En nuestro IV Centenario (1621-2021) dedicamos agosto a la Familia Agustino-Recoleta. De la mano de Josefina Casagrande, MAR, traemos hoy a nuestras páginas la cronología del testimonio de entrega de Cleusa Carolina Rodhy Coelho, MAR (1933-1985) en la misión de Lábrea (Amazonas, Brasil).

Los días anteriores al 26 de abril de 1985 en la habitación de la hermana Cleusa, en la residencia de las Misioneras Agustinas Recoletas de Lábrea (Amazonas, Brasil), en el Colegio Educandario Santa Rita, había una bolsita con unas pocas mudas de ropa, la hamaca o red para dormir, unas medicinas, y muy poco más. Ella no necesitaba mucho.

Voy a pasar unos días en la aldea Japiim”, decía a las hermanas de su comunidad. Todas sabían que estas visitas eran normales, pues la dedicación principal de Cleusa era en ese momento la Pastoral Indigenista. “Estoy esperando que la persona que me acompañará mejore de la malaria”.

Viernes, 26 de abril de 1985

El día 26 por la noche, al salir de la misa en la catedral, un grupo de indios, llorando, temerosos, buscan a Cleusa. Ella los atiende y conversan. Al volver a la residencia de las MAR, en el Colegio, ella decide pasar algunas horas en la capilla de la comunidad.

Sábado, 27 de abril de 1985

Después del desayuno, Cleusa comenta con las hermanas lo que le había producido tanta preocupación la noche anterior. “Parece que hubo muertes en la aldea. Tengo que ir allí”.

En vano, alguna hermana y otras personas intentan disuadirle. Pero buscó rápidamente quien la llevara. Primero había un trayecto por la pista transamazónica, hasta la balsa que cruza el río Paciá.

Cruce de la transamazónica con el río Paciá. Desde aquí Cleusa siguió su camino hacia la aldea Japiim en canoa, hacia el sur, río arriba.

Aquí Cleusa consiguió que su amigo Nonato le prestase su canoa y le acompañase río arriba. No sabía que allí mismo, entre la gente, en las casas de hacen de puesto de descanso para quienes quieren usar la balsa de paso al otro lado del río, estaba el autor de las muertes anunciadas en la aldea y futuro asesino de Cleusa. Dicen los testigos que comentó:

“Estos patos suben hoy, pero mañana no bajan”.

Cleusa llegó a la aldea Japiim unas horas después, por la tarde, pero se la encontró desierta. Había dos sepulturas nuevas, recién hechas, con la tierra recientemente removida, bajo la cabaña del jefe de la aldea. Esta es la costumbre de la tribu apurinã en sus enterramientos.

Al ver que nada podían hacer y que no había nadie, Cleusa indicó a su acompañante que siguieran río arriba un poco más, pues dormir en Japiim podría ser peligroso: quizá el autor seguía rondando la zona.

En otra casita de madera a unos minutos río arriba por fin encontraron gente. Era la familia desolada de los fallecidos, que comunicaron que el jefe local se había librado de la matanza y estaba escondido en la selva.

Domingo, 28 de abril de 1985

Cleusa decide emprender viaje de retorno a Lábrea para informar e intentar arreglar la situación para que no se genere más violencia. De paso de nuevo por Japiim, paran para dejar un mensaje escrito anunciando que ha estado allí y pidiendo calma, diciendo que va a informar a las autoridades.

Aparentemente todo sigue vacío, pero en realidad estaban siendo observados por el jefe de la aldea, que había oído el ruido del motor de la canoa. Al ver que es Cleusa, sale de su escondite. Ambos hablan sobre lo ocurrido y Cleusa consigue que el jefe le prometa no vengarse ni iniciar un peligroso círculo vicioso de violencia y venganzas.

Tras parlamentar Cleusa y su acompañante siguen río abajo hacia el cruce con la Transamazónica. Pero en una de las curvas del río Paciá se encuentran de frente con otra canoa que sube en dirección contraria. Cleusa hace señas desde lejos indicando que quiere hablar con quien sube, posiblemente para saber quién es y qué intenciones tiene.

