En febrero de 1945 quedaba aplastada bajo el peso de las bombas, tras 337 años de historia, la casa madre de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de los Agustinos Recoletos. Este es un homenaje y tributo de gratitud a quienes construyeron esta emocionante historia comunitaria, dentro de las celebraciones del IV Centenario (1621-2021) de esta Provincia religiosa.
Por ser Casa Madre, Intramuros era el hogar de todos los agustinos recoletos pasados a Filipinas, y con esta casa tienen que ver todos los que han descollado por una u otra razón: santidad, celo apostólico, cultura, conocimientos prácticos, estrategas de la defensa de la gente frente a los ataques violentos…
A varios de ellos ya los hemos nombrado; a todos es imposible recordarlos. Nos limitamos a entresacar varios personajes de dos categorías concretas: obispos e historiadores.
Los primeros son de alguna forma prototipo del recoleto filipino. Los historiadores, por su parte, han recopilado, guardado y transmitido la obra de la Orden en aquel país.
Pedro de San Francisco de Asís (†1754)
Este aragonés nacido en Híjar (Teruel) pertenecía a la provincia agustino-recoleta de Aragón, y en ella murió después de pasar 33 años en Filipinas, adonde arribó el año 1711.
Que sepamos, en Manila solo residió cinco años, desempeñando los cargos de procurador general, profesor y secretario provincial. En 1737 fue destinado al llamado Hospicio de México, y allí vivió hasta regresar a España en 1744.
Vuelto al seno de su provincia de Aragón, fue nombrado consejero general y cronista de la Orden. En su calidad de cronista, acomodó y dio a la prensa el tomo III de la Historia General de los agustinos recoletos, que había dejado escrito Diego de Santa Teresa (Barcelona 1743); y escribió el tomo IV, cuya impresión financió la provincia de Filipinas, por lo que el volumen se le dedicó a san Nicolás de Tolentino.
Juan Romero de la Concepción (1724-1786)
Este madrileño e hijo del convento de Madrid, pasa a Filipinas a los 25 años. Y, aunque con algunas intermitencias, reside en Manila casi hasta su muerte. Fue, además de profesor, prior provincial en algunos momentos; y, sobre todo, fue cronista de la Provincia, cargo para el que fue reelegido, trienio a trienio, durante más de 20 años.
A su muerte, dejó escrita la primera Historia general de Filipinas, impresa en 14 volúmenes entre 1788 y 1792; una obra magna que ha sido durante siglo y medio la historia más detallada y fiel del Archipiélago, a decir de los historiadores modernos.
La impresión corrió a cargo de la Provincia, y ella debía haber distribuido la obra. Pero se hizo muy limitadamente. Una gran parte de la edición quedó en depósito en la biblioteca de Intramuros hasta que, tras varios decenios, un provincial mandó entregar un ejemplar a cada uno de los frailes.
Así es como, en el equipaje de muchos religiosos expulsados por la Revolución, la Historia del padre Concepción viajó hasta variados rincones de América.
Gregorio Fidel de Blas (1845-1920)
Los 30 años que este ilustre recoleto pasa en Filipinas, se desarrollan todos en Manila y provincias colindantes de lengua tagala. Con residencia en Intramuros, desempeñó los cargos de secretario provincial (1879), consejero (1885), vicario provincial y prior provincial (1888).
Estando en Cavite fue protegido por el líder de la Revolución filipina Emilio Aguinaldo (1896). El resto de su vida transcurrió ya en España donde, en 1914, fue elegido –con casi 70 años ya– prior general de la Orden.
Todos esos años en el gobierno y la posibilidad de consultar el archivo de la Provincia, tanto en Manila como en Marcilla, le permitieron componer una obra singular. La publicó en 1910 bajo el título: Labor Evangélica de los Padres Agustinos Recoletos en las Islas Filipinas.
Son 64 páginas de cuadros estadísticos, con 11 mapas de la geografía recoleta allí. Éstos, sobre estar en color, son sumamente fieles –con la única excepción del mapa de las Islas Marianas–. Quien fue testigo y protagonista cuenta cómo, en 1944, cuando los japoneses invadieron Filipinas y descubrieron estos mapas, secuestraron todos los ejemplares, para servirse de ellos.
Francisco Sádaba (1867-1923)
También Sádaba fue secretario provincial. Lo fue durante 11 años, entre 1895 y 1906. A él le correspondió, después de la Revolución filipina, organizar el traslado del Archivo provincial desde Manila hasta el convento de Marcilla (Navarra, España).
Luego pasó a ser secretario general (1906-1908) y encargado en Roma de los asuntos de la Orden, hasta 1914. A Intramuros regresará como prior en 1917. Y, aunque vuelto a destinar a España al año siguiente, en Manila fallecerá el 6 de agosto de 1923.
