Monumento a Diego Cera en Las Piñas, Filipinas.

El agustino recoleto Diego Cera (Graus, Huesca, España, 1762 — Manila, Filipinas, 1832) es un buen representante del trabajo socio-evangelizador de los Agustinos Recoletos en Filipinas. Sus aportaciones a la cultura universal han llegado hasta nuestros días. En este IV Centenario (1621-2021) de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, su vida “siempre en misión” y su entrega al pueblo filipino animan a los misioneros del presente y del futuro.

Graus es la capital de la comarca de Ribagorza, al noreste de Huesca, en Aragón, España. Tiene hoy poco más de 3.000 habitantes y la particularidad de conservar la lengua aragonesa en su variante bajorribagorzana o grausino. Su Parroquia de San Miguel Arcángel pertenece a la Diócesis de Barbastro, cuya sede está a 31 kilómetros del pueblo.

En la actualidad podría ser un ejemplo de esa España rural y vaciada que poco ha merecido la atención del resto de la sociedad urbana y cosmopolita, con problemas de despoblación, falta de inversiones públicas, de infraestructuras y servicios públicos.

Una de las calles de Graus lleva el nombre de Fray Diego Cera. Está en una urbanización alejada del centro histórico, rodeando el Instituto de Educación Secundaria Baltasar Gracián. No deja de ser un guiño a la figura del religioso recoleto, para quien la sabiduría y la ciencia fueron parte fundamental de su proyecto vital.

Hay otra vía urbana en el mundo dedicada al misionero recoleto: la Avenida de Diego Cera en Las Piñas, en la gran Manila, que pasa sobre los puentes de Pulang Lupa y Zapote y por delante de la iglesia parroquial de San José. Ambos puentes y el templo son obra de Cera.

La pequeña Graus y la enorme Manila están unidas por alguien que juntó lo mejor de ambos mundos, tan distantes y distintos. Los misioneros sembraron —y dio fruto— el amor al Evangelio, a la Ciencia, al progreso, a la comunidad como espacio vital solidario y a la dignidad humana.

Diego nació el 26 de julio de 1762, hijo de Joaquín Cera y Francisca Badía. Hasta aquí las noticias que tenemos de esta familia: no sabemos cuántos eran ni a qué se dedicaban. Los libros parroquiales no han resistido a las múltiples guerras que tuvieron como escenario esta zona de frontera entre España y Francia a lo largo de los siglos XVIII y XIX.

Sí sabemos que antes de hacerse agustino recoleto ya había sido organista y organero. Hizo el noviciado en el convento de Barcelona y el 30 de enero de 1787 profesó bajo el nombre religioso de fray Diego Cera de la Virgen del Carmen. Fue ordenado sacerdote en el convento de Benabarre (Huesca) y para agosto de 1790 reside en el de Zaragoza.

Estando Cera en Zaragoza, el comisario provincial Manuel de Jesús María visitó la comunidad. Bajo este cargo estaba el religioso de la Provincia misionera de Filipinas de los Agustinos Recoletos, llamada de San Nicolás de Tolentino, que cada cierto tiempo visitaba los conventos de las otras Provincias (Aragón, Andalucía y Castilla) buscando voluntarios para la misión filipina.

Cera afirma su vocación misionera a los 28 años de edad. Esto implicaba trasladarse de su Provincia de Nuestra Señora del Pilar a la de San Nicolás de Tolentino y viajar hasta Asia normalmente sin regresar nunca más, como fue el caso de fray Diego.

Era la 25ª misión recoleta a Filipinas, conducida por el vice-comisario fray Mauro de San Agustín. El 15 de octubre de 1790 Diego sale desde Zaragoza hasta Cádiz. Un oficial de este puerto dejó escrita una descripción de nuestro fraile: “tamaño medio, ojos azules, pelo castaño y sin barba”.

El 3 de diciembre, en el barco El Águila, trece recoletos parten hacia Veracruz, en México, donde llegan el 30 de enero de 1791 tras 58 días de travesía atlántica. En el Hospicio de San Nicolás de Tolentino de Ciudad de México esperan durante un año al siguiente galeón. En Acapulco se embarcan en el San Andrés en febrero de 1792, con una escala en las Marianas —donde se quedan dos de sus compañeros para apoyar a la misión en Guam—y llegan a Manila el 5 de junio.

Con casi 30 años de edad, Diego inicia una auténtica nueva vida misionera.

SIGUIENTE PÁGINA: 2. El pianoforte de María Luisa de Parma


.