Agustín de Hipona es nuestro fundador y el padre de una extensa Familia Religiosa que sigue su Regla, sus enseñanzas y su forma de vida. En estas páginas nos acercamos a su biografía, su sensibilidad, su forma de vida y sus propuestas a hombres y mujeres de todos los tiempos.

En Casiciaco Agustín adoptó un plan de vida que no respondía a ningún patrón precedente y que bien cabe considerar como un primer “ensayo del vivir monástico” (3). Alterna el otium sanctum con el otium liberale, la renuncia filosófica del sabio con la ascesis cristiana. Ocupa su tiempo en la enseñanza, en la lectura de los clásicos y en el trabajo manual, pero reserva largas horas al estudio de la Escritura, al rezo de los salmos y a la contemplación religiosa. Las primeras actividades pertenecen al pasado, son simple fruto de la inercia y se detienen en las capas superficiales de su espíritu. Las segundas, sin embargo, obedecen a una voluntad actual y apuntan al futuro que poco a poco va tomando forma en su interior. El mismo se siente un servus Dei, un miembro del variopinto mundo socio-religioso del ascetismo, más o menos emparentado con el monaquismo. No apetece riquezas ni honores, permanece indiferente ante los placeres de la mesa y está resuelto a abrazar la continencia. En los meses siguientes enriqueció su idea del monacato con el estudio y la visita a los monasterios de Milán y Roma.

Colegio San Agustín. Madrid (España).
San Agustín en su escritorio. Altorrelieve. Colegio Agustiniano. Madrid (España).

La falange monástica es ya para Agustín en estos años la corona del catolicismo y como tal la presenta en el libro De moribus Ecclesiæ Catholicæ, una apología antimaniquea que comenzó a escribir en Roma y concluyó en Tagaste. En los capítulos 31-33 describe con cierto detalle la organización y costumbres de los monjes. Su descripción está impregnada de ideas filosófico-teológicas de raigambre paulina y quizá refleje más sus propias aspiraciones que la situación real de los monasterios. No parece aventurado ver en ella la primera expresión de su ideal monástico. Agustín admira y defiende la soledad y el espíritu de renuncia y sacrificio de los anacoretas. Más tarde escribirá que Cristo tiene sus preferencias entre estos siervos de Dios que moran en los desiertos. Pero no se siente atraído por su género de vida. Su corazón palpita con más entusiasmo al tratar de la vida cenobítica. También en los cenobios se practican la penitencia y el ayuno, pero ni el uno ni la otra son sus valores supremos. Ambos están supeditados a la salud y ordenados a la caridad. A continuación destaca algunos de sus rasgos más característicos, los que, a su vez, nos manifiestan sus preferencias: vida común, concordia de los corazones, desprendimiento de los bienes de la tierra, moderación y libertad en el uso de las cosas, trabajo manual, estudio y, sobre todo, la caridad. Cuanto ofende la caridad es inmediatamente desterrado del monasterio: “Cristo y los apóstoles la recomiendan tanto que donde falta todo es vano y donde está presente todo es pleno” (De mor. Eccl. et man. i, 33, 70–73).

(3) A. Manrique, La Vida monástica de san Agustín, 46.

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