En febrero de 1945 quedaba aplastada bajo el peso de las bombas, tras 337 años de historia, la casa madre de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de los Agustinos Recoletos. Este es un homenaje y tributo de gratitud a quienes construyeron esta emocionante historia comunitaria, dentro de las celebraciones del IV Centenario (1621-2021) de esta Provincia religiosa.
Ni terremotos, ni huracanes ni revoluciones habían logrado terminar con San Nicolás de Intramuros. Lo que determinó su final inesperado y quizá evitable fue, precisamente, la acción de liberación de Manila por parte de las tropas aliadas del Pacífico actuando contra la ocupación japonesa.
Los japoneses acabaron con la comunidad humana; los estadounidenses, con la casa física.
6.1. La guerra, en su máximo horror
Acabamos de mencionar fechas memorables, festivas en grado sumo, como el Congreso Eucarístico o la ordenación de monseñor Ochoa. Pero no era un ambiente de felicidad el que reinaba entonces en Manila.
En 1937 la misión de Kweiteh y todos los religiosos de China vivían días de angustia, por la guerra chino-japonesa. Para empeorar las cosas, en 1941 estalla la Guerra del Pacífico, tras el bombardeo de Pearl Harbour por la aviación japonesa. Y el 2 de enero de 1942, las tropas del Imperio del Sol Naciente hacen su entrada en Manila con las mismas actitudes de dominio, violencia gratuita y opresión sin medida que caracterizaron todas sus ocupaciones.
Fueron tres años sombríos con detenciones y requisas hasta que los norteamericanos se reorganizan y reconquistan Filipinas isla a isla, para plantarse en las puertas de Manila a comienzos de 1945. La fecha que marca la línea divisoria es la del 3 de febrero.
Ese día, los estadounidenses liberan la Universidad de Santo Tomás, toman posiciones al lado norte del río Pásig y empiezan a bombardear Intramuros, al otro lado del río.
En el lado americano los Agustinos Recoletos tenían la casa de San Sebastián, con su singular iglesia gótica enteramente construida de hierro. A su amparo se había acogido el prior provincial y el grueso de la comunidad de San Nicolás. Varios más estaban a punto de venir; incluso habían llevado ya el equipaje… Pero no llegaron a tiempo.
Ante el bombardeo norteamericano, los japoneses reaccionan concentrando a la población de Intramuros en unos pocos lugares controlables e incendian todo el día 7 de febrero. El cañoneo americano y los raids aéreos son incesantes pero las tropas niponas no se rinden. Su ira y desesperación les lleva a ensañarse con los rehenes. Se calcula en unas 10.000 personas las asesinadas en Intramuros por los japoneses, de todos los modos imaginables: acuchillados, abrasados, aplastados…
Con los españoles han formado un grupo aparte de 125 personas. Entre ellos 52 religiosos, de los cuales seis son agustinos recoletos. Los conducen a unos refugios antiaéreos y los amontonan allí. Luego, entre risotadas, echan bombas de mano por los ventanucos, que taponan para que nadie sobreviva. Y, en efecto, son escasísimos los supervivientes, ningún recoleto.
En cuanto a la ciudad, quedó machacada. Entre los miles de obuses norteamericanos y los incendios japoneses, apenas quedaron en pie los esqueletos de los edificios. Las fotografías panorámicas que lo muestran estremecen a cualquiera. Es el caso, para nosotros emblemático, del convento e iglesia de San Nicolás de Tolentino. Sobran las palabras.
6.2. Los mártires de Intramuros
Los seis agustinos recoletos masacrados por las tropas niponas se convierten en “los mártires de Intramuros”; y pueden personificar también a todos los demás que sufrieron las calamidades de la Guerra, esa y cualquier otra. Son los siguientes:
Fray Mariano Alegría. Prior de la comunidad desde mayo de 1941. Uno de los pilares de la misión de China, de cuyo grupo fundador había formado parte en 1924. Persona sumamente activa, al tiempo que amante de la comunidad y de cada uno de los frailes. Juzgó su deber de prior permanecer en el convento mientras fuera posible.
