alumnos “externos” porque aquello pertenecía a los “internos”, al seminario. La aventura era conseguir quedarnos unos días en el colegio y acceder a aquel “espacio prohibido”.
Otro tipo de inquietud aparecía cuando venían los misioneros recoletos y pasaban por las clases de religión para contarnos sus vidas, sus tareas, su mundo. Me acuerdo de fray José Miguel Panedas enseñándonos diapositivas de la Ciudad de los Niños de Costa Rica; de fray Juan Antonio Flores hablando de la misión de Lábrea, que nos dejó con la boca abierta con una piedra negra de las que se usan para curar picaduras, asombroso e insólito.
En medio de ese ambiente de curiosidad y admiración, un grupito de cinco nos animamos a decir a fray Santiago Sánchez que queríamos conocer mejor la vida de los frailes y pasar más tiempo en el colegio. Fui el único que perseveró un poco más y me invitaron al preseminario y desde ahí siguió todo adelante. Mis padres no se lo creyeron y estaban de acuerdo con mi abuelo, que preconizó que volvería a casa en Navidad y no aguantaría mucho más.
Pero continuaste, y el siguiente paso fue el Colegio San José de Lodosa.
En comparativa fue un tiempo muy diferente a Valladolid. Se trataba de un centro más pequeño, con mayor relación con los religiosos y también con un cuidado y una atención más personalizada. Estuve en Lodosa entre 1989 y 1992. Mi generación fue la última de los dos seminarios menores de la Provincia en España, Valladolid y Lodosa. Los tiempos cambiaban muy rápido y la misma idea del “seminario menor” sucumbió ante la realidad.
¿Qué recuerdas de tu vivencia del noviciado?
En Monteagudo, en mi año de noviciado, fuimos siete, con la particularidad poco común de que cuatro —mayoría— tenían como lengua materna la inglesa. Fue un tiempo de alegría; recuerdo a fray Jesús Lanao (maestro) y fray Amado García (vicemaestro), a fray José Luis Goñi (prior), fray Aurelio Ripollés o fray Francisco Martínez… Era una comunidad bonita. Fray Ángel San Eufrasio tuvo el papel de integrar y de facilitar la comunicación entre las dos culturas, anglosajona y latina.
Personalmente considero que fue un año de crecimiento, de abrir la mente, de descubrir que en mi vida religiosa tendría que adaptarme a las circunstancias y particularidades de otros lugares más allá de mi mundo de procedencia.
En Marcilla, ya como religioso profeso, estudiaste filosofía y teología.
Los de Marcilla (Navarra) fueron seis años de cambios totales. Tengo buenos recuerdos de la comunidad y estoy muy agradecido con el acompañamiento que en los dos primeros años tuve con el maestro de profesos, fray Miguel Miró. Hoy, desde otra perspectiva y con otros conocimientos, entiendo mejor el cambio que él lideró, ante una estructura formativa desgastada en el teologado centenario. Se redujo el equipo de formación, se arbitró un acompañamiento más personalizado de los formandos…
Por otro lado, en esos años el convento sufrió el segundo mayor cambio estructural de su historia, con unas obras de grandes proporciones. Todo esto representó dificultades, cambios de sistemas, ciertas tensiones… Y siempre hay una enseñanza: con paciencia y tiempo la persona puede conseguir casi cualquier adaptación.
¿Qué significaron para ti la profesión solemne y la ordenación sacerdotal?
La profesión perpetua o solemne es una consagración total a Dios y a la Familia Agustino-Recoleta. Debo decir que en realidad la identidad agustino-recoleta creo que me viene más bien de aquí, de este Colegio San Agustín, donde cada día veía el corazón y el libro agustinianos, el san Ezequiel Moreno de la recepción…
Mi mayor ilusión los últimos años de formación inicial fue ver la gran cantidad de lugares en los que podría vivir y trabajar. Ya antes de la ordenación soñaba con trabajar fuera de España, mis padres eran más jóvenes, yo era muy joven, estaba dispuesto y me gustaba la novedad.
El 31 de julio, unas horas antes de la ordenación, en los recibidores de este Colegio San Agustín, el prior provincial me dijo que mi destino sería la Ciudad de México, el ministerio de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de los Hospitales. De esa casa y tarea no conocía más que lo leído en las crónicas de la revista interna de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, OAR Al Habla.
En México has colaborado en el apostolado parroquial y el educativo, en los proyectos sociales y en la comunicación pública. ¿Con qué te quedarías?
Es difícil elegir un campo porque cada uno tiene sus características y todos enriquecen. La Parroquia de Hospitales fue como una Universidad de la vida: la enfermedad y la muerte te hacen agarrarte a Dios, te encaminan a una espiritualidad fuerte; tu sacerdocio y tu consagración religiosa adquieren ese sentido de servicio a Dios y a los vulnerables. En esa dura realidad me identifiqué con el Pueblo de Dios y con su servicio.
