
La ceremonia de profesión solemne se vivió con intensidad y curiosidad el pasado 8 de octubre en Pauiní, Amazonas, Brasil, en cuya comunidad misionera Roberto lleva a cabo el año de integración comunitaria y pastoral tras terminar los estudios filosóficos y teológicos.
El agustino recoleto Roberto Carlos Alvarado (Tejutla, Chalatenango, El Salvador, 1986) profesó los votos solemnes el pasado 8 de octubre en una ceremonia cargada de intensidad y de emoción, desarrollada en las instalaciones del Centro Esperanza, proyecto socioeducativo de los Agustinos Recoletos y la Prelatura de Lábrea en Pauiní (Amazonas, Brasil).
La ceremonia estuvo presidida por el delegado de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de los Agustinos Recoletos en Brasil, Juan Cruz Vicario, residente en Manaos, capital del estado de Amazonas. Alrededor de 150 personas acompañaron a Roberto en este día tan importante en el que era aceptado de manera permanente en la comunidad religiosa tras mostrar su deseo públicamente y prometer solemnemente los votos de pobreza, castidad y obediencia dentro de la Orden de Agustinos Recoletos.
Juan Cruz Vicario explicó durante la homilía el sentido de los votos y de la consagración religiosa y el carácter testimonial de la comunidad presente mientras Roberto promete los consejos evangélicos. Después invitó al propio profesando a explicar su vocación a la vida consagrada, su vocación misionera y su servicio a Dios: “Dios me quiere dar una vida de alegría, de plenitud y de servicio junto a vosotros”.
Roberto indicó que con esta profesión además de hacerse miembro de la Familia Agustino-Recoleta, se hace miembro de la familia de Pauiní, porque es ahí donde Dios le pide estar ahora, “con la confianza de que Dios está siempre de mi lado, así como todos vosotros que, pese a mi debilidad humana, que me dais vuestro cariño y ánimo”.
Pauiní no está acostumbrada a este tipo de ceremonia y la vivió con curiosidad. Además Roberto Carlos, por esta vez, vivió de una manera práctica el hecho de ser misionero en una de las zonas más aisladas del mundo, puesto que sus familiares, amigos, conocidos y hermanos religiosos solo pudieron asistir a la ceremonia a través de las redes sociales de la Parroquia de San Agustín.
La preparación, con todo, fue esmerada. En el polideportivo del Centro Esperanza los hábiles carpinteros locales levantaron un presbiterio y un panel a modo de retablo, adornado con profusión de plantas y una cruz. Todo el resto de la infraestructura quedó también engalanada por un equipo de ornamentación.
La liturgia fue solemne, alegre y llena de música y colorido. Numerosos monaguillos, acólitos y ministros de la Palabra y de la Eucaristía ataviados con sus ropas identificativas acompañaban a fray Roberto, además de sus hermanos de comunidad local, José Arredondo (párroco) y Alfonso Lázaro, quien ejerció de monitor en determinados momentos.
Antes de finalizar, el recién profeso agradeció a todos su esfuerzo para hacer posible esta solemne celebración y dirigió unas emotivas palabras en portugués, que posteriormente resumió en español para sus familiares en El Salvador y en inglés, dado que buena parte de su familia está asentada en Elizabeth, Nueva Jersey, Estados Unidos. Comenzó su intervención con el final de las Confesiones de san Agustín:
“Gracias a ti, dulzura mía, gloria mía, esperanza mía y Dios mío, gracias a ti por tus dones; pero guárdamelos tú para mí. Así me guardarás también a mí y se aumentarán y perfeccionarán los que me diste, y yo seré contigo, porque tú me diste la existencia.
El sentimiento que hay ahora mismo en mi corazón es el de gratitud. Si miro hacia atrás todo lo que veo en mi vida, hasta hacer esta elección, es la misericordia de Dios, que me dio todo para construir el camino que me ha traído hasta aquí.
Cuántas historias, cuántas personas, cuántos momentos de dolor y sufrimiento, mis oraciones, momentos de soledad, cuántos silencios, cuántas preguntas y cuántas respuestas en este proceso que hoy no termina, sino apenas empezando. He vivido la acción maravillosa de Dios y de su Espíritu.
Gracias por mi familia, por mi historia, por las personas que encontré y con las que seguiré encontrándome en el camino de Jesús. Gracias a mi familia de sangre por creer en mí, apoyarme y porque aún en las distancias sé que están conmigo.
Gracias a la Orden de Agustinos Recoletos por su formación, acompañamiento. Gracias a la Iglesia Católica por aceptarme, curarme y ofrecerme una familia tan grande y maravillosa al compartir la fe.”
El canto de la Salve y del Joseph pusieron fin a la Eucaristía, pero la fiesta continuó en las instalaciones del Centro Esperanza, cruzando la calle desde el polideportivo, donde había para todos un refrigerio. La charla animada y una sesión de fotos con los presentes completaron la alegría de la jornada.