El diácono Tárcio Rosa Siqueira, de la Archidiócesis de Vitoria, estado de Espíritu Santo, Brasil, fue enviado a una experiencia misionera poco antes de su ordenación sacerdotal en la Prelatura de Lábrea, Amazonas. Tras algún tiempo y a unos días de su ordenación sacerdotal cuanta para AgustinosRecoletos.org esta experiencia marcada por la pandemia.

Nací en la ciudad de Alfredo Chaves, Espíritu Santo, Brasil. Antes de ingresar en el Seminario Archidiocesano Nuestra Señora de la Peña me licencié en Administración de Empresas. Estudié Filosofía en el Centro Universitario Católico UNISALES y la Teología en el Instituto Interdiocesano de Filosofía.

Nací en una zona rural, en el seno de una familia religiosa que desde muy pequeño me enseñó a rezar y me incluyó en la comunidad. Mientras vivía en el campo participaba del Círculo Bíblico y de la Novena de Navidad en las casas de mis vecinos.

Más adelante fuimos a vivir en la zona urbana del municipio de Alfredo Chaves. Allí participé de la catequesis infantil y juvenil y, ya como adolescente, en el grupo de la parroquia (EAC). Mis padres, Amarildo y Ana Penha, estaban fuertemente integrados en las pastorales de la Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción y comencé a ayudarles; así, los dos juntos estaban en el Encuentro de Matrimonios con Cristo y en la Pastoral Familiar; mi padre actuaba, y continúa haciéndolo hasta hoy, en la Pastoral del Diezmo; y mi madre en las actividades de la Pastoral Vocacional.

En este periodo tuve un primer cuestionamiento personal sobre ser sacerdote, porque acompañando a los presbíteros en mi parroquia me preguntaba si Dios no me llamaba a lo mismo. Aún así lo dejé dormido por algunos años, aunque esa llama siempre ardía en mi corazón y me hacía constantemente preguntarme sobre mi vocación.

Cuando estudiaba en la Universidad, esa inquietud inicial volvió con fuerza. Después de muchas conversaciones con el párroco me decidí a hacer los encuentros vocacionales y acabé ingresando en el seminario en 2013.

Ese fue un año realmente significativo en mi vida, porque además de ingresar en el seminario, me licencié en la Universidad y participé en la Jornada Mundial de la Juventud, donde pude sentir aquella efervescencia de la Iglesia en Salida.

Tras ocho años de preparación, estudios y oración, va a llegar el gran momento, una vez que ya fui ordenado diácono. El 25 de julio, a las 9 de la mañana, en la Catedral Metropolitana de Vitoria, seré ordenado sacerdote.

Como siempre, mis expectativas para el futuro están en la confianza en aquel que me llamó, porque él es fiel (cf. 1Ts 5,24). Todas mis expectativas están entregadas al Señor para que Él me guíe y pueda ser un siervo fiel y prudente (cf. Mt 24,45).

Antes de llegar a Lábrea

Cuando supe que haría una experiencia misionera en el Amazonas, al principio sentí algo de miedo, porque no sabía como iba a ser. La falta de certeza sobre el tiempo que iba a permanecer en el lugar y cómo me adaptaría al lugar eran motivo de cierto susto, pero creo que eso también fue importante para saber rezar sobre esa etapa misionera que se aproximaba dentro de este mi propio camino vocacional.

Lábrea no era ni es una Iglesia distante en mi horizonte, puesto que es nuestra Iglesia Hermana. Conocía el trabajo de los misioneros de Vitoria en el Amazonas desde los años 80 por medio de este proyecto de hermanamiento de la Conferencia Episcopal Brasileña.

Además, anualmente han venido a Vitoria misioneros de Lábrea y en el Seminario nos compartían sus experiencias. Solo me faltaba ya ir a aquellas tierras, o mejor a aquellos ríos, para encontrarme con un pueblo tan fiel y de corazón generoso que me ayudase a experimentar a Cristo presente en nuestros hermanos.

En Lábrea

El comienzo fue un verdadero choque de realidades, pero en sentido positivo. Tenía una vaga idea de que me encontraría una pobreza extrema, pero no es algo que realmente sea tan evidente cuando llegas.

