Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.

Y se salieron con la suya, como ha ocurrido en tantas ocasiones: la fuerza del Espíritu Santo, como la de las mareas, arrastra todos los obstáculos. Las aspiraciones de tantos frailes míos, secundadas por el rey Felipe II, cristalizaron en 1588. Éste es el año en que nacen los agustinos descalzos o recoletos, los agustinos que quieren llevar una vida más recogida, más intensamente dedicada a Dios y a la comunidad. Son de nuevo las aspiraciones más mías; en ellos me he vuelto a ver reflejado y me he reconocido. Tanto más cuanto que no tienen un fundador concreto; por eso los tomé, desde el principio, bajo mi especial cuidado.

Agustín señala el camino. Santiago Bellido, lámina. Valladolid, 1999.
Agustín señala el camino. Santiago Bellido, lámina. Valladolid, 1999.

He dicho que nacen en 1588. Por decisión de un Capítulo de la Provincia de Castilla o, en resumidas cuentas, por obra y gracia de la propia Iglesia. Además, según confesaron los asistentes, surgen «para no poner obstáculos a la obra del Espíritu Santo». Y en seguida son reconocidos y favorecidos por el Papa. ¿Qué más se puede pedir? ¿Qué mayor certeza de que su espíritu era auténtico?

Desde luego, casi desde el principio, encontraron dificultades: incomprensiones y rencillas de los calzados, rivalidades entre ellos mismos, varias veces estuvieron a punto de ser sofocados… Pero cuando la semilla es buena, la tierra es fértil y ayuda el cielo, la espiga siempre despunta y grana. Y yo no me quedé cruzado de brazos: los cuidé como a recién nacidos que eran, los asistí según fueron dándose leyes, tomando decisiones, en los estudios, en la oración, en todos los pequeños detalles y momentos de la vida de comunidad; los fui moldeando a mi gusto. Y mi alegría aumentaba a medida que las fundaciones se multiplicaban: primero Talavera, Portillo y Nava del Rey; luego Madrid; y después, en cascada, El Toboso, Zaragoza, Borja, Jarandilla, Valladolid, Valencia y tantos otros conventos. ¡Qué gozada!

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