No sabía que quien dirigía esa canoa era el asesino de la familia del jefe de Japiim, quien una vez que tiene a tiro a los dos ocupantes de la otra canoa, saca la escopeta. Primero apunta al acompañante de Cleusa, con el objetivo de dejar a su presa sin posibilidad de escape.

Mientras se cercioran de que quien viene en la otra canoa ha sacado una escopeta con la intención de disparar, a Cleusa le da tiempo de decir a su compañero:

“Tírate al agua y nada hasta esconderte, que tú tienes hijos para cuidar”.

El acompañante, que es quien dio el testimonio de estos hechos, se tiró al agua y nadó y buceó hasta poder esconderse entre la vegetación. Ahí se perdieron unos segundos, quizá minutos, de lo que pasó entre Cleusa y su asesino.

Lo único que pudo oir fueron unos disparos, unos minutos de silencio, y el motor de una canoa arrancando de nuevo y alejándose. Cuando se sintió seguro, comenzó a gritar y a buscar con sus ojos a Cleusa, quién sabe herida en el agua, quién sabe escondida en las matas. Pasa horas entre intentar buscar a la hermana y estar lo suficientemente protegido por si vuelve el asesino.

Tras pasar toda la tarde en esa búsqueda, al empezar a anochecer empieza a acercarse a pie hacia la carretera Transamazónica para ir a Lábrea a buscar ayuda.

Algo curioso y que nunca se ha logrado comprender es que ya por la tarde del domingo en Lábrea la noticia está corriendo de boca en boca: “Mataron a Cleusa”. ¿Quién, cómo pudo transmitir esa información cuando Cleusa ya estaba muerta, su acompañante aún escondido en el Paciá, y su asesino huído?

Lunes, 29 de abril de 1985

Durante toda la mañana hay rumores constantes del asesinato, pero no hay manera de contrastarlos con nadie que hable con conocimiento de causa o sepa qué ha ocurrido exactamente. El agustino recoleto Jesús Moraza pregunta a los miembros de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), la institución gubernamental que supuestamente defiende las tierras y cultura indígenas, pero no saben nada; va hasta la balsa de cruce de la Transamazónica, pero tampoco nadie ofrece ninguna información que dé luz a la situación.

Por la tarde, la Policía se pone en comunicación con las comunidad de las Misioneras Agustinas Recoletas. Les piden ir a comisaría. Allí está refugiado el acompañante de Cleusa, que había logado llegar hasta la ciudad y por miedo fue directamente a la comisaría local para sentirse protegido.

Cuenta a fray Jesús y a una hermana MAR lo mismo que ha relatado antes a la policía, básicamente el testimonio que ha podido leerse hasta ahora. Se impone alrededor un terrible silencio ante preguntas más acuciantes: ¿Por qué lo hicieron? ¿Dónde está su cuerpo? ¿Qué van a hacer los habitantes de Japiim tras tanto dolor y muerte?

Martes, 30 de abril de 1985

Temprano sale una comitiva oficial, en la que participa fray Jesús, para buscar a Cleusa. Las búsquedas no resultan en nada.

Miércoles, 1 de mayo de 1985

El agustino recoleto Jesús Moraza con un equipo de la FUNAI llegado de otra ciudad van al Paciá a hacer búsquedas. Moraza advierte de la existencia de una canoa semihundida junto a la orilla y lo indica, pero el equipo de la FUNAI pone excusas y decide no investigarlo. Vuelven a Lábrea.

Jueves, 2 de mayo de 1985

El equipo de la FUNAI abandona Lábrea sin más explicaciones. Además, hay lluvia torrencial durante toda la jornada hasta el punto de que se suspende cualquier intento de búsqueda.

Viernes, 3 de mayo de 1985

Moraza reúne un equipo de voluntarios de la Parroquia, jóvenes que le acompañan hasta el lugar donde había visto la canoa, con la corazonada de que podrían encontrar algo. Al llegar hasta allí, reconocen que es la canoa donde viajaba Cleusa. Pero no hay indicios de ella.

