Semana Vocacional Virtual: dos catequistas del Colegio Romareda de los Agustinos Recoletos en Zaragoza explican su empeño y su compromiso en la enseñanza a niños y adolescentes que se preparan para completar los Sacramentos de la Iniciación. Una de sus tareas es enseñar que la Iglesia es una comunidad sirviendo a la comunidad.

Ana María: “Me he sentido instrumento de Dios”

Ser cristiano es una bendición que todos los bautizados disfrutamos; ya sentirte cristiano es un don que, pienso, solo unos pocos tienen la dicha de experimentar. Mi vida de fe nació en una familia con fuertes creencias religiosas, con creencias asumidas desde muy pequeña y que con el tiempo fueron arraigando.

Hoy como madre intento inculcar a mis hijos esas mismas creencias, ese espíritu, esa forma de vida. De hecho, mi andadura de catequista comenzó con la preparación para la primera Comunión de mi primer hijo. Durante 13 años he ido enlazando catequesis de Comunión con las de Confirmación para adolescentes. Hoy doy catequesis a niños de 4º de Primaria (9-10 años), curso en el que está el pequeño de la casa.

Esta experiencia ha sido muy gratificante porque me he sentido instrumento de Dios en muchas ocasiones, desde las preguntas inocentes de los niños en su primer contacto con la fe a las más comprometedoras de los dudosos e inseguros adolescentes. ¡Cuántas veces me he puesto en las manos de Dios para saber transmitir su mensaje! Nunca me he sentido lo suficientemente preparada para hacerlo sola, siempre he necesitado de su apoyo.

Desde pequeña imaginaba mi vida adulta en una gran familia cristiana, supongo que como reflejo de lo que vivía en casa. Para ser sincera, me hubiese sorprendido mucho sentir otro tipo de llamada vocacional de Dios. Afortunadamente, parece que Él tenía pensado el mismo camino. Con veinte años conocí al que hoy es mi marido, mi complemento perfecto, capaz de comprenderme, amarme y aguantarme con paciencia todos estos años.

Tras unos primeros años complicados por culpa de enfermedades y alguna que otra pérdida, Dios nos bendijo con cuatro maravillosos hijos, cual a cual más diferente y especial. No me puedo imaginar nada más reconfortante que llegar a casa después del trabajo y encontrar a las personas que amas.

Vivir la fe en familia no siempre resulta fácil. Hay una edad en la que se duda de todo, un reto interesante al que, como catequista y madre, estoy siempre dispuesta a afrontar. Confío en que Dios nos dé la fuerza para vivir la fe dentro del matrimonio y ambos seamos capaces de transmitir esa fe heredada, como cualquier otro don recibido de Dios para desarrollarlo y compartirlo con quienes nos rodean.

¡Mucho ánimo a todos los que, como yo, estéis en el intento de transmitir a otros este mensaje! Seguro que el esfuerzo merece la pena. Un fuerte abrazo.

Elena: “Tengo tiempo para hablar de Dios a mis hijos y sus amigos”

Hola, soy Elena, esposa y madre de cuatro hijos. Alguno puede pensar: “¡Uf, y además catequista! ¿Cómo lo hace?” Pues bien, nada de esto sería posible si Dios, mi marido y yo, no nos hubiéramos puesto de acuerdo o alguno de los tres no hubiera querido.

En algún momento de nuestras vidas los padres nos planteamos en qué pilares fundamentar la educación de nuestros hijos. En mi caso, mis padres lo tuvieron claro: la fe cristiana. Y en ese ámbito, con la inocencia de cualquier niño que no duda en ningún momento de que Cristo le acompaña, crecimos mis hermanos y yo.

Las dudas de la vida hacen trabajar sobre la fe día a día y reconozco que se saborea mucho más. El hecho de ser catequista no surgió de repente. Mi madre lo había sido ya con todos sus hijos y colaboró en actividades de la Parroquia. Sintiéndome muy libre, he seguido su ejemplo, pues siempre había querido ser catequista de mis hijos. Era un papel que me había adjudicado desde hacía tiempo y luego fueron naciendo otras muchas razones.

Mi primera experiencia como catequista fue, durante cuatro años, junto con mi marido, en una catequesis compartida de primera Comunión. Lo hacíamos por aquello de que la Parroquia es de todos y había que colaborar de alguna forma. Dedicábamos una pequeña parte de nuestro tiempo, y tampoco nos suponía tanto.

Sin embargo, lo que recibimos aquellos cuatro años fue para darnos cuenta de que, efectivamente, Dios no se deja ganar en generosidad. A veces resulta difícil emplear todo el tiempo que quisiera para hablar con los hijos sobre la fe y otros temas relacionados con Dios y lo sobrenatural. Vino así otra de las razones para ser catequista: ahora tengo una hora a la semana para hablar con mis hijos y sus amigos de lo más importante que hay para nosotros, de Dios. ¡Es toda una oportunidad!

Luego en casa pueden establecer conversaciones con sus hermanos a su nivel, pero de temas profundos, pueden pensar, reflexionar, ir formando su propio criterio, etc. Todo esto creo que les hace menos superficiales.

Este año, en particular, está siendo especial para mí. Hemos prestado bastante atención al Espíritu Santo en muchas de las catequesis, lo que me ha permitido conocerlo más y comprender qué lugar ocupa en mi vida. Ser catequista me ayuda a mí misma en primer lugar.