El sábado 22 de mayo, el boletín de la Sala Stampa de la Santa Sede publicaba la promulgación de decretos de la Congregación de la Causa de los Santos, entre ellos el reconocimiento de las virtudes heroicas del Venerable fray Mariano Gazpio, agustino recoleto.
El pasado 22 de mayo, el Papa Francisco recibió en audiencia al Cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos, a quien autorizó a publicar, entre otros, y textualmente:
Se trata de un paso largamente esperado y muy significativo en el reconocimiento oficial de su santidad. Detrás está el trabajo de un equipo de agustinos recoletos que han reconstruido la vida de Mariano Gazpio, han recogido testimonios, han revisado sus escritos y han tocado a las puertas de la Iglesia local, primero, y Universal, después, para iniciar los procesos y mecanismos por los que los Católicos reconocemos en algunas personas la huella de Dios y su misericordia con la humanidad.
El agustino recoleto Gabriel Robles (Ciudad de Panamá, 1962) es desde junio de 2018 el postulador de las causas de canonización de la Orden. Antiguo alumno del Colegio San Agustín de su ciudad natal, profesó como agustino recoleto con 23 años y fue ordenado sacerdote en 1989. Desde entonces ha trabajado en República Dominicana, España, Panamá e Italia.
Hemos querido que nos explique el significado de este recentísimo reconocimiento de la Iglesia sobre uno de los religiosos de la Provincia de San Nicolás de Tolentino que encierra en su biografía casi todos los aspectos del servicio a la Iglesia que puede hacer un agustino recoleto: misionero en China, formador de religiosos y director espiritual.
Fray Gabriel, ¿qué es un postulador?
Es quien representa ante la Congregación para las Causas de los Santos a la parte “actora”, o sea, a las personas o instituciones que piden y promueven que un fiel cristiano fallecido con fama de santidad sea declarado santo por la Iglesia.
En el caso de las Órdenes religiosas, es habitual encomendar a uno de sus miembros esta tarea en todas las causas de canonización de religiosos de su Orden. El prior general encarga al postulador los estudios previos y el seguimiento del proceso.
¿Qué pasos tiene este proceso?
Comienza tratando de alcanzar la certeza moral de que la persona propuesta vivió en forma heroica las virtudes y que, además, su fama de santidad es cierta en el pueblo de Dios. Esta parte es informativa y se realiza en dos etapas: primero en la Diócesis donde falleció el religioso y luego en Roma, con la Congregación para las Causas de los Santos.
Desde el momento en que se inicia un proceso de canonización, el protagonista pasa a ser denominado “Siervo de Dios”. Salvo en el caso del martirio –en el que una vez demostrado el mismo se puede pasar a la beatificación–, finalizado el proceso en la Diócesis, se envían a la Congregación para las Causas de los Santos, donde prosigue su estudio.
Cuando la Congregación constata estas virtudes, presenta el caso al Santo Padre para que, si así lo estima, haga la “declaración de la heroicidad de las virtudes”. Este es el paso exacto que ha ocurrido el pasado sábado y, con ello, fray Mariano Gazpio, hasta ahora calificado de Siervo de Dios, pasa a ser llamado Venerable. Sin embargo, todavía no ha sido declarado beato y no se puede aún recibir culto publico.
¿Qué ha significado este nuevo paso en el proceso de fray Mariano Gazpio?
Técnicamente, el pasado 22 de mayo hubo un reconocimiento oficial en la Iglesia de que fray Mariano Gazpio vivió de forma heroica las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), así como las cardinales (prudencia, justicia, templanza y fortaleza). Todos los cristianos estamos llamados a vivir estas virtudes, pero no todos lo hacemos con la misma constancia y calidad. Ahora podemos decir con seguridad que fray Mariano Gazpio lo ha hecho a lo largo de su vida y se le considera digno de veneración, es decir, de respeto en sumo grado por sus virtudes.
Este es un detalle muy importante, porque la santidad en la Iglesia es ante todo una gracia de Dios. El santo es aquel que vive fundado en Dios y de Dios recibe su fuerza para mantenerse. Quien así ha vivido merece el reconocimiento y la veneraciónporque recuerda que cada uno de nosotros podemos, con la gracia de Dios y si somos dóciles a ella, vivir así también.
Así, pues, cuando el Papa Francisco hizo la mencionada declaración, fray Mariano Gazpio es ya “Venerable”. Según la RAE, es el “primer título que concede la Iglesia católica a quienes mueren con fama de santidad, y al cual sigue comúnmente el de beato, y por último el de santo”.
¿Qué pasos seguirán ahora?