Lo que sí encontramos fue una realidad desafiadora en los campos eclesial y social. En lo social están las grandísimas distancias a través del río Purús y el casi nulo acceso a los servicios básicos de salud o de educación.

En lo eclesial el desafío es también ese aislamiento y dificultad de llegada a unas comunidades que, sin embargo, tienen una presencia viva. Hay una Iglesia presente mediante los misioneros y los agentes de pastoral y las comunidades de base.

Otro punto importante fue encontrar una cultura muy enraizada en sus bellezas naturales; para ellos la Naturaleza es una obra de Dios a favor de la gente.

Un elemento social que por desgracia encontré y que aproxima también la realidad de mi tierra a la de Lábrea es la violencia, demasiado presente, sobre todo la que procede del tráfico de drogas. Creo que no hay lugar ni cultura en que este mal deje de estar presente.

Pero la Iglesia, sea en Lábrea o en Espíritu Santo o en cualquier otro sitio, es y siempre será una señal de esperanza en medio de las dificultades y las tinieblas.

Y llegó la COVID-19

Ante la pandemia, que llegó casi al mismo tiempo en que iniciábamos nuestra experiencia, creo que nuestra cultura en general no es de prevención. Por desgracia dentro de Brasil la población no ha asimilado la pandemia como debería. Por lo menos en lo básico, el uso de mascarillas y de alcohol en gel, parece que se cumple en general, con excepciones. Ya respecto al asilamiento, es un enorme desafío aquí.

Como curiosidad, con motivo de la COVID-19 no podíamos salir por la calle, acompañar al pueblo, a las pastorales. Así que con la voluntad de hacer algo para ayudar, intentamos preservar algunos de los libros de bautismo, matrimonios y confirmación antiguos de la Parroquia de Nuestra Señora de Nazaret de los años 1870 a 1954.

Buscamos para ello la orientación de la profesora Giovana Valfré, del Centro de Documentación de la Archidiócesis de Vitoria. El clima amazónico y el estado de conservación de algunos de esos libros obligará a llevar a cabo una restauración más profesional y con materiales especiales, porque algunos están realmente comprometidos.

Experiencia misionera

Nuestra experiencia misionera fue extremadamente positiva para mi camino espiritual, vocacional y ministerial, porque pude aprender a vivir mi fe de una manera casi nueva, aunque tengamos muchas cosas en común en este aspecto.

Espero que en el futuro sea posible realizar otro periodo misionero, lo que dejo en las manos de Dios y de la Iglesia conducida por el Espíritu Santo.

La lección aprendida es que nunca debemos conducirnos por nosotros mismos, a pesar de nuestra libertad de escoger y de conciencia; sino, sobre todo, dejar que el Espíritu Santo nos sorprenda, como afirma el Papa Francisco.

Agustinos Recoletos

Cuando fuimos a vivir con monseñor Santiago Sánchez, agustino recoleto y obispo de Lábrea, me di cuenta de su gran vida espiritual, comunitaria y fraterna. Para mí fue como entrar en un nuevo universo, porque ni siquiera había imaginado en mi vida compartir techo y mesa cada día con un sucesor de los apóstoles.

Fue una sorpresa muy agradable poder aprender tantas cosas con esta persona de gran humildad de vida, oración intensa, amplia cultura y buen pastoreo. Creo que construimos una buena amistad en este periodo.

Todo ello también me aproximó a los religiosos agustinos recoletos, de los que también aprendí mucho por su modo de ver la pastoral, la vida común o su cuidado de los pobres. Además nos dieron la libertad de presentar nuestra propia manera de ver la pastoral, la vida comunitaria o el trato a los pobres. Fue un verdadero momento de enriquecimiento porque aquello que parecía muy distante se hizo realmente próximo.

Un hecho que marcó este encuentro con los agustinos recoletos fue el enriquecimiento cultural: primero porque en la comunidad de los religiosos recoletos hay un brasileño, un español y un hondureño; pero también porque pudimos presentar a los religiosos la culinaria típica de nuestra tierra y, más importante, nuestra historia de fe y nuestra historia de vida.

Fueron momentos de verdadera vida compartida, aprendizaje y fraternidad que culminaron en un bonito sentimiento de amistad.