“Jesús acaba con todos los sambenitos y calla las bocas de todos los chismosos con cara de santurrones. Él lanza los puentes que sean necesarios, pero la condición para sentarse a la mesa es estar en comunión. La misericordia no es ni mucho menos un “todovale”, sino conmoverse ante la situación del otro y hacerle el bien de forma que pueda cambiar su vida, si es lo que necesita”.
Fray Roberto Sayalero, OAR
¿Por qué nos cuesta entender la generosidad? Me lo he preguntado algunas veces cuando he escuchado conversaciones o leído algunos artículos en los que se pone en duda la generosidad de alguien bajo la sospecha de que esa acción no es tan altruista como parece, sino que persigue algún beneficio futuro, sobre todo si el donante es una persona famosa por su abultado capital. “Ese, algo querrá” es el sambenito con el que se sentencia el hecho en vez de alegrarse de verdad porque alguien ponga en práctica el mandato evangélico de compartir los bienes con los necesitados.
Algo parecido es lo que sucedió entre Jesús y Zaqueo. Entre el Hijo de Dios y el jefe de los publicanos. Zaqueo era un hombre de baja estatura y la gente le impedía ver a Jesús. Había muchos prejuicios contra los publicanos, como sucedía también en el evangelio del domingo pasado con el episodio del fariseo y el publicano. Quizá había gente convencida de que Zaqueo, un auténtico corrupto y extorsionador, no era digno de acercarse a Jesús. Pero él no tiene vergüenza de hacer el ridículo, y se sube a una higuera para ver bien a Jesús cuando pase.
Aparecen en escena los que creen ser los jefes del protocolo ortodoxo y los portadores de la agenda de Dios, donde está supuestamente marcado con quién habla y con quién no; Jesús hace saltar por los aires sus previsiones y decide hospedarse en su casa. Al entrar y sentarse a su mesa, lo libera de la exclusión. Zaqueo no promete ser un devoto cumplidor sino algo mucho más complicado y profundo. Quiere reparar las injusticias que había cometido como jefe de los recaudadores. Tampoco ofrece dar una limosna rácana para tranquilizar la conciencia, sino dar la mitad de sus bienes a los pobres, compartirlos con ellos y restituir, conforme a lo mandado por la ley, a aquellos de quienes se haya aprovechado. Una vez más el acento no se pone en la ley sino en la caridad; en la persona y no en la norma, en la arena de la vida y no en el mármol de la ley. Lo que Zaqueo hace es el resultado de un proceso de conversión. Se da cuenta de que ha obrado mal y se encuentra con la misericordia de Dios, que viene a su casa. Es un detalle importante, el encuentro con Dios solo es para quienes lo buscan.
Jesús acaba con todos los sambenitos y calla las bocas de todos los chismosos con cara de santurrones. Él lanza los puentes que sean necesarios pero la condición para sentarse a la mesa es estar en comunión. La misericordia no es ni mucho menos un “todovale” sino conmoverse ante la situación del otro y hacerle el bien de forma que pueda cambiar su vida, si es lo que necesita. La misericordia no excluye ni excomulga, aunque sea con pías razones, sino que ofrece un camino para llegar a la comunión. Zaqueo antes de sentarse a comer tenia claro que iba a dar la mitad de sus bienes y a restituir lo robado. Ese es el paso hacia la comunión. Por eso los que murmuraban acusando a Jesús de pecador por comer con ellos se estaban delatando a sí mismos. Si Dios mira siempre los corazones, ¿por qué nosotros juzgamos a partir de la etiqueta?
A la luz de este evangelio, podemos establecer dos perspectivas de reflexión. Por un lado, la de quien se convierte y se da cuenta de que lo que hace no está bien, e intenta en la medida de sus posibilidades restituir el daño que ha hecho. Querer cambiar supone asumir un riesgo para lograr aquello que crees, que sueñas, que persigues y ser valiente para atravesar el denso muro de miedo y envidia de aquellos que murmuran, sospechan y cuelgan sambenitos. Por otra la de acostumbrarnos a mirar más allá de las apariencias. Arriesgarnos de una vez a que entre el amar y el juzgar lo segundo no sea lo primero. La perfección que se nos pide es en el amor. Y en esa perfección el otro es siempre necesario.
Una semana más nos topamos con la misericordia de Dios que se salta el protocolo, que sabe reconocer a distancia qué ojos le buscan por propio interés y cuáles le buscan porque esperan una mano que los acoja y los trate como merecen. Dios busca corazones abiertos a su acción. Quienes se creen más cerca suelen ser los más alejados. Zaqueo luchó por conocer a ese Jesús de quien tanto oyó hablar. ¿Es ese nuestro deseo o pensamos que ya no tenemos nada que cambiar o esperar?