En esta Semana Vocacional Virtual contamos con el testimonio de Santa Isabel Mojica Mejía, misionera agustina recoleta. Es natural de Yaguate (Rep. Dominicana) y cuenta con estudios de Psicología Clínica, Bachillerato en Ciencias Religiosas y Educación Infantil. En Las Gabias (Granada) colabora en la pastoral parroquial, con atención especial a jóvenes y enfermos.
¿Cómo ha sido este recorrido que te ha llevado a ser misionera agustina recoleta?
Soy de una familia sencilla, numerosa, de siete hermanos; ocupo el segundo lugar por edad, y tengo dos hermanitos de padre y un hermano de madre, este mayor que yo. Mientras estudiaba el 8º semestre de Psicología Clínica, a falta de un semestre para terminar la carrera, dejé todo para ingresar en las Misioneras Agustinas Recoletas… Fue de una manera inesperada, y lo digo así porque nunca pensé ser religiosa…
Hasta entonces solo había pensado en estudiar, en ayudar a mi familia y algún día casarme… De hecho, en mi contexto inmediato la vida religiosa no era conocida y como “idea de futuro” solo aparecía el matrimonio…
Pero había algo dentro de mí que me impulsaba a ayudar a la gente en situación de calle o que no tenían nada que comer. Era catequista en la capillita de mi pequeño pueblo y estaba sumergida en todo lo de la Iglesia, ayudando y dando lo poco que aprendí y lo que Dios me regalaba.
Cuando cumplí 20 años me trasladé a la provincia de San Cristóbal para estudiar Psicología, ya que me apasionaba. Era una más entre los estudiantes. En mi familia solo mi madre es practicante; mi padre es creyente pero no practicante. Había alguna semillita sembrada en mi corazón, porque sentía cierto vacío y necesitaba llenarlo por alguien muy especial.
En San Cristóbal seguí participando de actividades eclesiales, me gustaba ayudar y servir. Pero empezó a surgir en mí corazón una inquietud mientras estudiaba y colaboraba en la capilla del barrio, atendida por los Agustinos Recoletos. Algo le faltaba a mi vida, y no estaba en todo lo que había hecho hasta entonces.
Le pedía al Señor que me ayudara a saciar esa soledad que no sabía cómo suplir. Ante esta incertidumbre me puse a pensar: ¿Será que Dios realmente me quiere pedir otra cosa? Y así fue. Me acerqué a un fraile agustino recoleto y le conté mi inquietud, y él me animó y me invitó a un grupo vocacional de la Parroquia de Nuestra Señora de la Consolación.
De verdad que eso me emocionó muchísimo ya que iba a descubrir cuál sería mi vocación. Visité algunos conventos, pero ninguno me gustaba. Un día que hice un retiro llamado “Cara a cara con Jesús”, y siento confirmar que la vida religiosa era mi vocación… Fue el día más especial de mi vida, había encontrado el tesoro que daría sentido a mi existencia.
Un día fue una misionera agustina recoleta a la capillita e hizo una invitación a una convivencia vocacional. Fui la primera que me apunté… La emoción continuaba, pero con dudas e incertidumbres… En esa convivencia pude contemplar el rostro de Dios en un video de unos niños de Guatemala. Sentía que Jesús me llamaba a entregarlo todo por aquellos que me necesitan… Y le dije: Señor, si quieres que te siga, tú cuida de los míos y dame la fortaleza para seguirte.
Me decidí a seguir a Cristo con las Misioneras Agustinas Recoletas (MAR) y empecé con el papeleo para salir hacia México, donde viví el aspirantado y postulantado; luego hice el noviciado en Colombia, y siguió Ecuador con una experiencia en el colegio de Quito y con los indígenas en Guamote.
Ahora me encuentro en Granada, España, en el juniorado, preparándome para hacer los votos perpetuos. Además trabajo con catequesis, con los jóvenes, visito enfermos y colaboro en la Pastoral vocacional de esta Parroquia de Las Gabias.
¿Qué has encontrado en las Misioneras Agustinas Recoletas que no hallaste en otras comunidades?
Quería vivir de una manera diferente y sabía que Dios llenaría todo ese espacio en mi vida que nadie pudo llenar. Este camino me hace plenamente feliz, especialmente el hecho de hacer visible el proyecto de Dios en el mundo, de ayudar hasta el final a quienes más lo necesitan.
Busco como consagrada darme, entregarme en un eje vital que me humaniza y me hace sentir que la vida tiene un sentido más hondo. Me sentí muy identificada con este carisma, con la forma de vivir, era lo que yo estaba buscando, es decir, vivir en comunión de hermanas, llevar el mensaje a todos los rincones y experimentar la presencia de sentirme amada por Dios.
Como misionera agustina recoleta debo involucrarme de lleno y abrazar la realidad que Dios pone a mi lado. La misión nos evangeliza… Ahora mi misión es estar, ser signo de la presencia del Reino de Dios en lo que hago, desde lo más pequeño o parece más sencillo. Es abrirme al otro, dejarme sorprender por lo novedoso y lo que otros me quieran enseñar.
La parte misionera de nuestro carisma me exige estar abierta a las necesidades de la Iglesia y de las personas allí donde me necesiten. Exige disponibilidad para transmitir la fe a los que no conocen a Dios, o fortalecer a aquellos que la tienen débil o se olvidan de Dios. Siento la necesidad de que todos sepan que Dios los ama como son y que no hay mejor manera de ser feliz que vivir según el evangelio.
Esta dimensión misionera me exige salir al encuentro del otro, escucharle y estar atenta a sus necesidades, abrazar la realidad del que sufre, mirar y contemplar el rostro de Dios que me dice que vale la pena apostar todo por él. A pesar de las dificultades, es permanecer fiel a la misión recibida. Nadie dijo que fuera fácil, pero tampoco imposible.
Estoy ahora mismo en formación inicial, y todas las etapas formativas tienen su belleza y experiencia que transforman. La etapa del juniorado, por ejemplo, me ha traído muchas experiencias de personas que han tocado mi vida y han sido luces para fortalecer más mi entrega y pasión por Cristo.
Aún no me ha tocado vivir en ningún ministerio de frontera, pero he colaborado en esa misión… En México, de postulante, tuve la oportunidad de trabajar en un comedor social y ahora colaboro en un proyecto de ARCORES con dos familias en situación vulnerable…
Es una experiencia que ilumina el camino. Se aprende tanto de ellos, a valorar más las cosas, o los momentos de fraternidad… Estar al cuidado de la vida es pisar tierra sagrada, es transformar vidas y dejarse transformar por ellas; es ir con sencillez para acoger, ser cercano, sin invadir la vida de la persona.
¿Cómo estás viviendo los 75 años de tu Congregación?
Me he sentido especialmente feliz en las celebraciones litúrgicas, en los encuentros virtuales y presenciales de nuestras comunidades, los momentos compartidos con los laicos y colaboradores como el grupo FRAMAR, así como con la intensificación de la oración mutua.