Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.

Menos mal que Dios es grande y vela siempre por los suyos. No todos mis agustinos eran tan conformistas. Muchos tenían un corazón fuerte, pujante: no se contentaban con llevar una vida cómoda y rutinaria, buscaban con ansia la santidad perfecta. Poco a poco fueron saltando al ruedo, primero uno, luego otro; arrastrados por el ejemplo, se les fueron juntando otros muchos, los insatisfechos, los animosos. Y fueron naciendo centros de renovación y reforma a lo largo del siglo XV. Estrecharon lazos entre ellos y formaron cuerpo: se les llamó «Congregaciones de la Observancia».

Observaban la regla y constituciones con todo rigor, al pie de la letra, sin excepciones ni componendas. Vivían con una austeridad que llamaba la atención. En ellos la vida religiosa era lo que siempre ha querido ser: denuncia y testimonio, banderín de enganche para cuantos quisieran seguir de cerca al Señor manso y humilde. Su sistema de vida se enriquecía con una pobreza extrema, con una oración intensa y continua, con el apostolado ardiente que arrastraba a las masas.

Fueron grandes hombres cortados a la medida de mi corazón: Juan de Sahagún, Juan Stone, Tomás de Villanueva, Tomé de Jesús… y tantos otros santos. Estas congregaciones crecieron, sirvieron de fermento a toda la masa. Con el tiempo, provincias y naciones enteras quedaron absorbidas por las Congregaciones de la Observancia. Ver crecer en extensión y ánimos estos grupos de aspirantes a la vida perfecta me colmaba de satisfacción y orgullo. De nuevo me reconocía en mis hijos: reconocía en ellos el fuego intenso que siempre ha devorado el corazón de Agustín.

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