Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.

La capacidad de reacción de los recoletos se demostró también en grandes empresas comunes. Quizá la más importante fue la reanimación de la Provincia de Colombia, que se encontraba en estado agónico. Sucesivas expediciones desde España fueron, poco a poco y a costa de enormes sacrificios, levantando de nuevo el edificio de la Recolección en aquel país. El capitán de tan gloriosa empresa fue san Ezequiel Moreno, obispo de Pasto y adalid de la Iglesia colombiana frente al liberalismo. En 1992, en Santo Domingo (República Dominicana), Juan Pablo II lo presentó ante todo el Episcopado latinoamericano como Santo de América.

Sin embargo, a finales del siglo XIX sobreviene a la Recolección la prueba más dura, la que le hace sumir las heces del sacrificio: la Revolución de Filipinas (1898), donde había unos trescientos cincuenta recoletos. Al estallido de la Revolución, los frailes tienen que escapar como pueden, dejando en las Islas treinta y un muertos.

No obstante, lo que aparentemente era una hecatombe, obligó a los religiosos a escapar a la ventura hacia América. Tras avatares sin cuento, el estandarte recoleto se planta en Panamá y en Venezuela (1898), Brasil (1899), la Guayana, Trinidad… Ésta será la semilla que irá exten­diéndose en tierras americanas hasta alcanzar el arraigo y la amplitud actuales. En estos países tienen que pechar al principio con los ministerios y lugares más duros, que siembran de religiosos muertos al embate de los peligros y las malas condiciones. Es el comienzo del renacimiento. Como es ley en la Iglesia de Cristo, la semilla de la fe y la palabra crece cuando se riega con sudor, lágrimas y sangre.

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