Llegada de los Agustinos Recoletos a Filipinas. Vidriera.

En febrero de 1945 quedaba aplastada bajo el peso de las bombas, tras 337 años de historia, la casa madre de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de los Agustinos Recoletos. Este es un homenaje y tributo de gratitud a quienes construyeron esta emocionante historia comunitaria, dentro de las celebraciones del IV Centenario (1621-2021) de esta Provincia religiosa.

La Iglesia filipina celebra este próximo 2021 los 500 años del comienzo de la evangelización de las Islas. Después de muchos avatares, Fernando Magallanes llegó a aquel lejano archipiélago el año 1521; entonces se celebró la primera misa. Pero aún tendría que pasar medio siglo hasta que, en 1571, el adelantado Miguel López de Legazpi fundara la ciudad de Manila, en el fondo de la bahía del mismo nombre.

A partir de ese momento, Manila se convierte en el último eslabón de la ruta que atraviesa todo el imperio español: parte desde Sevilla, la capital andaluza, en España, donde está el Archivo de Indias y el comercio con ultramar; sigue hasta Veracruz por el Atlántico repostando antes en Canarias; cruza el país azteca por tierra, con un descanso en el Hospicio de la Ciudad de México; luego siguen ruta caminera hacia el oeste para, en Acapulco, tomar el galeón que atraviesa todo el Pacífico.

Abierta durante casi tres siglos, es una ruta comercial y sobre todo cultural, en el sentido más amplio de la palabra. Y es, por consiguiente, también una ruta religiosa, por la que van y vienen los pregoneros del Evangelio, principalmente esa vanguardia de la Iglesia que son los religiosos.

Pioneros en llegar a Filipinas fueron los agustinos que acompañaban a Legazpi. Tras ellos llegaron los franciscanos (1578), los jesuitas (1581) y los dominicos (1587). Y a continuación, los agustinos recoletos, que llegaron en 1606, cuando aún no tenían 20 años de vida —habían nacido en 1588—.

Desde 1579, Manila era ya diócesis, dependiente del arzobispado de México. El Archipiélago filipino era vanguardia de la Evangelización en la época, y los religiosos que se ofrecían voluntarios para esta misión sabían que su ruta de Indias, una vez embarcados en el galeón de Manila, no tenía vuelta atrás. Entregaban su vida, su vocación, su proyecto de vida, todo, a esta tarea que comenzaba con este viaje sin retorno.

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