En la sección Nosotros presentamos una breve historia de la Orden de Agustinos Recoletos, una más completa historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino y algunos de los rasgos principales de nuestra espiritualidad, carisma y de nuestro santo patrón, Nicolás de Tolentino.
La semilla recoleta, llegada a América en el equipaje de los misioneros, germinó en Colombia a la sombra de la Virgen de la Candelaria. A finales del siglo XVIel padre Mateo Delgado (1526-1631) entró en contacto con unos ermitaños que acababan de levantar en un paraje solitario una ermita a la Virgen de la Candelaria y les aconsejó que buscaran el apoyo de los superiores de su orden. Con él les sería fácil asegurar su pervivencia, convirtiendo la ermita en convento. Incluso podrían implantar en él la observancia recoleta.
El 12 de agosto de 1604 un delegado del provincial tomaba posesión de la ermita, imponía el hábito a los tres primeros aspirantes y nombraba superior al padre Mateo. Su sistema de vida quedó codificado en un breve reglamento, construido todo él con materiales provenientes del movimiento recoleto.
Pronto resultaron estrechos los muros de la Candelaria para alojar a cuantos deseaban abrazar el ideal recoleto. En 1606 uno de sus primeros novicios, el padre Alonso de la Cruz, acompañó al provincial en la fundación de un segundo convento en Cartagena. Seis años más tarde surgía el tercero en la ciudad de Panamá.
La vida de estos conventos fue muy agitada. Entre 1630 y 1651 cambiaron cinco veces de dueño, pasando de manos calzadas a manos recoletas y viceversa, hasta que los calzados renunciaron a cualquier derecho que todavía pudieran conservar sobre ellos. A lo largo de la contienda los recoletos colombianos buscaron siempre el apoyo de los españoles, con quienes se sentían identificados. En 1629 se incorporaron a la Recolección española, aunque su afiliación definitiva sólo cuajaría al finalizar la contienda.
La lucha por la supervivencia no agotó sus energías. En 1635 dieron vida a sendas casas en Bogotá y Tunja y poco más tarde llegaron a Cartago (1644) y Honda, puerto fluvial sobre el Magdalena, que era el mejor punto de unión entre sus conventos caribeños y los de la meseta central.
Otras fundaciones de Colombia, Panamá, Ecuador y Venezuela no lograron consolidarse. Más fortuna tuvieron sus esfuerzos por trasplantar la Recolección a Lima y Misque (Bolivia), donde en 1617 y 1623 surgieron sendas Recoletas.
Durante dos siglos los recoletos colombianos vivieron una vida serena, sin altibajos ni relieves notables. De ordinario eran unos cien religiosos, que alternaban el retiro conventual con la actividad apostólica. Participaron en las misiones populares y todos sus conventos tenían iglesias muy concurridas.
Entre 1626 y 1638 protagonizaron una hermosa empresa misional entre los indios de Urabá y Darién. La de Urabá terminó en 1632 con la muerte violenta de tres religiosos. Luego trabajaron en el Chocó, en la isla caribeña de Santa Catalina, en la desembocadura del Orinoco y en Casanare, a donde llegaron en 1662.
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