Para la declaración como beato se requiere normalmente la constatación de un milagro realizado por intercesión de la persona en proceso; una vez declarado beato, se requerirá de la constatación de otro milagro para la declaración como santo.
Ambos actos son potestativos del Papa. Los milagros son siempre obra de Dios y hemos de obtener la certeza de que un presunto milagro ha sido hecho debido a la intercesión de la persona en proceso de canonización. Cuando exista la sospecha de un posible milagro, habrá un proceso informativo que, como en el caso de las virtudes y fama de santidad, se inicia en la Diócesis donde ocurra el presunto milagro, y luego se prosigue en Roma.
¿Tiene alguna incidencia práctica esta declaración de “Venerable”?
Ciertamente la tiene. Desde un punto de vista psicológico y sociológico, todos necesitamos “modelos de identificación” que nos ayuden a emprender el camino de la vida con seguridad, o al menos con una fundada persuasión de no estar transitando por un sendero equivocado.
Si siempre tuviésemos que empezar de cero, no avanzaríamos mucho y malgastaríamos buena parte de nuestra vida, privándonos y privando a los demás de muchas cosas buenas. Por eso para la Familia Agustino-Recoleta esta declaración de fray Mariano Gazpio como Venerable es un estímulo para reconocer que es posible vivir virtuosamente, pues alguien lo ha vivido “en medio de nosotros”. Nosotros, en nuestras propias condiciones, podemos imitarle.
En definitiva, implica constatar que quien vive fundado en Dios y es coherente también es digno de reconocimiento. No olvidemos que ser reconocidos tiene que ver con ser valorados. Y si no somos valorados, nuestra vida pierde sentido: ¿quién quiere una vida en la que se es marginado como persona?
Para la Iglesia es siempre una buena noticia saber que uno de sus miembros ha logrado vivir coherentemente su fe, como testimonio del poder transformador del evangelio de Jesús. Es algo que anima y llena de satisfacción y, por qué no decirlo, de sano orgullo.
¿Qué aspectos de la vida de Mariano Gazpio le han causado más admiración?
Hay aspectos que, aunque sorprenden y causan admiración, se muestran también imitables y, por tanto, practicables. Por ejemplo, su constante sentido de la presencia de Dios y su vida de oración; la dedicación entregada a las actividades con un profundo sentido de responsabilidad; su capacidad y disponibilidad para iniciar nuevas trayectorias vitales; la obediencia filial y amorosa a las disposiciones de la Iglesia; la capacidad de sobreponerse al propio temperamento y escoger la simplicidad y sencillez; la capacidad de reconocer en todos algo bueno y no dejarse llevar por la crítica a nadie, incluso a quien nos ha hecho el mal.
Son aspectos muy variados que van encajando en el rompecabezas de una existencia fundada plenamente en Dios. Su espiritualidad no es ya exactamente la nuestra, pero no por ello dejan de ser aspectos inspiradores a la vez que un reto para llevarlos a la práctica hoy.
Por ejemplo, si un creyente no logra sentir la presencia de Dios en su vida, su fe se puede convertir en un recetario de doctrinas y oraciones, a veces mal soportadas. Si no vemos presente a Dios en lo que hacemos y, sobre todo entre nosotros, mantener la fe puede ser cosa de un esfuerzo de la voluntad imposible de realizar. Es como remar en el mar buscando tierra, pero con un horizonte sin fin donde la tierra nunca aparece.
Fray Mariano se caracterizó por una profunda vida de oración, ya desde sus años de formación, desarrollada en la misión en China y durante la persecución, en los conventos de Monteagudo y Marcilla, en comunidad y en soledad. Orar es siempre posible, en la adversidad o en la prosperidad, porque Dios está siempre con nosotros.
Sorprende la fecundidad de su apostolado y el recuerdo que dejó en tantos que aludían a él como un “santo vivo”. Da qué pensar el hecho de que antes de salir de España su experiencia vital se había circunscrito a un ambiente rural muy limitado, pero esto no le impidió una impresionante inculturación en un mundo situado en las antípodas de lo que conocía.
Para nosotros, los religiosos, es muy inspiradora su capacidad de entrega y dedicación a las tareas encomendadas, su profundo sentido de responsabilidad al frente de una parroquia o una escuela de catequistas, o poniendo sellos y llevando las cartas al correo. Y además de esa constancia, esa disponibilidad para cambiar de destino y comenzar un nuevo estilo de vida, una manera de no conformarse con lo que se tiene, sino tener el espíritu libre para ir donde la Iglesia nos necesite.
Un aspecto maravilloso fue su sensibilidad ante el Magisterio de la Iglesia. A pesar de los cambios que supuso el Vaticano II para alguien como él, aceptó la nueva sensibilidad de la Iglesia con una obediencia consciente y, diría, cooperadora; una docilidad que nada tiene que ver con obediencia ciega, sino con ver y vivir la presencia de Dios en la Iglesia.
