Ex 24,3-8: Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros. Sal 115,12-13.15.16bc.17-18: Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor. Hb 9,11-15: La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia. Mc 14,12-16.22-26: «Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre».

Comer esta comida y beber esta bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque material y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo (San AgustínComentario al Evangelio de san Juan 26, 18).

El Jueves santo celebramos la Cena del Señor. Hacemos memoria del gran encuentro de Jesús con sus discípulos antes de su pasión y muerte. En ese día además la Iglesia ve la fiesta del amor fraterno y del sacerdocio. En la fiesta del Corpus Christi de nuevo celebramos la Eucaristía y en este caso el misterio de Jesús hecho pan ocupa toda la celebración.

Una vez celebrado en la cristiandad el largo tiempo de la Pascua, que culmina con la solemnidad de Pentecostés, varias celebraciones solemnes prolongan todavía ese misterio: la solemnidad de la Trinidad y, en el próximo domingo, la solemnidad del Corpus Christi.

San Agustín hablaba en su tiempo a los fieles de Hipona sobre este misterio central de la vida cristiana y lo relaciona inmediatamente con el aspecto comunitario y de unidad de la Iglesia:

La Eucaristía es pan nuestro de cada día, pan del tiempo; y hemos de recibirla no solo como comida que alimenta el cuerpo, sino también la mente. La virtud que en él se simboliza es la unidad, para que nosotros mismos seamos lo que recibimos: miembros de Cristo integrados en su cuerpo. Solo entonces será pan nuestro cotidiano (Sermón 57, 7)

Son varios los textos significativos e iluminadores del santo en que pone en relación el sacramento con la Palabra de Dios, es más, con la Palabra que es también Cristo:

El pan y el vino sobre la mesa del Señor se convierten en el cuerpo y la sangre de la Palabra cuando se les aplica la palabra. En efecto, el Señor, que era la Palabra en el principio, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios, debido a su misericordia, que le impidió despreciar lo que había creado a su imagen, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, como saben, la Palabra misma asumió al hombre, es decir al alma y a la carne del hombre, y se hizo hombre permaneciendo Dios. Y, puesto que sufrió por nosotros, nos confió en este sacramento su cuerpo y sangre, en que nos transformó también a nosotros mismos, pues también nosotros nos hemos convertido en su cuerpo y, por su misericordia, somos lo que recibimos (Sermón 229, 1)

En relación tambien con la vida de la Iglesia y su unidad:

«Lo que están viendo sobre el altar de Dios es pan y un cáliz; pero aún no han escuchado qué es, qué significa, ni el gran misterio que encierra. Según nuestra fe, el pan es el cuerpo de Cristo, y el cáliz la sangre de Cristo. (…) ¿Cómo este pan es su cuerpo y cómo este cáliz, o lo que él contiene, es su sangre?
A estas cosas, hermanos, las llamamos sacramentos, porque en ellas una cosa es lo que se ve, y otra lo que se entiende. Lo que se ve tiene forma corporal; lo que se entiende tiene efecto espiritual. Si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol que dice a los fieles: «Ustedes son el cuerpo de Cristo y sus miembros». Por tanto, si ustedes son el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que son ustedes mismos y reciben el misterio que son ustedes.
A lo que son responden con el «Amén» , y con esa respuesta lo rubrican. Se te dice: «El cuerpo de Cristo», y tú respondes: «Amén». Sé miembro del cuerpo de Cristo para que ese Amén sea auténtico.
¿Por qué precisamente en el pan? No aportemos nada personal al respecto, y escuchemos otra vez al Apóstol, quien, hablando del mismo sacramento, dice: «Siendo muchos, somos un solo pan, un único cuerpo». Compréndanlo y llénense de alegría: unidad, verdad, piedad, caridad.
Un solo pan: ¿quién es ese único pan? Muchos somos un único cuerpo. Acuérdense que el pan no se hace con un solo grano, sino con muchos. Cuando recibieron los exorcismos, era como si se los moliese; cuando fueron bautizados, como si se los remojase; cuando recibieron el fuego del Espíritu Santo, fue como si se los cocinase. Sean lo que ven y reciban lo que son. Eso es lo que dijo el Apóstol sobre el pan.
Lo que hemos de entender con respecto al cáliz, aún sin decirlo expresamente, lo mostró con suficiencia. Para que exista esta especie visible de pan se han unido muchos granos en una sola masa, como si sucediera lo mismo que la Sagrada Escritura dice refiriéndose a los fieles: «Tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios».
Lo mismo ha de decirse del vino. Recuerden, hermanos, cómo se hace el vino. Son muchos los granos de uva que cuelgan del racimo, pero el jugo de las mismas se mezcla, formando un solo vino. Así también nos simbolizó a nosotros Cristo el Señor; quiso que nosotros perteneciéramos a él, y consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe un misterio para provecho propio, sino un testimonio contra sí (Sermón 272)

Y también con la transformación que se realiza en el que participa de ese alimento de la Eucaristía:

Acerquémonos a él y seremos iluminados, no como se acercaron sus compatriotas, y fueron cegados. Ellos se acercaron a Jesús para crucificarlo; nosotros acerquémonos para recibir su cuerpo y su sangre. Ellos, debido al Crucificado, quedaron en tinieblas; nosotros, debido al Crucificado, somos iluminados (Comentarios a los salmos 33, s.2, 10)

La solemnidad del Corpus Christi es momento de adoración, de asombro, de agradecimento porque Dios ha querido quedarse con los hombres y mujeres que todavía peregrinamos por ese mundo en toda su realidad: con su cuerpo, con su espíritu, con su divinidad.

Para los discípulos de Agustín es también momento para saberse interpelados por la llamada a la unidad, a la comunidad de creyentes.

Los que durante este tiempo reciben con fe a Jesús sacramento en la comunión son deslumbrados por el misterio: saben que tienen a Dios cerca, dentro, y de Él reciben fuerza y gracia. Además descubren en la contemplación del misterio la grandeza de la unidad, de vivir concordes, bajo la imagen del pan formado de muchos granos y del vino de muchas uvas.