El martirio de santa Magdalena de Nagasaki. David Conejo & Alejandro Decinti. Octubre 2022.

Realizado en coautoría con su profesor, Alejandro Decinti, este óleo sobre lino de 140 x 160 centímetros viene a representar el terrible suplicio de la hoya que sufrió la santa patrona de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta.

El agustino recoleto David Conejo (Cartago, Costa Rica, 1993) acaba de presentar su nueva obra pictórica, realizada en coautoría junto a su profesor Alejandro Decinti, y que vuelve a tener como protagonista a santa Magdalena de Nagasaki (1611-1634), mártir japonesa miembro de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta, de la que ahora es patrona.

David ya había pintado a santa Magdalena con su cuadro “Flor del Fujiyama, presentado en octubre de 2017, coincidiendo con el trigésimo aniversario de la canonización de la santa japonesa, colofón de una gesta misionera de los Agustinos Recoletos en Japón que, si bien no duró mucho en el tiempo, estuvo llena de compromiso y frutos.

En esta ocasión, David ha firmado el cuadro junto con su profesor de pintura, Alejandro DeCinti, con quien ya ha hecho otras colaboraciones. Es de dimensiones generosas, con un metro y cuarenta centímetros de ancho y un metro y sesenta centímetros de alto, en formato vertical. La técnica utilizada es la de óleo sobre lino.

La escena representa una alegoría del martirio de santa Magdalena llena de elementos simbólicos que hablan de aspectos de la fe que ella defendió con su propia vida. No es, por cierto, un tema que haya sido muy tratado en las representaciones de la santa hasta ahora.

En la composición se ve a los verdugos que preparan el cuerpo de Magdalena para sufrir la tortura de la horca y la hoya, el que le llevó definitivamente a la muerte. Su cuerpo imita la posición de Cristo en la cruz, dado que todo mártir asocia su sufrimiento a la pasión redentora del Señor.

Las manos de Magdalena exhiben un antiquísimo gesto que desde la época clásica es símbolo de la Palabra, y que posteriormente adquirió en el arte cristiano el carácter de bendición. De esta forma, Magdalena habla al espectador con su martirio, habla de Cristo, por quien está dando su vida y es la segunda persona de la Trinidad, y a la vez bendice a los fieles y a sus torturadores.

En el lado derecho hay tres personajes. Los dos autores han querido retratarse en la composición como devotos que presencian el martirio de la santa. El primero, que representa a fray David con su hábito de religioso agustino recoleto, evoca la presencia del Padre con su mirada elevada al cielo, y al Espíritu Santo con sus manos dispuestas en forma de paloma.

El segundo personaje, Alejandro, se muestra en actitud reflexiva y orante, de cierta forma amenazado por la espada del tercer personaje: un soldado vestido de rojo cuya particularidad es la de no tener ojos, símbolo del Maligno, a quien su orgullo ha cegado.

Esta escena busca representar que aunque el ser humano pueda estar bajo la espada del mal, para quienes invocan al Padre en el Espíritu, por los méritos de Cristo Salvador, no hay muerte que los pueda vencer.

En el lado izquierdo se ve a tres verdugos que sostienen a Magdalena y la preparan para el tormento. Representan tres actitudes que pueden ocurrir ante el sufrimiento del mártir.

El primero, en contraposición al fraile recoleto del lado derecho, mira también al cielo, queriendo buscar el bien; pero en realidad busca un bien aparente, irreal. La fuerza con la que desea atraer ese bien hacia sí es la misma que procura muerte y dolor al inocente.

El segundo, vestido de blanco, representa una falsa candidez. Es quien no se compadece y ríe ante el dolor ajeno, por eso también lleva en sus vestidos el color rojo sangre.

El tercero, vestido de púrpura, color penitencial en la simbología cristiana, es aquel que está abierto a la conversión y al arrepentimiento; duda y deja abierta la posibilidad de cambiar su actitud.

Un cuarto personaje en la composición, que no está en contacto con la santa, es representación del espectador, por ello no tiene un rostro definido. Tiene en su mano la decisión de involucrarse en el sufrimiento del otro o de no tomar parte y ser indiferente. Llama, por tanto, al espectador, para animarle al compromiso.

De todos los personajes, destaca que la única que posee una mirada fija hacia adelante es Magdalena. Su rostro refleja serenidad, pero también dolor. Interpela al espectador con su mirada y su testimonio. Está a punto de ser sumergida en un pozo que, intencionalmente, se ha pintado como de aguas límpidas.

Posiblemente no fue así el pozo real en el que Magdalena perdió la vida, que estaría más bien relleno de aguas turbias o sucias por haber sido ya usadas para el tormento. Pero los autores quieren con esas aguas limpias recordar al bautismo, por el cual ella ha pasado de la muerte a la vida en Cristo, y que sella de modo perfecto con la entrega generosa de su vida por la confesión de la fe. Magdalena, sumergida en la fosa de la muerte, resurgirá cuando reciba, una vez consumado su martirio, la palma de la victoria.

Un último elemento, tomado de los relatos del martirio de Magdalena, es el rosario de nudos que lleva en su mano. Representa la presencia de María, reina de los mártires, y las oraciones y cantos que la santa elevaba a Dios mientras era torturada.