Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.
El magisterio de san Agustín sobre el monacato y la vida religiosa occidental no descansa tanto sobre la acción de sus discípulos o sobre aportaciones jurídico-institucionales cuanto sobre sus escritos. Han sido éstos los que le han convertido en guía y padre de religiosos. Y no sólo los de tema estrictamente monástico. También las Confesiones, algún capítulo de La Ciudad de Dios, varias de sus cartas, sermones y exposiciones sobre los salmos han servido de guía y alimento a incontables generaciones religiosas. Sus obras monásticas más importantes son los sermones 355 y 356, la enarración al salmo 132, la carta 48, la Regla y los opúsculos De opere monachorum y De sancta virginitate.
En la imposibilidad de sintetizar aquí el contenido de todas ellas, opto por extenderme un poco sobre la Regla. Es el documento monástico más importante del santo. Pero también el más controvertido. A lo largo de los últimos siglos ha sido objeto de numerosos estudios y se han tejido sobre él las teorías más peregrinas. La mayoría la ha considerado como una simple transcripción masculina de la carta 211, dirigida entre los años 411 y 426 a las monjas de Hipona. Otros la han creído una acomodación de los sermones 355 y 356. Otros le han negado valor jurídico y, últimamente, hasta se ha dudado de su autenticidad agustiniana. Esta confusión nace, en parte, de la carencia de un documento fidedigno que atestigüe su autenticidad. Ni Agustín en sus Retractationes ni san Posidio en el Indiculum dicen palabra alguna sobre ella. Pero ha sido alimentada por la increíble ligereza de algunos estudiosos, por otra parte eminentes, y por los prejuicios de otros tanto sobre la vida religiosa en general como sobre la de san Agustín en particular.
Actualmente su autenticidad es admitida por los estudiosos, obligados tanto por el vocabulario, el estilo literario, las citas bíblicas y la dinámica interna de la obra como por su tradición histórica y literaria. Los manuscritos más antiguos y autorizados, que se remontan a los siglos vi–vii y ix, ya la atribuyen al santo. La tradición histórica es todavía más antigua. Se remonta a san Cesáreo de Arlés, que se sirvió de ella a principios del siglo vi (512-535) en la redacción de su Regula ad virgines(12). Del mismo siglo son la Regula Tarnantensis, algunos de cuyos capítulos (14-23) son simples paráfrasis de la Regla agustiniana, y la Regula Pauli et Stephani, considerada durante siglos “como un simple comentario a la misma o, quizá, como un texto de conexión entre ella y el De opere monachorum” (13).
Esta Regla tiende toda ella a construir una auténtica vida comunitaria, a ejemplo de la primitiva comunidad de Jerusalén (Hch 4, 32-35). Los hermanos se reúnen en el monasterio para vivir unánimes en él y tener “una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios” (R 1, 2). Pero sólo alcanzarán dicho fin si son humildes, desprendidos de toda propiedad privada y entregados en cuerpo y alma a la comunidad; si respetan la individualidad de sus hermanos y los corrigen con caridad; si el prepósito vive para servir a los religiosos y éstos se compadecen de él y le ayudan a llevar su pesada carga; y si todos son amantes de la belleza espiritual y no simples esclavos de la ley. “La perfecta comunidad agustiniana es una comunidad de amor nacida de la gracia de Dios y consagrada a su servicio; una comunidad de vida sencilla y sobria, en que todo se pone en común: talentos, afectos del corazón y bienes materiales, en que no cabe el autoritarismo ni el privilegio, pero respeta la personalidad de sus miembros y atiende a sus necesidades; una comunidad que vive en diálogo fraterno y confiado y se comunica con la iglesia local; una comunidad que, aunque pueda carecer de una misión concreta bien determinada, debe vivir siempre atenta a la voz del Señor y a las necesidades de la Iglesia” (14).
(12) Siguen siendo fundamentales los diversos estudios de Luc Verheijen, especialmente los dos volúmenes de La Règle de St. Augustin, París 1967; también, T. van Bavel, “Parallèles, vocabulaire et citations bibliques de la ‘regula sancti Augustini’”, en Augustiniana 9 (1958) 12-77.
(13) J. E. Vilanova, “Regula Pauli et Stephani”, en dip 7, Roma 1983, 1592-1594.
(14) A. Martínez Cuesta, “En torno al carisma agustio recoleto”, en Recollectio 7 (1984) 47.
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