Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.

En aquel tiempo Milán era la ciudad más importante del mundo. El puesto de profesor de retórica en la escuela imperial era de lo más apetecido y un trampolín extraordinario para alcanzar fama, riqueza y honores. Se alternaba con la más alta sociedad, y se podía llegar al mismísimo emperador. Yo, por ejemplo, tuve la oportunidad de pronunciar ante él un discurso en su honor que, al parecer, le causó muy buena impresión. Aunque a mí todo aquello me interesaba bien poco; lo que yo anhelaba era satisfacer la necesidad nacida en mi espíritu con la lectura del Hortensio.

El obispo de Milán se llamaba Ambrosio. Era el clérigo más famoso, tanto por su sabiduría como por el pulso que había mantenido con la emperatriz en defensa a los católicos. Fue el primero que se encerró en una iglesia en señal de protesta; después lo han querido imitar otros muchos. A mí me recibió muy educadamente, pero con frialdad; sabía que yo era maniqueo. Empecé a asistir a sus sermones por el simple gusto de escuchar al gran orador que era. Pero sus palabras no eran inocuas; aquellos sermones empezaron a enseñarme cómo tenía que entender la biblia, qué es en realidad la Iglesia y cuál es la importancia de la fe en nuestra vida. Así que pensé ir a tratar con él mis problemas. De hecho, fui varias veces a verlo; o, mejor, estuve varias veces a la puerta, pero nunca me atreví a entrar.

Mi madre había llegado a Milán buscándome, y a ella sí que la apreciaba de verdad Ambrosio. Siendo como era tan perspicaz, se dio cuenta enseguida de lo que me pasaba y me insistió para que hablara con él. La muy ingenua, ponía por pantalla un insignificante problema suyo que me encargaba consultar al obispo. Yo estaba dispuesto a hacerlo, pero tampoco en esta ocasión me atreví a abrirme a él.

Fue por estos días cuando a un grupo de amigos se nos ocurrió vivir en comunidad, con la idea de ayudarnos unos a otros a encontrar lo que buscábamos. Pusimos manos a la obra: todo sería común y nos encargaríamos de la administración por turnos. Pero todo se vino abajo por causa de las mujeres. Unos estaban casados y otros esperábamos estarlo pronto, y no supimos entendernos; de modo que lo dejamos. Sin embargo, la idea ya no se me fue de la cabeza.

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