Este es el título que Miguel Miró Miró, agustino recoleto, da a su relato sobre su estancia en la misión de Holguín, Cuba, adonde solicitó ir por un tiempo una vez que terminó de desempeñar su oficio de prior general de la Orden de Agustinos Recoletos por doce años (2010-1022). La presencia recoleta en esta isla caribeña se limita a una comunidad en la Diócesis de Holguín, de la que formó parte Miró.
¿Qué vas a hacer ahora? Me preguntó el nuevo prior general al terminar el Capítulo. “Desearía ir unos meses a la Misión de Cuba para apoyar en lo que pueda y luego volver a la Provincia” le respondí con sinceridad y cierto temor. Creo que, a mi edad, después de estar dieciocho años en Roma, dedicado a las tareas de gobierno, hay que dejar la vida en manos del Señor y estar dispuesto para iniciar una nueva etapa de la vida con ilusión y renovada esperanza.
Dejar el cargo y las responsabilidades de gobierno fue una liberación y también fue una oportunidad para “poner orden en la propia vida” (Martini). Deseo considerar los acontecimientos y las situaciones desde la fe, con libertad, con creatividad, sin miedo, sin dejarme condicionar. Para mí, ha sido una bendición estar un tiempo en la Misión de Cuba, al convivir con una comunidad interprovincial y ejercer el ministerio pastoral con personas concretas que sufren su pobreza material y viven su riqueza espiritual en condiciones sociopolíticas muy particulares.
Nos unimos a un pueblo que camina
Fue a partir de 1980 cuando los cubanos después de la revolución, podían decir sin miedo que eran católicos. La visita de los papas Juan Pablo II (1998), Benedicto XVI (2012) y Francisco (2015) dieron un gran impulso para que la Iglesia de Cuba expresara su fe con libertad. En su visita, el papa Francisco dijo en Holguín, “Al paso de las décadas nuestra Iglesia, en el silencio de la cotidianidad, ha ido fortaleciendo su espiritualidad pastoral sustentada en cuatro claves del Reino: el valor de «lo poco», de «lo pequeño», de «lo anónimo» y de «lo gradual». La misma necesidad es un aliciente para caminar juntos, celebrar la fe, ser solidarios con todos y evangelizar. Todos los carismas se van integrando en la vida pastoral de la Iglesia en Cuba. Reducida en número, pero que camina unida, con audacia y esperanza.
Los Agustinos Recoletos llegaron a Cuba el 17 de febrero de 2018. Actualmente, atienden en la Diócesis de Holguín una zona pastoral de 781 km2 con una población de cerca de 80.000 habitantes. Esta zona comprende las parroquias de Banes, Antilla, Báguanos y Tacajó. Cada Parroquia tiene comunidades en poblaciones cercanas (Río Seco, Cañadón, Los Ajíes, Macabí, El Ramón). El 40 % están bautizados, pero pocas personas participan en la Eucaristía dominical. La participación en las actividades parroquiales se ha visto muy mermada por la pandemia.
Este pueblo, que según monseñor Emilio Aranguren, obispo de Holguín, vive una “fe privatizada”, siente la necesidad de rezar a la Virgen de la Caridad y de abrir su corazón a Dios. Al celebrar la Eucaristía con la puerta de la iglesia bien abierta, me motivaba pensar que cada Eucaristía era hacer presente al Señor en cada uno de estos pueblos y comunidades rurales, aunque fueran pocos los que participaban y viera pasar por la calle muchas personas ocupadas en sus quehaceres cotidianos.
Hay que buscarse la vida
Es evidente la crisis social y económica que vive el país. Con el boicot internacional se castiga a los más necesitados y se justifican decisiones difíciles de entender para mí. Para mucha gente la vida en Cuba no es fácil y hay que “resolver” las dificultades de cada día para sobrevivir. Son cerca de cinco millones los cubanos que viven en el exterior y ante la situación de precariedad son muchos los que desean emigrar para lograr una vida más digna.
Tenía la impresión de que había retrocedido en el tiempo y que revivía las necesidades materiales de la España rural de los años sesenta. Surgían en mi mente los lejanos recuerdos de la infancia. Hay algunos automóviles modernos, pero llama la atención la circulación de vehículos compuestos de piezas de desguace, los triciclos y los carros de caballos que se usan como transporte público. Es muy difícil conseguir piezas de repuesto para los vehículos. Gracias a la ayuda de los religiosos de Panamá, en los viajes a dicho país se traen repuestos para los vehículos. Las maletas vienen repletas de medicinas, electrodomésticos, linternas eléctricas y alimentos.
La escasez de medicinas de la gente me hacía sentir privilegiado ya que había traído las que yo necesito para largo tiempo. En la casa teníamos un depósito de medicamentos y con frecuencia nos venían a pedir con recetas. En muchas ocasiones, la respuesta común en Cuba es: “no hay”. Los apagones diarios de seis horas nos obligaban a organizar la vida contando con ellos. A raíz del incendio de los depósitos petroleros de Matanzas se incrementaron las restricciones de luz que con frecuencia eran de doce horas. Las consecuencias para la conservación de alimentos eran evidentes, y se detenían los servicios de los sistemas electrónicos de las tiendas y servicio municipales. Antes de la pandemia, ARCORES patrocinó un proyecto para enseñar informática, pero quedó paralizado.
Me acostumbré a las asignaciones de productos alimenticios que ofrece el gobierno (mandados), se da a cada persona un panecillo al día (cuando hay harina). Cuando hay, cada persona puede recoger su asignación mensual de arroz, azúcar, frijoles, huevos y picadillo de carne… Como es insuficiente, hay que comprar en los economatos del gobierno o buscarse la vida para conseguir fruta, pescado o carne. En el patio de la casa cural de Banes criamos conejos y en la azotea gallinas. En Báguanos y Tacajó cuidan uno o dos cerdos para el consumo o para recoger fondos. Con frecuencia recibíamos la ayuda de personas que te daban fruta o postres. Tuve la suerte de estar en tiempo de mangos; los comprábamos a los agricultores que los vendían al borde de la carretera cuando volvíamos de las parroquias. No me podía imaginar que cuando no había harina, ni luz, los hermanos de comunidad consiguieran un pastel para celebrar cumpleaños.
Para atender las parroquias la comunidad necesita vehículos. Disponíamos de dos motos eléctricas y tres automóviles: un Peugeot averiado y un Lada 2107 resistente, pero con abundantes reparaciones. Después de varios intentos de adquirir un vehículo de garantía, por fin se logró comprar (a un coste abusivo) un Jeep Toyota FJ40 del año 1959; a los pocos días se rompió y tuvimos que adquirir un motor nuevo adaptable.