En febrero de 1945 quedaba aplastada bajo el peso de las bombas, tras 337 años de historia, la casa madre de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de los Agustinos Recoletos. Este es un homenaje y tributo de gratitud a quienes construyeron esta emocionante historia comunitaria, dentro de las celebraciones del IV Centenario (1621-2021) de esta Provincia religiosa.
Vamos a cruzar las puertas del antiguo convento y Casa Madre de los Agustinos Recoletos en Filipinas. Partiremos de la fachada principal, entraremos en el templo y luego nos colaremos hacia los espacios de vida íntima de esta numerosa comunidad, subiendo piso por piso a través de una señorial escalera.
Acompáñanos por este recorrido lleno de historia y de vidas concretas que se entregaron a la misión evangelizadora hasta las últimas consecuencias.
3.1. La iglesia de San Nicolás de Tolentino
• La torre
La torre campanario es lo primero que capta la atención. Por su solidez y elegancia se consideraba una de las más bellas de la capital filipina. Y era antigua; posiblemente se remontaba al edificio original del siglo XVII. Estaba hecha de ladrillo y piedra unidos con argamasa, y de sus cinco cuerpos, los tres más bajos eran macizos; así pudieron resistir tantos temblores.
• La fachada
En armonía con la torre está la fachada, coronada por la hornacina que alberga la imagen del Santo titular. Los días de fiesta grande se convierte en un ascua de fuego; desde 1906, cuando se instaló la luz eléctrica, a base de bombillas; hasta entonces, con cientos de luminarias.
• El interior del templo
La iglesia es también de ladrillo sólido, como la mayor parte del convento. Mide unos 55 x 13 metros. Es de cruz latina, aunque uno de los brazos del crucero se alarga en desmesura para formar la espléndida capilla del Nazareno. Su estilo es churrigueresco, con abundancia de columnas salomónicas.
• La oración común y la predicación
San Nicolás nunca ha sido Parroquia, a diferencia de la mayor parte de las casas recoletas. Es lo que le quiere decir el provincial Mateo de la Encarnación al rey de España Fernando VI cuando le escribe en 1750 que es
“la única casa de observancia en la que los religiosos se emplean en la asistencia del coro, en el rigor de la observancia, en ayunos, disciplinas y otras penitencias”.
El coro al que se hace referencia ha cambiado de ubicación a lo largo de los siglos. Primero se llegaba a él desde el claustro bajo. Posteriormente, su acceso estaba en el piso principal, y ocupaba parte de la tribuna lateral que recorre la parte trasera del templo, por encima de las capillas. En el coro es donde los religiosos se reúnen a toque de campana varias veces al día para hacer su hora diaria de oración mental y recitar el oficio divino.
Lo cual no significa que los moradores de este convento carezcan de actividad pastoral, como también se cuida de explicarle al Rey el provincial:
“sus religiosos conventuales se hallan todos los más empleados, dentro y fuera, en la predicación del santo Evangelio, en la administración de los santos sacramentos de la confesión y comunión, y en auxiliar día y noche a los muchos enfermos de este vecindario, que nos llaman de continuo”;
Para él mismo especificar, a continuación,
“que este santo empleo lo ejercitamos de caridad, sin obligación de estipendio y sin emolumento alguno”.
Nunca faltó en esta Casa Madre un mínimo de cuatro frailes dedicados al apostolado.
Lo primero que mencionaba fray Mateo eran las predicaciones, que en ocasiones especiales convocaban auténticas multitudes. Para eso está el púlpito, dentro de la iglesia, en un lugar destacado desde donde el predicador puede hacerse oír.
De ordinario, residía en Intramuros un religioso oficialmente encargado de la predicación. Se elegía de entre lo más granado de la Provincia. Baste destacar, en la larga lista de predicadores de Manila, los nombres de dos santos de altar: uno, a los comienzos, en 1626, el de Melchor de San Agustín, mártir de Japón; y otro hacia el final, por los años 1880-1881, san Ezequiel Moreno.
• El culto y la figura del sacristán
Otra de las claves era el esmero en el culto, entendido según la mentalidad del tiempo, que propendía a la pompa y el boato. Una iglesia como la de Recoletos, en el corazón de Manila y en competencia con los templos de las otras órdenes, no podía menos que tener un variado fondo de sacristía en que se contara todo tipo de ornamentos sagrados, a cual más vistoso, así como suficiente mobiliario, imágenes de quita y pon y un largo etcétera. Solo carrozas de plata para procesionar, había cinco.
