Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.

En Tagaste repartí entre los pobres la poca hacienda que me tocaba. Sólo me quedé con la casa de mis padres, y allí hacía vida común con varios amigos. Teníamos sólo lo imprescindible, y nadie poseía nada propio. Repartíamos el día entre el estudio y la oración. En Casicíaco yo ya había comenzado a publicar libros, y aquí seguía dedicado a lo mismo. Me esforcé por demostrar la falsedad de la doctrina maniquea, y me consta que ayudé a muchos a salir de aquella trampa.

Agustín en la vida comunitaria. Santiago Bellido, lámina. Valladolid, 1999.
Agustín en la vida comunitaria. Santiago Bellido, lámina. Valladolid, 1999.

Cuando llevaba tres años en Tagaste me hi­cieron, casi a la fuerza, sacerdote de una ciudad costera, Hipona; una ciudad ruidosa y llena de problemas. El obispo era de lengua griega y apenas conocía nuestra lengua, el latín; necesitaba a alguien que predicase y entendiese a la gente. Desde luego, esto supuso una ruptura en mi vida. Se fueron a pique, de golpe, los planes que yo me había hecho y creía definitivos: vivir retirado, dedicado a la oración y al estudio. De repente, me encontré sumido en un mar de actividad. Aunque comprendí enseguida que ése era el camino que Dios me indicaba para servirle a él en los demás.

Ahora bien, no os penséis que por eso abandoné mi ideal monástico; al contrario, vi que el monasterio podía ser el mejor servicio a la Iglesia. Así que, con el permiso del obispo, organicé uno en Hipona. Lo mismo que en el de Tagaste, tomamos como modelo a la primera comunidad de Jerusalén que describe el libro de los Hechos de los apóstoles: Los creyentes -dice- no tenían sino un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba como propios sus bienes, sino que todo era común entre ellos (4, 32). Nosotros hicimos lo mismo. Igual que ellos, repartimos todo entre los pobres y, de lo que había en el común -fuera ropa, dinero o comida-, cada uno recibía cuanto necesitaba. Unos estudiaban, otros trabajaban, pero todos nos esforzábamos por hacer de la comunidad un testimonio de caridad y de unidad. Eso era lo importante.

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