Las Misioneras Agustinas Recoletas -MAR- están celebrando los 75 años (1947-2022) del reconocimiento canónico como Congregación, por lo que en este sitio web han aparecido y seguirán apareciendo algunas publicaciones sobre su historia, carisma y actualidad. En esta ocasión entablamos un diálogo con la superiora general, Nieves Mari Castro, a la que presentamos con cuatro pinceladas.
Nacida en Granada, una vez que realizó el noviciado, y el trienio teológico en Granada, el campo de su trabajo apostólico fue Las Gabias. Su profesión perpetua la emitió en Las Gabias, Granada en 1989 y a los dos años se traslada a Venezuela y se dedica a la pastoral educativa en Caracas y Maracaibo, labor que concilia con la pastoral en algunos barrios de marginación. Después de cuatro años es trasladada a la vicaría parroquial san Agustín, al sur del Estado Anzoátegui, trabajando como vicaria parroquial. Veintiún años pasa en Venezuela, donde desempeña diversos cargos de gobierno hasta que se le encomienda el oficio de maestra de novicias en la casa noviciado de la Congregación, ubicada en Bogotá (2012-2017). En 2017 es elegida superiora general, cargo que sigue desempeñando en la actualidad, residiendo en la curia general en Leganés, Madrid.
En el desempeño de sus funciones cuenta con numerosos estudios y titulaciones en el campo de las Humanidades, la Teología y Agustinología.
En primer lugar, hermana Nieves Mari, en unas pocas palabras, ¿quiénes son las Misioneras Agustinas Recoletas?
Somos una Congregación misionera, nacimos para la justicia en la misión Ad gentes de China.
De la exuberancia del amor, brota la misión, dice san Agustín, por eso, la oración es la fuente de nuestro dinamismo misionero, sin ella no hay inspiración ni escucha al Espíritu.
El ser misioneras nos hace mujeres fecundas, por lo tanto, nos hacemos madres espirituales, madres que acogen, que corrigen y que enseñan con amor.
Como contemplativas en la acción, encontramos a Dios en el hermano que camina a nuestro lado. Queremos ser mujeres apasionadas por Jesús y su Reino y comprometidas con el anuncio del Evangelio que se nos ha confiado.
Tenemos en san Agustín un modelo inspirador. Un hombre de corazón grande que vivió la amistad en la comunidad, en unanimidad de corazones, a inspiración de la primera comunidad cristiana.
Estamos presentes en 10 países “animando e impulsando personal y comunitariamente el anuncio explícito de Cristo” en la pastoral parroquial, educativa, en campos de misión, siendo “nuestro primer campo de misión la propia comunidad en su búsqueda constante de la caridad, atendiendo de manera especial a nuestras hermanas mayores”.
La historia de las MAR ha caminado junto a los Agustinos Recoletos en momentos importantes para ambos; ¿es así?
El padre Javier Pipaón, quien fue prior general, en su último informe sobre el estado de la Orden de los Agustinos Recoletos, dedicará un espacio a las Misioneras Agustinas Recoletas y en él indicará sobre nuestra pertenencia a la Orden, donde difícilmente podrían coincidir más notas agustino-recoletas en el nacimiento de una Congregación religiosa que las que se dan cita en el origen de las MAR. El fundador fue monseñor Francisco Javier Ochoa, agustino recoleto, primer obispo de Shangqiu, que contó con la colaboración de la madre Esperanza Ayerbe, monja agustina recoleta de clausura, y de otras dos monjas de la misma Orden, hermanas María Ángeles García y Carmela Ruiz; procedían de los monasterios de la Encarnación de Madrid, la primera, y del Corpus Christi de Granada, las otras dos. Y fueron fundadas para trabajar en el apostolado misional de la prelatura de Kweiteh (Shangqiu), encomendada por la Santa Sede a los Agustinos Recoletos.
Esta Congregación, desde su inicio, ha recibido muchos gestos de vida por parte de la Orden que fundamentan su pertenencia a ella.
En nuestras Constituciones, el n. 10 dice lo siguiente: “Nos proponemos la extensión del Reino de Dios y la santificación de su nombre, utilizando los medios de evangelización que la Iglesia señala en los diferentes campos, entre otros: en misiones, con preferencia a las encomendadas a los agustinos recoletos…” y, codo a codo, estamos con ellos, allí donde esto es posible.
¿Qué le quita el sueño a una Superiora General?
No me gustaría relacionar el insomnio con el ejercicio de ser superiora general. Creo que a todos nos puede dar insomnio por diferentes circunstancias. Pero, sí me preocupa mucho el tema formativo en todos los niveles, empezando por la pastoral vocacional, enfatizando la inicial y por supuesto, la permanente. El tema de las promotoras y formadoras es preocupante en nuestra realidad congregacional. Por eso, pienso, que trabajar liderazgo, formación y acompañamiento, con el eje transversal del discernimiento es muy necesario.
En solo 75 años de historia, dos religiosas de su congregación, la madre Esperanza Ayerbe y la hermana Cleusa Coelho, caminan hacia los altares; ¿la santidad es posible hoy?
¡Claro que sí! ¿Qué tal que no lo fuera? Ninguno estaríamos en este camino. El cristiano sigue a Cristo y lo sigue por vocación y porque hay una promesa de eternidad dada por el Señor; promesa de sentido pleno, de búsqueda y encuentro profundo con la Verdad. La santidad es vivir en el amor de Cristo; en el amor que Jesús nos ha ordenado, que en el caminar de cada día tiene que irse purificando y acrisolando. Una vida humilde en unión con el Señor nos posibilita crecer en él, en su amistad y entrega a los demás.
A su juicio, ¿cuál ha sido el acontecimiento más importante en estos 75 años?
Reconocer a madre Esperanza Ayerbe de la Cruz como venerable, con todo lo que este proceso ha conllevado y, por otra parte, el reconocimiento en el asesinato de la hermana Cleusa Coelho en Lábrea, de su martirio por la fe y el Evangelio, cuyo proceso está en curso.
Tener por nombre “Misioneras” ¿produce miedo, vértigo, ilusión?
A mí me produce pasión. Los años que se van cumpliendo acrecientan el deseo de amar y servir al Señor, de construir su Reino apostando por El, por el Evangelio, y sembrándome donde la obediencia me plante para que, desde mi pobreza y el don recibido, pueda dar testimonio y darle gloria. A medida que se avanza en este camino de consagración, se hace más patente que soy enviada y que yo no elijo la misión, ni en dónde estar, ni con quién, ni cómo.
No es nada fácil, pero quiero estar dispuesta a todo lo que el Señor me presente como voluntad suya, abrir el oído, como discípula, para escucharle. Querer buscar la voluntad de Dios junto a mis hermanas ya es un proyecto de felicidad y un desafío que me pone cada día en camino.
¿Se puede ser feliz siendo religiosa?
La vida religiosa es una manera de ser feliz. He conocido y conozco religiosas y religiosos felices, que pasaron y pasan por mi vida dejando una profunda huella. Esto me anima en el camino, porque amar al Señor, haber sentido el don de la vocación y la acción salvadora de Él, en medio de tantas dificultades y tentaciones, me pone en sintonía con su misericordia. He experimentado esa gran misericordia, y esto es lo que me hace feliz con el Señor. A pesar de todos mis pecados y tentaciones, estoy aquí, sigo aquí, y quiero vivir para él.