Todos buscan, gritan su nombre. Hasta que la visión de un montón de buitres encima de un lugar concreto les hace pensar lo peor. El religioso recoleto se acerca y descubre el cadáver, semisumergido, boca abajo, detrás de un árbol.

Para facilitar la investigación, deciden dejarlo donde está para ir a la ciudad a buscar ayuda y a las autoridades. Primero informan a la comunidad MAR: “La encontramos, pero muerta”. Las campanas de la Catedral tocan a difunto y se anuncia por los altavoces la confirmación de aquel rumor que hacía días planeaba en la mente de todos.

En el Colegio Santa Rita los niños estaban en el recreo. Se hizo un silencio absoluto. A la plaza de la Catedral de Nuestra Señora de Nazaret comienza a llegar gente y más gente: rezan, lloran.

Se da aviso a la FUNAI para obtener las autorizaciones pertinentes para retirar el cadáver del área indígena y traerlo a la ciudad. Pero pasaron las horas y no aparecieron ni los agentes del Gobierno ni tampoco la autorización.

Llega la noche, que impide cualquier tarea en la selva.

Sábado, 4 de mayo de 1985

Desde primera hora la gente se ha congregado en la Catedral y muchos han ido hasta la comisaría de Policía a exigir que se actuase ya. Por fin a las 11 de la mañana sale una comitiva más o menos oficial: a Jesús Moraza le acompaña un médico que va a hacer la tarea forense, varios apurinãs y algunos policías.

No están de vuelta hasta la noche. Tras una autopsia en el hospital, y dada la situación del cadáver después de tantos días semisumergido y a la intemperie, los restos son conducidos a la Catedral y seguidamente, tras la oración fúnebre, al cementerio.

La gente acompaña al cadáver entre oraciones, gritos de desconsuelo, carteles exigiendo justicia a las autoridades y un grito especialmente llamativo pronunciado por los apurinã:

“¡Era nuestra madre!”.

Ya en el cementerio, Cleusa descansó primero junto a la tumba de Jesús Pardo, agustino recoleto fallecido unas décadas antes mientras salvaba a unos niños de perecer ahogados en el río. Dos ejemplos de dar la vida por los demás, en diferentes circunstancias, pero con igual compromiso: hasta la muerte.

La noche fue especialmente oscura, llena de interrogantes, algunos nunca se han respondido: ¿Por qué ella? ¿Por qué tanta crueldad desmedida y sinsentido, como reveló la autopsia? ¿Por qué las autoridades fueron tan frías, especialmente la FUNAI, como si este asunto tan grave no fuese con ellos? ¿Cómo llegó la noticia tan pronto a Lábrea? ¿Había algún encargo directo para que esto ocurriera? ¿Alguien aprovechó las circunstancias para un asesinato que ya estaba premeditado, decidido?

DOMINGO, 5 de mayo de 1985

La Catedral de Lábrea amaneció con una frase en una pancarta:

“Hermana Cleusa, madre de los pobres y los oprimidos”.

Era el séptimo día tras su fallecimiento, que es cuando en Brasil se tiene la costumbre de celebrar el funeral principal. Entre todos los asistentes, que abarrotaron la Catedral y su plaza, cientos de interrogantes y mucho dolor por la pérdida de alguien que había hecho tanto bien a todos: Cleusa había trabajado con los enfermos, los presos, los alumnos y profesores del Colegio Santa Rita, los indígenas…

En todas las mentes una certeza: Cleusa dio su vida por la Vida; y en no pocos un pensamiento: era una santa. Ahora, la Iglesia, está estudiando que lo sea de manera oficial.

¡Vale la pena arriesgarse!

Uno de los puertos de Lábrea y el cementerio donde fue enterrada Cleusa primeramente (zona verde con pequeños cuadrados blancos, las tumbas). Visibles al otro lado del cementerio dos grandes tejados frente al cruce de las calles Pereira Sobrinho y Álvaro Lima. Son el Centro Social (abajo) y la Capilla (arriba) de Nuestra Señora de Fátima, donde actualmente descansan los restos de la hermana Cleusa, en Lábrea.