Fray Hernán Biurrun. Tres veces reelegido para administrar los bienes de la Provincia. Desde 1934 residía en San Nicolás. Buen predicador y excelente músico y cantor.
Fray Pedro Crespo. Residió en Manila los últimos años, convaleciente de una malaria que le había dejado mermada la salud. Echaba un mano en lo que hiciera falta.
Fray Ildefonso Vesga. Aunque su salud tampoco era muy buena, hacía oficios de sacristán. Gracias a él se salvaron muchos ornamentos y vasos sagrados, que escondió en el panteón.
Fray Juan Machicote. Este hermano no sacerdote que había ejercido ejemplarmente de sacristán, había sufrido una operación complicada que le dejó muy debilitado. Se ofreció para acompañar al padre Alegría cuidando la casa.
Fray Ángel Peña. También había sido misionero en China. Últimamente, en Intramuros era el hermano encargado de la cocina.
6.3. Y los vencedores arrasan todo
Sin embargo, en San Nicolás de Tolentino de Intramuros, como en tantos otros edificios, la reconstrucción habría sido posible; costosa, pero posible. Solo que los equipos de demolición del ejército norteamericano completaron la destrucción, arrasándolo todo.
Testigos que pudieron llegarse allí en el mes de abril del fatídico 1945 vieron intactas las paredes del convento, los pilares de los claustros, la estructura de la enfermería. Pero enseguida llegó el ejército americano con su maquinaria pesada y aplanó todo.
Mejor dicho, no todo. Porque la torre de San Nicolás, igual que su fachada y sus muros se mantuvieron en pie aún varios años. Lo poco salvable se reutilizó, como ocurrió con varias de las campanas, repartidas por iglesias de provincias.
Quedaba una, la más grande, en el centro de la torre. La conocían como La Bomba. Se solicitó el concurso del ejército norteamericano para conseguir bajarla, pero no encontraron modo de hacerlo. Y, poco después, una noche, sirviéndose de un andamio de bambú, un grupo de ladrones se la llevó.
Casi tres lustros permanecieron, tal cual, iglesia y convento de San Nicolás, como mudos centinelas en un desierto de ruinas, hierbajos y chabolas. La torre de Intramuros, esbelta y desnuda, quedó bien expuesta a la mirada libidinosa de saqueadores y especuladores.
A 19 de octubre de 1954, los restos venerables depositados en el panteón de la vieja Casa Madre fueron trasladados a la iglesia de San Sebastián. Parecía la despedida definitiva, aunque no lo era: todavía, cuatro años más tarde, el Capítulo Provincial determinaba acomodar en San Nicolás una residencia para los religiosos.
6.4. La herencia de Intramuros: la educación superior del pueblo filipino
Quedó un dinero, eso sí. Las indemnizaciones recibidas de los gobiernos japonés y norteamericano. Y la suma que se le pudo sacar al solar, vendido al Manila Bulletin, diario de tirada nacional que instaló allí su sede central, y donde continúa hoy día.
Tras los desastres de la Guerra Mundial, amanecía en Filipinas una nueva época, también para los agustinos recoletos, que apostaban decididamente por el apostolado educativo. El dinero de la venta de Intramuros se invirtió en la adquisición de la Universidad de Negros Occidental – Recoletos, el año 1962 [foto]. De alguna manera, la UNO-R de Bacólod es la herencia de Intramuros a la Orden.
Fuera de esto, queda sólo el testimonio melancólico de tres lápidas. Una señala una ausencia: el marker que indica el solar de lo que fue convento de San Nicolás. Las otras se alojan en sendas criptas funerarias: la del convento de San Agustín, recuerda los nombres de todos los religiosos asesinados durante la Batalla de Manila; la de San Sebastián deja constancia del traslado allí, el 19 de octubre de 1954, de los restos del panteón de Intramuros.
Sirva este recuerdo que aquí concluimos como mínima ofrenda de homenaje y desagravio.
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