Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.

Hemos de dar un salto hasta el siglo XIII. La historia de mi familia discurre, hasta entonces, como un río subterráneo, pero ahora rebrota. Toda mi vida ha sido siempre servir a la Iglesia: es deber de todo buen hijo sacrificarse con alegría por su madre. Y en el siglo XIII la Iglesia pedía a gritos voluntarios que salieran en defensa de la fe, su carne estaba desgarrada por las herejías, muchos de sus miembros arrastraban una vida lánguida. Había que formar cuerpos especiales, bien entre­nados y dispuestos a gastar sus fuerzas en la predicación con la palabra y el ejemplo. Muchos de los mejores se habían retirado de las ciudades, buscaban a Dios en la soledad y en la sencillez del campo; vivían como ermitaños, atentos sólo a sí mismos, buscando a Dios en su interior; oraban, meditaban, hacían penitencia…

La Familia Agustino-Recoleta. Santiago Bellido, lámina. Valladolid, 1999.
La Familia Agustino-Recoleta. Santiago Bellido, lámina. Valladolid, 1999.

El Papa quiso unir energías dispersas, convocó a los ermitaños y los llamó al servicio de la Iglesia. El año 1256, en Roma, tiene lugar lo que llamamos «la Gran Unión»: los diversos grupos, con sus tendencias peculiares, forman un solo cuerpo y, como norma y meta de vida, todos aceptan mi regla.

Mi familia se ha enriquecido de golpe con un sinfín de hijos más. Mi vocación ha sido siempre la de restablecer la paz y la unidad. Y éstos de ahora son también hijos de la unión, de la unidad. Y llevan en sus venas la sangre de la caridad, del amor que les lleva a servir, ante todo, a la Iglesia.

Buena marcha nos queda aún por hacer.

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