Me llamó también la atención su continuo “auto reciclaje”, su conocimiento del propio carácter y su opción por la sencillez, por buscar y encontrar siempre algo bueno y valioso en los demás. Nunca se dejó llevar por el demonio de los chismes y la crítica, como diría el Papa Francisco. Sabía reconocer el mal, pero no sabía maldecir, ni siquiera a quien le había hecho ese mal.
¿Qué podemos hacer a partir de ahora para promover su figura?
Promover el reconocimiento de alguien no es hacer marketing. No estamos anunciando un “producto”, sino compartiendo un “resultado cierto y probado”; no algo, sino a alguien cuya vida y ejemplos nos resultan accesibles e imitables. Lo primero, pues, es estar convencidos de que presentar a los demás la vida de un hermano como fray Mariano no es cosa irrelevante.
Ciertamente la beatificación será imposible si no damos a conocer su vida. San Pablo lo decía referido a Cristo:
Esperar que la beatificación de fray Mariano Gazpio “caiga del cielo” no solo es extremadamente pasivo, sino irrespetuoso con Dios, de quien estaríamos esperando que “nos saque las castañas del fuego”… Y eso es muy cómodo, lo cual no cuadra bien con ser cristianos, y tampoco religiosos agustinos recoletos.
Y no hablo de una tarea “intelectual”, multiplicando publicaciones, aunque sean muy necesarias. Pero, seamos honestos: ¿se distribuyen “a fondo perdido” entre los fieles? ¿Y entre nuestros propios familiares y amigos? Más aún, ¿conocemos nosotros mismos algo de su vida, hemos leído algo sobre él?
Hemos de proponerlo en las actividades pastorales. No se ama lo que no se conoce; pues bien, qué dificultad hay para darlo a conocer a los grupos de oración, las Fraternidades Seglares, las JAR; a ponerle su nombre a un nuevo salón; a crear una beca con su nombre para personas de escasos recursos; a formar o fomentar grupos de solidaridad con los emigrantes inspirados en su persona y obra… La creatividad es infinita para esto.
¿Qué representa fray Mariano Gazpio para la gente del siglo XXI?
Además de algunas cosas ya señaladas, pienso que lo principal es caer en la cuenta de que en la Iglesia la relación de los fieles con los santos implica tres aspectos compenetrados entre sí: la veneración, la imitación y la intercesión.
A veces esta última cobra mayor relieve y preponderancia, e incluso llegamos a ver quienes buscan santos “milagreros”. Pero todo santo, además de ser un válido intercesor, es digno de veneración precisamente porque la suya ha sido una vida de amistad con Dios, de encuentro constante con Él y de compartir con los demás tal amistad.
Y está el aspecto que nos debería interpelar más, la imitación. No es un extraterrestre, un caso aislado, alguien más para admirar que para imitar. En la imitación está el gran valor de los santos para los creyentes, para apuntalar cada vez más nuestra vida en Dios y dejar que Él la vaya transformando; cooperando con su gracia y dejándonos guiar por su Espíritu.
Fray Mariano Gazpio constata que no hay condición de vida lo suficientemente difícil o complicada como para impedir estar con Dios, buscarle y encontrarle en lo que hagamos. Y que ser dóciles a Dios y auto-disciplinarnos en esta docilidad da frutos de paz interior y serenidad, de servicio y entrega al bien común.
Y también, por qué no decirlo, da frutos de reconocimiento y valoración de los demás. Muchos de los que convivieron con fray Mariano encontraron en él un hermano dispuesto a acogerles, sobre todo como confesor u orientador espiritual. Los que fueron sus novicios guardan recuerdos edificantes que resplandecían en él y que tanto bien les hicieron.
¿Qué consejo nos da desde su conocimiento del Venerable Mariano Gazpio?
Animo a todos a conocer la figura de este buen fraile, misionero entregado y hombre de oración. Encontrarán muchas cosas que les darán qué pensar y cuestionarse cómo vivió de modo heroico las virtudes en sus circunstancias concretas, llenas de limitaciones e incomodidades.
Y ante lo que pueda parecer extraño de su estilo de vida, por su contexto social y cultural tan diverso del nuestro, no nos quedemos en lo anecdótico. Más bien, preguntémonos cómo vivir hoy, en nuestro propio ambiente y circunstancias, esas virtudes.
Si lo conseguimos, habremos encontrado en fray Mariano a un buen amigo que anima a recorrer desde la fe, como hizo él, la propia vida en la presencia de Dios.