De aquí seguramente proceden los dos ricos ternos –casulla, dalmática y capa pluvial– con las insignias de la Orden que, desde hace un siglo al menos, enriquecen el vestuario litúrgico del convento de Marcilla, en Navarra (España).
Lo mismo se puede decir del conocido como “cáliz de la Provincia”, que luce las mismas insignias en su estuche de terciopelo rojo y se conserva también en Marcilla. Y ciertamente se guardaba en San Nicolás el cáliz de plata que León XIII usó en su jubileo sacerdotal y luego remitió al convento en correspondencia al obsequio recibido de la Provincia y de la Archicofradía del Nazareno. Hoy se expone en el Museo Recoleto de Quezon City.
Todo este arsenal devoto estaba bajo el control de un religioso sacristán que, a su vez, tenía a sus órdenes a varios dependientes. No era, la del sacristán, figura de poca significación. Lo nombraba oficialmente el Capítulo Provincial, que elegía religiosos celosos al tiempo que hábiles.
Es el caso de dos de los mártires del Japón, los beatos Francisco de Jesús –sacristán en 1622– y, sobre todo, Martín de San Nicolás, que le sucedió entre 1623 y 1632. A este último se deben la imagen y el retablo de la Virgen del Pilar de esta iglesia que, según dice la Crónica antigua,
“para cuyas obras le ayudaron los fieles con sus limosnas”.

• El órgano
Y la solemnidad, en fin, y aun la misma decencia del culto, no se podía entender en Filipinas sin el canto y el correspondiente órgano. Durante un siglo exacto, de 1798 a 1898, había maravillado a todos los curiosos un órgano “sin igual en todo el archipiélago filipino”.
Lo había construido el recoleto Diego Cera, hoy mundialmente conocido por el órgano de bambú de Las Piñas.
Este de Intramuros era mucho más espectacular. No tanto por la fachada, ya de por sí soberbia, que estaba ubicada en lo alto de la tribuna de la nave derecha; lo que le hacía del todo singular era la red de tubos que, a modo de tentáculos, recorría toda la iglesia: las tribunas, el retablo principal y la misma bóveda. Cada uno de ellos remataba en un angelote que tocaba un instrumento musical diferente. Cuando sonaba el órgano, parecían entonar las paredes.
En 1898, durante la Revolución, estuvieron acantonados allí durante meses 1.500 soldados españoles, que lo dejaron inservible. Aunque para 1924 se restauró parcialmente, después de unos años hubo de ser sustituido por otro más convencional.
• El panteón, último descanso del misionero
Un último punto, en fin, que conviene señalar de la iglesia es el panteón. Era una sala, de construcción sólida, adosada a la capilla del Nazareno, con entrada también desde el presbiterio. En sus nichos descansaban los restos de generaciones de religiosos.
Aquí se resguardaron, al comienzo del bombardeo, las imágenes de Nuestra Señora de la Salud y el Cristo de Casiguran, así como gran parte del vestuario de iglesia y otros objetos del convento. El mérito será, sobre todo, de uno de los frailes asesinados en 1945, Ildefonso Vesga.
Pues bien, providencialmente, el panteón resultó ser el único local que quedó intacto en las jornadas trágicas que supusieron el final de todo este complejo.
3.2. Imágenes y devociones
La primera impresión que se recibe al entrar en la iglesia, bajo el impacto del enorme retablo dorado y un cimborrio tan ancho, es de amplitud.
El retablo es muy barroco: en sus cinco calles se alternan imágenes de santos –no todos de la familia agustiniana– y las seis tablas de regular tamaño que reproducen milagros de san Nicolás de Tolentino, el titular.

• Estatua de san Nicolás de Tolentino
Desde su hornacina central, preside la estatua de san Nicolás de Tolentino, el santo –si no la imagen– que venía desde España con la primera expedición de 1606. Con él se han identificado los Recoletos desde el primer momento, extendiendo su devoción por todo el archipiélago.
El día de su fiesta, 10 de septiembre, se coloca el altar mayor de plata, con su templete, se reparten los panecillos del Santo según tradición general y se saca en procesión su imagen sobre la carroza especial de plata.