Merece que aquí lo recordemos por una obra que publicó con motivo del III Centenario de la llegada a Filipinas, en 1906. Es el Catálogo de los religiosos agustinos recoletos de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Filipinas desde el año 1605, en que llegó la primera Misión a Manila, hasta nuestros días.
Una obra como esta solo se podía componer en este convento central de Manila y, más en concreto, en su secretaría y archivo provincial. En sus casi 900 páginas, a base de confrontar con paciencia más que benedictina los instrumentos de archivo, Sádaba recompone de forma enteramente fiable el hilo biográfico de los más de 1.500 frailes agustinos recoletos que habían pasado por Filipinas hasta el momento de elaborar el catálogo.
Juan Ruiz de San Agustín, obispo de Nueva Segovia (1728-1796)
Cuando es ordenado obispo de Nueva Segovia este español natural de Cáceres, la iglesia de Intramuros ya tiene la conformación última; ha sido restaurada seis años antes, después del enésimo terremoto, el de 1771.
A fray Juan le ha tocado, de hecho, estar al tanto de las obras durante buena parte del decenio: como vicario provincial o como provincial (1776-1779). Para 1781 ya se puede dar por concluida la fachada: se ha reparado la torre y al frontis de la iglesia se le han dado unas líneas en armonía con ella.
En el interior, se ha construido la bóveda de cañón, se ha echado un piso nuevo y el coro que había junto a la sacristía se ha trasladado a las tribunas creadas a la altura del coro alto.
No es de extrañar que fray Juan Ruiz resulte un obispo constructor. Obispo de Nueva Segovia, una de las cuatro sedes filipinas existentes entonces, lo es jurídicamente desde diciembre de 1780, y gobierna desde mayo de 1782, por más que su ordenación en Intramuros no se tenga hasta enero de 1786.
Gobierna hasta el punto de que, para cuando es consagrado, ya ha construido en la ciudad de su sede, Vigan (Ilocos Sur), un palacio episcopal y lleva adelantada la catedral. Ambos edificios forman uno de los conjuntos eclesiásticos más armónicos de todo Filipinas; y son parte importante de la Ciudad Histórica de Vigan, que en 1999 mereció ser declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Queda por estudiar si el diseño de esta espléndida catedral norteña no se ha inspirado de alguna manera en la remozada fachada del templo de San Nicolás de Intramuros.
En fin, la necrología del obispo Juan Ruiz apunta que: “Murió, verdaderamente, como pobre religioso; pues todo cuanto recibió siendo Obispo, lo gastó en hacer su Palacio y su Catedral y en adornar esta con preciosas alhajas de oro y plata y ornamentos”.
Y aún podía haber añadido que gastó incluso la vida, porque el seguir tan de cerca las obras le llevó a enfermar y, en definitiva, a la muerte, que ocurrió en Manila el 2 de mayo de 1796.
Joaquín Encabo, obispo de Cebú (1740-1818)
Llama la atención el paralelismo o la continuidad de monseñor Encabo respecto al anterior, Juan Ruiz. Los dos son casi paisanos, cacereños, y ambos profesan en el convento de Madrid. Encabo pasa a Filipinas en 1767, en una misión organizada, justamente, por Juan Ruiz. Después, Encabo será sobre todo profesor en Intramuros de los jóvenes religiosos.
Pero también desempeñará aquí cargos de gobierno, entre otros el de provincial, poco después de haberlo sido Juan Ruiz: de 1782 a 1785 y de 1788 a 1791. Entre los dos trienios, de 1786 a 1888, y a instancias de Juan Ruiz, había estado en Vigan como secretario suyo. Finalmente, en 1796, será el encargado de pronunciar la oración fúnebre de su ilustre paisano.
También en su caso transcurren varios años –seis, nada menos– desde que es propuesto para obispo hasta su consagración. El rey Carlos IV de España le propone para la sede de Cebú. Y, el 15 de mayo de 1808, es ordenado obispo en Manila, en esta iglesia de Intramuros.
¿Que cómo lo hizo? Cuentan que fue un prelado excelente. La diócesis de Cebú era inmensa, y los últimos obispos no se habían hecho presentes en muchos lugares. Encabo se encontró con personas de 70 años que no habían visto a un obispo y aún estaban sin confirmar. Él sí visitó toda la diócesis; lo hizo, incluso, dos veces.
Por otro lado, “fue muy caritativo con los pobres y desprendido en sumo grado, invirtiendo los 4.000 pesos que cobraba de estipendio en remediar necesidades ajenas”. Entre otras, las de los leprosos, abundantes en la zona. Para ellos creó un hospital, así como una fundación para su sostenimiento. La dotación económica inicial de esta fundación la puso él de su bolsillo; y, después de él, la Orden no dejó de hacer sus aportaciones hasta comienzos del siglo XX.
