«Las lecturas de hoy, centradas en la viña, insisten mucho en la importancia del fruto. Nosotros estamos llamados a dar fruto, a ser bendición y alegría para el corazón de toda la humanidad, cosa que podemos conseguir simplemente siendo sensibles a las necesidades de los otros».

El vino, además de ser un excelente compañero en la mesa, como dice el salmo, el vino alegra el corazón del hombre. Las lecturas de hoy, centradas en la viña, insisten mucho en la importancia del fruto. Nosotros estamos llamados a dar fruto, a ser bendición y alegría para el corazón de toda la humanidad, cosa que podemos conseguir simplemente siendo sensibles a las necesidades de los otros.

En el evangelio nos encontramos en plena disputa con los dirigentes religiosos, los sumos sacerdotes y los ancianos. El relato contiene un resumen de la historia de la salvación: Los labradores son los dirigentes, que se creen propietarios de la Viña pero nos son más que arrendatarios. Los enviados son los profetas maltratados y algunos asesinados. El hijo es Jesús: lo empujan fuera de la viña y lo matan. Al final, la viña se arrienda a otros labradores que den fruto. Esta es la obligación de la Iglesia y, por tanto, de todos nosotros: dar fruto.

Dependiendo de la latitud en que nos encontremos, la imagen de una viña nos resulta más o menos familiar. Para los oyentes de Jesús, sí lo era. El canto de la viña de Isaías que en la primera lectura, que aparece también en el evangelio, muestra a un delicado viñador que después de su esfuerzo en vez de recoger uvas dulces recoge agrazones. Nosotros somos esa viña cuidada por Dios. Somos únicos e irrepetibles por tanto el amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros es exclusivo, nos ama como si en el mundo no existiésemos nadie más que Él y nosotros, como si de verdad Él necesitase amarnos para ser feliz. Sin embargo, nosotros no siempre sabemos corresponder a ese amor, no siempre nuestros frutos son dulces. Dios no nos exige ni más ni menos que los frutos que podemos dar, porque precisamente, si sirve la comparación, Él nos ha plantado y conoce cuáles son nuestras posibilidades. Esta creo que puede ser una de las conclusiones que podemos llevarnos hoy para poner en práctica en nuestra vida: caminar alegres y confiados en el amor de ese Dios viñador que exige de nosotros frutos pero nunca por encima de nuestras posibilidades.

La segunda conclusión que me parece apropiada, de acuerdo con el evangelio, es que hemos de tener cuidado para evitar hacernos dueños y señores de la viña pues no somos más que arrendatarios, servidores de esos frutos que estamos llamados a dar como comunidad. A veces nos gusta hacer coincidir la voluntad de Dios con la nuestra, como si fuésemos sus administradores. La condición necesaria para esto está en la acogida y atención a los mensajeros de Dios, en cada una de sus formas, sin exclusivismos y rechazos. Si no intentamos comportarnos así nunca llegaremos a entender el mensaje del Reino, vuelvo a decirlo una vez más, que es un mensaje de igualdad, no de uniformidad. Viviendo así seguro que damos frutos y somos vino que alegra el corazón del hombre y no vinagre que causa dolor y exclusión.