El agustino recoleto Joseph Shonibare en la misión de Cuba. Septiembre de 2022.

Joseph Shonibare (Londres, 1971) acaba de añadir otro capítulo a su vida como misionero agustino recoleto tras pasar por Sierra Leona y la Amazonia brasileña: Cuba. En redes sociales ha escrito en primera persona cómo ha sido su llegada al país caribeño, escrito que adaptamos y presentamos.

Hoy, primero de octubre, se celebra la fiesta de santa Teresita del Niño Jesús, que es la patrona universal de las misiones. Y justo hoy hace un mes que llegué a estas tierras cubanas, las mismas que Cristóbal Colón describió como “la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”.

Durante este mes, al estilo de Colón, he descubierto ya muchas cosas. Por ejemplo, una de las que me ha llamado mucho la atención es que la tierra de mis raíces, Nigeria –que también hoy, por cierto, celebra 62 años de independencia – tiene muchos vínculos culturales con Cuba.

He podido vivir ya en mi piel, demostrado físicamente, un ejemplo concreto de la inmensa acogida y la enorme solidaridad cubanas. Volviendo de celebrar una Misa en una comunidad, la moto eléctrica que usaba se quedó sin batería. Me tocó llamar a una puerta para pedir recargarla. La señora de la casa no solo me dejó enchufar la moto, sino que también me ofreció una silla y me dio fruta y conversación durante los 40 minutos que duró la recarga.

No entro en la cuestión de la falta gasolina, pero sí diré que durante este mes no he comido carne ni huevos, ni he bebido leche. No porque sea vegano, sino porque encontrar todo eso es más que difícil. También he vivido los apagones, periodos de entre seis y doce horas diarias sin electricidad.

Durante este mes el pueblo cubano me ha demostrado ser culto y educado, pese a que no cuenta con medios modernos para alcanzar todo su potencial. Me viene a la mente con mucha frecuencia la película “Regreso al futuro” de 1985, porque por las calles ves todos los coches y motos que en otros países serían reliquias caras y piezas de museo. Pero aquí son los medios de transporte habitual.

A este pueblo le he escuchado ya historias variadas de valentía y coraje, de control estatal y de amor a la patria, de decepción y de miedo. Hay aquellos que sinceramente creen que este sistema es el mejor que existe; y otros que no lo ven así, especialmente los jóvenes de entre 20 y 30 años que acaban en muchos casos emigrando.

Estos dejan a sus familias, sus empleos y sus amistades para emprender una travesía de 10 a 50 días por mar y tierra para intentar llegar al considerado por el régimen “enemigo número uno” de Cuba, los Estados Unidos.

Lo cierto es que casi todas las familias de esta región tienen a alguien allí o conocen personalmente a alguien que está o acaba de llegar por, como dicen ellos, “los volcanes”. Y también he oído a algunas viudas que viven diciendo a todo el mundo que “de Cuba no salgo, aquí nací y aquí voy a morir”.

Durante este mes ya he logrado percibir no pocos aspectos similares con los otros países en los que he servido como religioso agustino recoleto: Inglaterra, Sierra Leona, Brasil y, ahora, Cuba. También todos ellos tienen sus peculiaridades propias.

Coinciden en que todos estos pueblos necesitan ser servidos con amor y desde una profunda espiritualidad. Y muy diferentes son sus historias, que siempre merecen ser escuchadas y respetadas.

Espero en los próximos años servir con más amor y con profunda espiritualidad a este pueblo, y aprender con más ahínco su forma de ser y pensar, sus inquietudes y esperanzas, sus alegrías y tristezas, todo eso que podríamos llamar la “cubanía”.

Seguro que la Virgen de la Caridad, la patrona de Cuba, intercederá por mí y por los otros frailes agustinos recoletos de esta misión. Y es que cuando en julio conocí que mi petición de ir a la misión de Cuba había sido aceptada, me vino enseguida a la cabeza esta canción ya clásica que aprendí en España:

¡Qué detalle señor has tenido conmigo!
Cuando me llamaste, cuando me elegiste,
cuando me dijiste que tú eras mi amigo,
¡qué detalle señor has tenido conmigo!

Te acercaste a mi puerta pronunciaste mi nombre;
yo temblando te dije: “Aquí estoy, Señor”.
Tú me hablaste de un Reino, de un tesoro escondido,
de un mensaje fraterno que encendió mi ilusión.

Señor, gracias por el privilegio de estar aquí sirviendo. Bendice a todos los de esta tierra, bendice los amigos y los que viven en mi corazón, a aquellos que dejé en Pauiní (Amazonas, Brasil) y en los otros lugares donde te he servido.

La misión aquí, para mí, está comenzando. Me siento con ánimo y esperanza y, como dijo san Agustín: “¡Señor, da lo que mandas y mandas lo que quieras!”.