De toda aquella riqueza solo se salvaron, que sepamos, el platillo y la perdiz que san Nicolás portaba en la mano. En 1948, el oro que contenían fue fundido con otros objetos preciosos y sirvió para confeccionar una de las coronas de la Virgen del Camino de Monteagudo (Navarra, España).
• Nuestra Señora de la Consolación
También vino en aquella primera expedición misional la imagen de Nuestra Señora de la Consolación o de la Correa. Representa a María con su Hijo entregando a san Agustín y a santa Mónica la correa que la Virgen supuestamente ceñía durante la pasión del Señor. Es el título mariano más representativo de toda la familia agustiniana.
La imagen estaba situada en la parte delantera, al fondo de la nave derecha, y siempre ha gozado de enorme devoción: en torno a ella se han reunido a lo largo de los siglos miles y miles de devotos. Muchos murieron mártires en Japón en torno a 1630.
Por ceñir la correa de la Virgen, eran conocidos como “cinturados” o “cofrades de la Correa”. Y aún hoy continúan existiendo como Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta.
A esta venerable imagen pertenecía otra de las pocas reliquias que nos han llegado: la corona imperial de oro fino, con piedras de fantasía. También en este caso fue la beneficiaria la Virgen del Camino. Se le impuso con ocasión de su solemne coronación canónica, el 22 de septiembre de 1954.
• San José
El esposo de María, san José, ha ocupado siempre un puesto de honor en este convento de Manila. Lo proclamaba a los cuatro vientos el fresco desmedido y espléndido que llenaba el lateral del crucero. Es obra del pintor Rafael Enríquez Villanueva (1850-1937), primer director de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Filipinas y profesor del príncipe de los pintores filipinos, Fernando Amorsolo.
En este fresco se representaba al papa Pío IX, en una de las sesiones del Concilio Vaticano I, declarando a san José patrono de la Iglesia Universal, el 8 de diciembre de 1870. Es el episodio que, con motivo de sus 150 años, ha recordado recientemente el papa Francisco con su carta apostólica Patris corde, del 8 de diciembre de 2020.
Ya en 1616, la iglesia de San Nicolás había obtenido un jubileo para el día de la fiesta de san José, el 19 de marzo. Pero cuando se convierte en un fenómeno de masas en el seno de todo un movimiento general en la Iglesia, es en el último cuarto del siglo XIX. Su promotor e impulsor es un agustino recoleto no sacerdote, el hermano Casildo Caballero.
Gracias a él, sobre todo, se consigue de la Santa Sede licencia para fundar aquí una archicofradía cuya influencia llegará hasta el último rincón del Archipiélago. Su instalación coincide con la ordenación episcopal del ex-provincial Leandro Arrué.
Fue un suceso memorable, pues, por partida doble; o triple, porque la fiesta se tiñó de luto, al hacer explosión varias piezas pirotécnicas que se guardaban en la prioral, lo que ocasionó la muerte por quemaduras de dos religiosos.
La Archicofradía de San José siguió boyante y unos años más tarde, residiendo allí como secretario y prior (1902-1906), le escribirá un Reglamento muy ajustado el futuro beato Vicente Soler, mártir de la Guerra Civil española en 1936.
Todos los años en la iglesia se celebraba un novenario a San José de lo más lucido, con todo el despliegue de ropajes, luminarias, procesión, banda de música y sermón que entonces se estilaba. El mejor de Manila y de todo Filipinas; todo un acontecimiento social. En fin, llegó a crearse también una nutridísima corte infantil de san José tanto de niños como de niñas.
• Nuestro Padre Jesús Nazareno
Estas y otras devotas imágenes han desaparecido con la destrucción del convento, en 1945. También se ha perdido la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, aunque su recuerdo y devoción ha pervivido gracias a la copia que en su momento se donó a la iglesia próxima de Quiapo.
No solo eso: el conocido como Nazareno, o Nazareno Negro de Quiapo, es, junto con el Santo Niño de Cebú, el fenómeno religioso más multitudinario de todo Filipinas. En la procesión que cada 9 de enero conmemora su traslación desde San Nicolás hasta Quiapo, la sagrada imagen navega durante horas sobre un mar de fieles enfervorecidos que pugnan por acercársele, provocando frecuentes estampidas. Es posiblemente el fenómeno religioso más multitudinario del país.