José Aranguren, arzobispo de Manila (1801-1861)
Es el fraile agustino recoleto que más alto ha brillado en la jerarquía de la Iglesia filipina y el único arzobispo de Manila con que cuenta la Orden.
También él es español, navarro de Barasoain. Y es uno de los primeros que profesa directamente en la Provincia de San Nicolás, en el seminario que esta acababa de abrir en Alfaro (La Rioja) el año 1824.
Aranguren profesa en 1825 y, cuatro años más tarde, parte para Filipinas en la primera misión que sale de Monteagudo (Navarra), el lugar donde el seminario de Alfaro se instala definitivamente.
Iba para profesor; y, de hecho, es lo que hace los primeros años: residir en Intramuros enseñando las materias eclesiásticas a los religiosos jóvenes, como había hecho monseñor Encabo medio siglo antes. Enseguida se le entrecruzaron otros oficios, como el de secretario provincial (1834-1835) y después prior provincial (1843-1845).
No llegó a terminar su trienio de prior provincial porque fue elegido para gobernar la sede de Manila, única Archidiócesis que abarcaba todo el Archipiélago. Con toda solemnidad es ordenado en la iglesia de Intramuros, el 31 de enero de 1847.
Aranguren será arzobispo de Manila durante quince años, pues fallece el 18 de abril de 1861. Le correspondía ser enterrado en la catedral, y así se hizo; pero él dejó el encargo de que su corazón se conservara en la iglesia de San Nicolás, entre sus hermanos. Y así se hizo, también: aquel corazón, que al extraérselo asombró por lo grande, fue sumergido en alcohol y se guardó en una urna de mármol empotrada en el presbiterio.
Mariano Cuartero, obispo de Nueva Segovia (1830-1887)
Este religioso, nacido en la ciudad de Zaragoza y agustino recoleto desde 1850, parecía destinado a quedarse en Monteagudo como profesor, sobre todo de física. Tuvo que solicitar repetidas veces ser destinado a Filipinas, hasta que lo consiguió en 1863.
Llegado allí, poco pudo saborear las mieles del apostolado. En 1867 ya le nombran prior de Manila y prior provincial en 1870. Concluido su trienio de mandato, en 1874 fue preconizado obispo de Nueva Segovia. El 6 de junio de 1875 recibió la ordenación episcopal en la iglesia de Intramuros. E inmediatamente pasa a instalarse en el palacio que había construido el otro obispo recoleto de Vigan, Juan Ruiz. Aquí fallecerá, a los 57 años, el 2 de agosto de 1887.
Los obispos recoletos de Jaro: Leandro Arrué y Andrés Ferrero
Vigan no era territorio histórico para los recoletos; como tampoco lo es la isla de Panay, donde se encuentra Jaro, sede episcopal englobada en la actual ciudad de Iloilo. Sí es cierto que había ministerios recoletos, como algunos de la isla de Negros, pertenecientes a la Diócesis de Jaro. Eso explica que, como segundo y tercer obispos de esta Diócesis erigida en 1865, el Santo Padre eligiera a dos agustinos recoletos: Leandro Arrué y Andrés Ferrero.
El primero, aragonés nacido en Calatayud (Zaragoza), pasó a Filipinas siendo diácono, y allí se ordenó de sacerdote. Tras un decenio de actividad pastoral en distintas parroquias de la región bisaya, pasó a residir en Manila en calidad de procurador general (1873).
A Manila volverá, ahora como prior provincial, en 1879. Tan tranquilo estaba de vuelta en su parroquia de Bácong (Negros Oriental), completando allí convento e iglesia, cuando se enteró de su elevación a la sede de Jaro.
Se resistió cuanto pudo: tan solo aceptó por obediencia al mandato formal de los superiores. Su ordenación tuvo lugar en la iglesia de Intramuros el día 30 de agosto de 1885.
No podemos contar entre los obispos consagrados en el templo de la Casa Madre a monseñor Andrés Ferrero, tercer obispo de Jaro. Sin duda, él lo habría deseado; no solo por el valor simbólico del convento, sino también por el afecto que de seguro nutría por la casa donde había sido prior (1875-1882), consejero (1885-1888) y, en fin, prior provincial (1894-1897).
Pero llegó al episcopado cuando ardía ya en todo el país el incendio de la Revolución, y hubo de ser ordenado privadamente en la capilla del arzobispado de Manila, el 13 de noviembre de 1898.
Igual que los demás obispos españoles, tuvo que presentar su renuncia a la Diócesis. Fue el último en regresar a España, el 27 de octubre de 1903, después de beber durante cinco años el cáliz de la persecución. El resto de su vida lo pasó en el convento de Marcilla, donde fallecerá en 1909.
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