«Hoy nos encontramos con la dimensión misionera de la eucaristía. Debemos procurar que ese amor que creemos y vivimos se convierta en un auténtico río de paz y alegría para los demás. Debemos ponernos en camino,. No podemos guardarnos este anuncio gozoso, debemos hacer que todos lo compartan».

Jesús no quiere que el anuncio gozoso del Reino de Dios, con el mensaje de amor universal que trae consigo, quede sólo para él y aquellos que le rodean, sino que quiere que fructifique y se reparta por todos los lugares. Para ello va enviando mensajeros y eso es lo que nos relata hoy el evangelio.

Veamos algunos detalles: Jesús tiene prisa porque se pongan en camino, pero también les advierte de la dificultad de la misión, Cómo corderos en medio de lobos. No han de llevar nada que les pese ni tampoco detenerse, pues el anuncio es urgente. Además cuando lleguen a un sitio han de adaptarse a la nueva situación y sanar a los enfermos. Su bandera, su distintivo: la paz. Anunciar el evangelio, no es sino anunciar la paz. Anunciar la paz no es más que anunciar la alegría, el bienestar. Anunciar la alegría y el bienestar es la mejor forma de hablar de Jesús y de proclamar que el reino de Dios está cerca. Ni condenas, ni moralinas, ni divisiones, ni crispaciones, ni partidismos, ni cuentos para no dormir. Evangelio es sinónimo de alegría y felicidad sin medida, no de ley y cumplimiento, de confesionario y reclinatorio. Eso es lo que hay que anunciar.

En ocasiones parece que nos dedicamos a lanzar bolsas de comida desde un helicóptero o a tirar caramelos desde una carroza. Hacemos buenas acciones, sí, pero no nos implicamos lo suficiente, guardamos demasiado las distancias. Evangelizar, anunciar a todos la buena noticia del Reino, vivir en cristiano, llenar todo de alegría, solamente es posible si nos descalzamos, si abandonamos los zapatos de tacón y comenzamos a pisar el suelo donde se encuentran las alegrías, las penas, las esperanzas y también las ilusiones de todos. Evangelizar no es dar aplausos o coces desde un púlpito o una sacristía; no es estar abonados al “no”, sino injertarse en la vida de los demás, porque nuestra única misión es sembrar a manos llenas vida y esperanza.

Hoy nos encontramos con la dimensión misionera de la eucaristía. Debemos procurar que ese amor que creemos y vivimos se convierta en una auténtico río de paz y alegría para los demás. Debemos ponernos en camino,. No podemos guardarnos este anuncio gozoso, debemos hacer que todos lo compartan. La mies es abundante y los obreros pocos. esto no es sólo tarea de los sacerdotes o de los religiosos sino de todos los bautizados. Hay que evitar que nuestra fe se acorche, se enrancie por no manifestarla o se esclerotice porque solo la usamos aquí dentro, una vez a la semana. Un ejemplo de esta experiencia alegre y jubilosa lo encontramos en la primera lectura, donde el profeta habla de la restauración de Jerusalén o también en el salmo donde el salmista tributa una merecida alabanza a Dios por los bienes recibidos: Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas a favor de los hombres.

Pienso, sinceramente, que es tal la alegría que brota de la profunda experiencia de Dios, de haber participado en una celebración que no debemos guardárnosla. Nuestra vida ha de ser el mejor testimonio de ella, implicándonos de verdad, sin ver los toros desde la barrera. Caminar descalzos, fiándonos de Dios. Ese es el único camino para que nuestro modo de vida tenga credibilidad, para que podamos dar una respuesta a tantos que buscan un rumbo para sus vidas en medio del sufrimiento y el sin sentido. Hacen falta buenas noticias, pero también hay que saber contarlas. De nosotros el mundo espera alegría y paz. ¿Estás dispuesto?