La estatua representa a Jesucristo caído bajo el peso de la Cruz, camino del Calvario. Es de tamaño natural y, al parecer, fue tallada en México, de donde la transportaría a Filipinas una de las misiones recoletas antiguas. Su devoción arraigó con fuerza muy pronto; el breve pontificio más antiguo que conserva la Orden, fechado el 20 de abril de 1650, es una concesión de indulgencias a la cofradía de Jesús Nazareno de Intramuros.
Su lugar de privilegio lo ponen de manifiesto los propios planos: la capilla del Nazareno es un auténtico templo adosado a la iglesia a la altura del crucero. Y sobre la pujanza de la cofradía, baste decir que conseguía subvencionar importantes acciones solidarias en las misiones de frontera de la isla de Mindanao.
• Santa Lucía
La cofradía del Nazareno tenía como cotitular a santa Lucía, patrona de la vista, que contaba por eso con altar e imagen propios. Tanto en Manila como en las provincias limítrofes gozaba de una devoción extraordinaria, de modo especial los miércoles. El día de su fiesta, 13 de diciembre, acudían multitudes de gente sencilla; el sermón era especial, en tagalo, con predicador traído de Mindoro o Batangas.
Curiosamente, la devoción a santa Lucía se ha mantenido con fuerza en otros ministerios recoletos, como la iglesia de San Sebastián, en Manila, o en la del Carmen de Cebú.
• Virgen de la Salud
Una imagen que sí sobrevivió y hoy se conserva en el Museo Recoleto de Quezon City es la de la Virgen de la Salud. El Niño es de marfil, igual que las manos de la madre, que luce un vestido de metal labrado con pedrerías. Es uno de los tesoros que se pudieron salvar en el panteón, evitando así que sucumbiera bajo las bombas.
Vino de México, traída por los recoletos, en 1634. Su lugar propio fue siempre el primer convento manileño, el de Bagumbayan. Era tenida por milagrosa. Pasó a recibir culto en San Nicolás cuando este convento de extramuros hubo de ser derruido al comenzar la ocupación inglesa, en 1762.
• Altar de las reliquias
Hoy cuesta hacerse idea del valor que en el pasado se les asignaba a las reliquias. Prácticamente, daban la medida de la importancia de un templo y, con las indulgencias que llevaban anexas, atraían poderosamente la devoción de los fieles.
Pues bien, el altar de las reliquias de San Nicolás, instalado en una de las dependencias de la sacristía, era para muchos el más rico de todo Filipinas. Muchas eran reliquias de santos antiguos y extraños que, a pesar de todo, tenían la respectiva auténtica, la documentación que certificaba la autenticidad de los restos que contenían o los elementos que las conformaban.
Otras correspondían a la tradición propia y procedían sobre todo de Japón. Estaba en uso un servicio de altar de plata: cáliz, patena, vinajeras y demás objetos. Y tenemos testimonios de la devoción que suscitaba en quien celebraba con ellos.
Pero el tesoro más valioso era el de los cinco cuerpos de mártires japoneses enviados en 1631 por el beato Francisco de Jesús, quien luego sería también mártir, y que escribió a la hora de enviarlas:
“para que participen y gocen de la preciosa fruta que en esta tierra se coge”.
El recibimiento que la entera ciudad hizo a las reliquias fue apoteósico, y la devoción a ellas se mantuvo en el tiempo.
3.3. El convento
Está en buena parte adosado a la iglesia y se estructura, básicamente, en torno a un patio, un cuadrado perfecto rebosante de vegetación tropical; verdadero oasis de tranquilidad en medio del agobio de la ciudad.
Alrededor de él se levantan tres plantas, de las cuales la tercera es de madera. Aquí ha encontrado casa y hogar a lo largo de los siglos la comunidad más numerosa de la Provincia: entre 20 y 30 frailes, incluyendo enfermos y el personal de gobierno.
• El piso térreo: claustro procesional, refectorio, biblioteca
Desde la plaza de la iglesia, y atravesando un arco de medio punto y una amplia portería, se llega al claustro procesional, un cuadrado amplio decorado con pinturas alusivas al santo de Tolentino. Se utilizó para el culto cuando la iglesia estaba en ruinas o había reparaciones en curso; de ahí que ocupen sus ángulos cuatro altares con sus respectivos retablos que representan misterios de la Virgen.