El proyecto socio-sanitario Centro de Acompañamiento y Recuperación de Desarrollo Integral (CARDI) vino de esa inquietud. Al final de la jornada me iba a casa a cenar calentito y veía a los familiares de los enfermos que no contaban con un lugar seguro, un aseo, un espacio digno, preparándose para dormir sobre cartones.
El CARDI se hizo realidad no sin esfuerzos. Hoy vemos su estructura, cómo forma a los voluntarios… Pero las grandes dificultades para ponerlo en marcha me hicieron crecer. Cualquier cosa que se quiere emprender en una Orden religiosa suele ser lenta, antes de ser una realidad debe calar en todos. También está el peligro del personalismo, de pensar que cada nuevo proyecto es cosa de uno o de dos y no de todos. Hoy CARDI es una realidad y lo correcto era desarrollarlo; y no solo ayuda a la gente, también ayuda a la Iglesia y a la Orden.
Recuerdo también los años dedicados al apostolado educativo en el Colegio Fray Luis de León de Querétaro como intensísimos. En un colegio pasa de todo, es la misma vida. Recuerdo con cariño e ilusión la implementación de la educación tecnológica.
Y de Querétaro también recuerdo con especial ilusión el Centro de Espiritualidad Agustino-Recoleta, la siembra de los valores e identidad recoletos, o la productora de televisión cuyos contenidos llegan hoy a 22 países.
¿Qué vivencias te ha dejado ser durante siete años vicario de México y Costa Rica?
Debo agradecer, sobre todo, que tuve unos grandes consejeros y la ayuda de un acompañamiento externo. La vida consagrada tiene su pirámide poblacional invertida y este fue un gran desafío. Hubo otros retos: pocos religiosos jóvenes que no siempre asumen las responsabilidades como esperas; dificultades relacionales en las comunidades… Y no siempre se puede enfrentar el superior a todo con acierto.
¿Qué nos puedes decir sobre la Red Solidaria Internacional Agustino-Recoleta ARCORES?
ARCORES México ha sido, sobre todo, una experiencia de familia. De esta red forman parte las monjas de clausura, las religiosas Misioneras Agustinas Recoletas, los religiosos, los laicos a través de la Fraternidad Seglar o las Juventudes Agustino-Recoletas…
Como desafío, señalo que ojalá sepamos contar mejor lo que hacemos, compartirlo para hacerlo mayor. Se han construido casas tras los terremotos, se ha ayudado a migrantes… ¡y ahí está la Familia Agustino-Recoleta!
También has participado en el Centro de Protección al Menor de la Iglesia en México.
CEPROME es una institución avalada por la Santa Sede y por el Episcopado latinoamericano que intenta profundizar en la protección de los vulnerables. Esta experiencia me ha obligado a seguir formándome. Aproveché los cursos de verano de la Universidad Pontificia de México con el Diplomado de Planificación Pastoral Participativa, cimiento para después diseñar proyectos con sus objetivos, sus fases, su evaluación.
CEPROME pone a la víctima en el centro. Poco se puede hacer frente a esta monstruosidad, como ha señalado el papa Francisco, pero creo que los Agustinos Recoletos hemos de mantener este nivel de preocupación, de sensibilización. ¿Quiere decir que nunca vaya a pasar algún caso? No, por desgracia. Pero evitaremos lo posible y sabremos qué hacer si ocurren.
De esto hay que agradecerle mucho al anterior prior general de los Agustinos Recoletos, Miguel Miró, que tuvo la valentía de hacer los primeros protocolos y nos enriqueció con una visión eclesial sobre este doloroso y difícil asunto de los abusos en la Iglesia.
La evangelización digital ha sido otro de tus empeños.
La evangelización es un proceso que lleva a la persona hacia un encuentro con Jesús. La experiencia digital tiene un público mayoritariamente juvenil, aunque no solo, y entonces la tarea consiste en acompañar, formar y compartir en ese mundo digital el conocimiento de Jesús. Sus formas y métodos difieren de la comunicación institucional, donde promueves tus valores o tu identidad.
Necesitamos creatividad y audacia, como dice el papa Francisco, a los laicos y a los profesionales, necesitamos inversión. Nunca consideré que los recursos para ello sean un gasto, porque al final lo que nos jugamos es una nuestra propia imagen pública. Y como decía Benedicto XVI, Internet y las nuevas tecnologías son el púlpito del siglo XXI.