El claustro procesional conduce a distintas dependencias comunes. Ante todo, a la iglesia y a la sacristía. También da paso al refectorio, amplio y solemne, con su púlpito para la lectura que acompaña de ordinario la comida.
Otra de las dependencias de esta planta baja es la biblioteca, formada en una auténtica labor de hormigas: a base de transportar libros desde Europa poco a poco, misión tras misión: ya desde la que arribó en julio de 1618, que sabemos llevaba “tres toneladas y media de libros y vestuario”. La encabezaba uno de los agustinos recoletos más ilustres, Rodrigo de San Miguel, que lo tenía bien claro, como él decía:
“es tan necesaria la ciencia en una comunidad como el médico al enfermo y el piloto para navegar”.
Obviamente, una buena biblioteca resulta necesaria para el ministerio ordinario y la formación permanente que este exige; y es de todo punto imprescindible al ser esta también casa de estudios con todas las de la ley: aquí cursan las materias eclesiásticas los religiosos venidos de España sin terminar la carrera u otros ingresados en el país. Por no mencionar a los profesores, escritores, historiadores, investigadores que aquí se nutren.
Es sumamente curioso y harto significativo que, entre los poquísimos objetos que han sobrevivido a la destrucción de la Guerra Mundial, se cuentan algunos ejemplares pertenecientes a esta biblioteca. Cruzaron los océanos hasta llegar a Brasil en el equipaje de los frailes escapados de la Revolución filipina.
• La escalera y el Cristo de Casiguran
De este claustro procesional, cerca de la entrada principal, arrancan las majestuosas escaleras que comunican con las plantas superiores. Sus peldaños están trabajados a base de escogidas maderas filipinas y la barandilla labrada es de molave, la madera con que se hacían los galeones.
En uno de los rellanos de esta escalera regia, junto a la campana que llama a los actos comunes, lucía otra de las joyas salvadas del desastre: el llamado Cristo de Casiguran.
Según la tradición, en este pueblo de la actual provincia de Infanta, en Luzón, un misionero recoleto huyó a los montes con su gente, para salvarse de un ataque de los moros. Se vio en peligro de muerte y, al no haber otro sacerdote, se confesó con el Cristo, que soltó la mano de la cruz para darle la absolución.
Hoy día se puede admirar en el Museo Recoleto de Quezon City.
• Primer piso: habitaciones, curia provincial, archivo y enfermería
Llegamos así, primero, al tenido como claustro principal, decorado con escenas de la vida de San Nicolás y de mártires de la Provincia. En este claustro están las habitaciones de los religiosos sacerdotes y, entre ellas, la prioral, a la que corresponden dos de los tres balcones que se asoman sobre la plaza. Desde fines del siglo XIX, también se encuentra aquí el acceso al coro.
— La curia provincial
Igualmente se hallan aquí, en el ala que mira a la calle Cabildo, las dependencias del Provincialato: las habitaciones del prior provincial y sus cuatro consejeros, más la del secretario y el procurador. Este último cuenta con unas dependencias propias de gran importancia estratégica, porque él es el encargado de proveer a las casas de cuanto necesitan materialmente: víveres, medicinas, materiales de construcción, ornamentos etc.
El provincialato de Intramuros ha sido el auténtico puente de mando de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos Recoletos durante más de 300 años, 304 exactamente. En él se ha sucedido el centenar de religiosos que, por expresa elección de sus hermanos, han llevado el timón de la nave de la Provincia.
La extensión de la Provincia de San Nicolás ha variado mucho según los siglos, pero siempre se ha caracterizado por su dispersión. Desde Intramuros, en concreto, se gobernaron comunidades situadas en China, España, Filipinas, Inglaterra, Italia, Japón, Marianas, México, Trinidad y Venezuela. En Filipinas ha llegado a servir la Provincia en hasta 160 parroquias de 28 islas, algo nada simple de gestionar.
Es precisamente la curia provincial donde se sitúa el centro de operaciones, se organizan las comunidades y se decide cuántos y quiénes las componen, se envían las instrucciones, se aceptan los ministerios y servicios que hace la Provincia, se firman los acuerdos con otras instituciones, se gestiona la economía común y donde todo se pone en marcha para cumplir las decisiones capitulares.
Intramuros, además, fue de ordinario el lugar donde se mantenían los Capítulos Provinciales, máximo órgano de gobierno y legislación de la Provincia. Y durante esos tres siglos de aquí salía, en fin, el prior provincial, portando la reliquia de san Nicolás, a recorrer los ministerios en visita a sus frailes.
Más tarde, esta Provincia de San Nicolás de Tolentino, misionera por excelencia, ha llegado a tener comunidades y ministerios también en Brasil, Costa Rica, Estados Unidos, Guam, Perú y Sierra Leona.
— El archivo provincial
Aquí también se ha guardado durante siglos el archivo provincial. Estaba instalado en la dependencia más íntima y segura del convento, entre las celdas del provincial y el secretario. Quizá por eso, a pesar de almacenar el material más frágil, el papel, sus ricos fondos han sobrevivido a terremotos, incendios y accidentes de todo tipo.
Y, en concreto, han esquivado los dos conflictos armados de la época moderna que más peligro hubieran supuesto para su integridad. Estando en el corazón de Manila, se salvaron de las algaradas de la Revolución filipina. E, inmediatamente después, junto con el provincialato, el archivo fue trasladado a España, a Marcilla (Navarra). Y la parte más moderna se salvó de la destrucción de Intramuros, al haber sido trasladado oportunamente al convento de San Sebastián, en la parte norte de Manila.
— La enfermería
Otra dependencia, en fin, ordinariamente instalada en esta planta, en su zona más retirada, ha sido la enfermería. Intramuros acogía de ordinario a los religiosos ancianos o desgastados en un ministerio tan duro como el misional en Filipinas. El historiador agustino recoleto José de la Concepción lo resumía así:
“Es casa de refugio, alivio y consuelo de todos los religiosos que, por fatigados y viejos, no pueden llevar más sobre sus hombros el gravísimo peso del ministerio de nuestras doctrinas y pueblos… Es enfermería general de todos los enfermos actuales y habituales de la Provincia”.
Y otro religioso, recordaba:
“En los accidentes de salud, todos los religiosos se retiran a este convento a medicinarse y descansar en paz a vista de sus hermanos”.
• Segundo piso: casa de formación de profesos y noviciado
La planta segunda es la de construcción más pobre, de madera casi toda; y es la asignada para los jóvenes y la zona de recreo. Allí se encuentra el noviciado y el llamado “coristado”, o sea los jóvenes profesos que aún están en formación inicial. También se encuentra allí la habitación del subprior.
Los novicios no fueron muchos en número y no siempre hubo, pero sí existió de forma más o menos permanente un noviciado en el que se admitía a los candidatos que surgían en aquellas islas o en México.
De hecho, la reliquia más valiosa que nos ha llegado de San Nicolás es quizá su libro de profesiones: un espléndido volumen encuadernado en pergamino que recoge más de un centenar de actas de profesión emitidas entre 1607 y 1812. Acaba de ser meticulosamente restaurado.
En cada una de ellas, un religioso se compromete ante los superiores a la perpetua guarda de los votos de castidad, pobreza y obediencia. Muchas de estas actas son páginas miniadas o ilustradas por el interesado con símbolos y versos.
Modelo de todas puede ser la de uno de los varios mártires que aquí profesaron; en concreto, el beato Vicente de San Antonio, mártir del Japón. Este religioso, natural de Portugal, era sacerdote en México cuando coincidió con el paso de una misión de recoletos dirigidos a Filipinas. Se unió a ellos y empezó su noviciado, que continuó durante la travesía del Pacífico y concluyó en Manila, en cuyo convento principal profesa el 22 de septiembre de 1622.
Respecto al perfil de los elegidos como maestros de novicios, baste decir que dos de ellos, de nuevo los beatos Francisco de Jesús y Martín de San Nicolás, sufrirán martirio en Japón, en 1632. Ambos fueron también vicepriores de este convento.
• Las Vistas
En fin, allí mismo, en las alturas, encima del Provincialato, un largo corredor desemboca en “Las Vistas”. Es este un salón de amplias dimensiones, abierto a los cuatro vientos, desde el que se divisa parte de la ciudad y donde los frailes pueden relajarse y disfrutar de la brisa marina, que amortigua el calor sofocante del país.
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