Este diálogo virtual ha de hacerse con creyentes y alejados; y tendremos que hablar de emociones, de sentimientos, para enganchar y llevar al interlocutor hacia Jesús. Los temas de desarrollo humano y emocional ayudan, como el mismo san Agustín sabía… No se trata solo de hablar teóricamente de Cristo o de mostrar arte religioso clásico. Una foto de un abrazo entre dos religiosos puede decir más que un cuadro de san Alonso de Orozco. A veces una imagen y un sencillo pie de foto son suficiente, basta un lenguaje sencillo y concreto.
¿Cuáles serán el lema y el de tu episcopado? ¿Qué proyectos sueñas?
“Misericordia quiero” es el lema. El escudo tendrá tres elementos: la tierra donde nací y donde comenzó mi fe… Otro es México, donde he aprendido a ser consagrado y sacerdote; y el tercer elemento será agustiniano. Son las tres realidades que han marcado mi vida.
Como obispo, quiero ser un miembro del equipo del cardenal Carlos Aguiar, ser un hermano de los obispos auxiliares, que conmigo seremos seis. Espero facilitar este trabajo de equipo en una urbe tan grande y con ambientes y dimensiones tan variadas.
Estoy abierto a todo, pero siempre me ha gustado trabajar con laicos, que son los que me han ayudado a organizar las tareas sociales, a tener el papel de director titular en un colegio, a servir en los hospitales —donde nos han abierto las puertas gracias a los laicos—.
La escucha es muy importante, porque después de la pandemia muchas personas han quedado heridas y solas. En Ciudad de México no fue tan restringida como en otras partes del mundo, pero la gente ha quedado rota, herida.
Además, este compartir vida y misión con los laicos no solamente nos lo recuerdan a los Agustinos Recoletos los Capítulos generales y provinciales, el mismo Papa en la audiencia general al Capítulo nos recordó que ellos serán los que salvaguarden el carisma. Poco importa si somos dos, una o ninguna Provincia: lo importante es caminar juntos. Ojalá sepamos explicar este proceso de la sinodalidad y aprendamos unos de otros.
Llevas 35 años viviendo en comunidad. ¿Cómo será ahora tu nueva vida de obispo?
Voy a vivir en una comunidad de obispos auxiliares, todos juntos en un mismo edificio. En mi caso no será, por tanto, como cuando algunos obispos religiosos han sido enviados a un lugar lejano a vivir solos. Claro que cambian ciertas costumbres. Me ayudan la oración y la asesoría de otros que han hecho antes este paso. Es complejo, porque vives en comunidad, pero en otro ambiente y tus hermanos recoletos están ahí, pero ya somos diferentes.
Ciudad de México tiene grandes desafíos para un pastor.
Queremos ser cercanos a los sacerdotes y cercanos al Pueblo de Dios. Ese es el mayor desafío: escuchar a los sacerdotes, a la gente, estar ahí. Saber lo que cuesta un kilo de tortilla, qué dificultades tiene la gente: inseguridad, vivienda, salarios… Empaparme y escuchar. Evitaré vivir aislado, en mi mundo: quiero ser cercano.
¿Cómo ves en particular el problema del narcotráfico y la violencia?
Es muy complejo este asunto: no se trata solo de unas personas que distribuyen droga y tienen por ello mucho dinero. Hay toda una red con protagonistas y actores de todos los ambientes, incluso de los que tendrían que velar para que eso no ocurra. Hay una sociedad convulsionada, con atentados, con muertos, con amenazas. Es muy complejo.
Recuerdo que el Papa escribió al presidente de Cáritas Argentina en 2015 que tuviesen cuidado de que no se “mexicanice” Argentina, lo que levantó ríos de tinta; pero pienso que México vive ahora lo que vivió Colombia en los años 80 y 90 del siglo pasado.
El episcopado intenta estar con el pueblo, con la gente. Muchos sacerdotes están ahí consolando ante la violencia, administrando sacramentos. Conseguir la paz es muy complejo, ya hemos visto multitud de procesos en Latinoamérica en los que se daba un paso adelante y tres para atrás. Creo que el consejo que daba el antiguo Nuncio de Su Santidad en México, Franco Coppola, era bueno: allí donde haya muertos, no dejar de pedir por la paz en el funeral.
¿Podemos pedirle un saludo para los lectores de AgustinosRecoletos.org?
A todos los que han seguido esta entrevista los saludo y les pido oración para hacer bien este nuevo desempeño y responsabilidad. Seguimos siendo hermanos y estamos agradecidos a Dios por todo lo que nos da.
Creo que hay mucho que dar a la Iglesia desde los ámbitos donde nos encontramos. No hay que perder la esperanza porque cada dificultad es una oportunidad de crecimiento.
Como dice el papa Francisco, cuando siempre pide oraciones por él, recen por un servidor. Nos encontramos en cada Eucaristía.