Desde el Hogar Santa Mónica, proyecto socioeducativo de los Agustinos Recoletos en Fortaleza (Ceará, Brasil) que lucha contra la violencia y abuso contra niñas y adolescentes, esta voluntaria mexicana de las Juventudes Agustino-Recoletas se ha dirigido a sus compañeros de JAR México en un coloquio testimonial.
Karen Larissa Lopez nació en Delicias (Chihuahua, México), donde conoció a los Agustinos Recoletos e ingresó en las Juventudes Agustino-Recoletas. Luego se trasladó a la capital del Estado, Ciudad Chihuahua, donde se integró a la comunidad San José de JAR y animaba la coordinación de otro grupo JAR en Delicias.
Junto con su compañera Zulema Acosta, desde septiembre de 2019 está en Fortaleza (Ceará, Brasil) participando en un voluntariado-misión de larga duración (un año completo) en el Hogar Santa Mónica.
Este camino hacia Brasil comenzó mucho antes del viaje, como explicó en su coloquio titulado “Lo que me ha enseñado ser voluntaria” a través de la plataforma de encuentro a distancia Zoom con las Juventudes Agustino-Recoletas (JAR) en México.
Larissa explicó que el Condominio Espiritual Uirapurú (CEU), que alberga a 27 entidades sociales y religiosas diferentes, es un verdadero “cielo”, tal como se traduce la palabra “céu” en portugués, en mitad de una ciudad muy bulliciosa y llena de ruidos.
En el Condominio CEU Larissa encontró un espacio de verdadero trabajo solidario y mayor tranquilidad para poder compartir la vida también con otros muchos voluntarios de diversas instituciones.
Larissa explicó sus primeros sueños de infancia, como el de ser escritora; y ha asimilado el proceso de creación de un libro con la construcción de la propia vida. En el año 2018 comenzó su primera misión. Aun cuando se sentía inquieta y triste, desesperada por diversos motivos, quería entregarse con servicio a los demás para superar esa situación y para ello respondió con alegría a una primera invitación para prepararse para unas misiones juveniles.
“Ver la cara y la sonrisa y hasta escuchar la voz de quienes nos formaban en aquel retiro de formación para misioneros me motivó muchísimo: transmitían verdadera paz y alegría, Y todos comenzaban sus intervenciones con un pasaje evangélico”, explicó Larissa. Ella por eso encontró el propio pasaje del Nuevo Testamento que le motivó a la misión:
“Porque si predico el Evangelio, no tengo nada de qué gloriarme, pues estoy bajo el deber de hacerlo; pues ¡ay de mí si no predico el Evangelio!” (1Cor 9,16).
Así que Larissa decidió, como ella describe, “abandonarse” en Jesús para la misión, algo que por otro lado está en una de las notas distintivas de las Juventudes Agustino-Recoletas (JAR). Para ello se fijó no solo en sus necesidades, sino en las necesidades de las otras personas, lo que le llevó a diversas experiencias de misión en Chihuahua, Querétaro y Fortaleza (Ceará, Brasil).
En Chihuahua
En Chihuahua visitó la comunidad rural de Ranas de Heredia, en la que había gran necesidad económica, falta de seguridad alimentaria, y especialmente los adultos mayores y los niños vivían con déficit de atención y de cariño. La mayor parte de los niños pequeños estaban al cuidado de sus abuelos mientras los padres trabajaban fuera. Los mismos niños, por ejemplo, eran los que cuidaban materialmente de la escuela y de su limpieza.
La comunidad católica sufría porque las visitas de los sacerdotes o incluso de otros misioneros laicos de fuera eran bastante escasas. Los mismos católicos avisaban de que la presencia constante de pastores protestantes hacía muy difícil permanecer en la Iglesia. Otro problema grave es el alcoholismo, presente en la mayor parte de las familias.
En Querétaro
En las comunidades rurales de Pinal de Amoles, en concreto en la pequeña comunidad rural de Maguicitos, durante otra Semana Santa, la necesidad era distinta: la falta de comunidad y la falta de fraternidad. Muchas familias estaban peleadas y no se hablaban unos a otros durante mucho tiempo.
En este lugar se sintió identificada con el corazón inquieto, porque vio que era importante cuestionar a las personas para mejorar la vida de todos, de una manera positiva y colaborativa. Pero cada nueva misión me daba una nueva felicidad, pero no calmaba el ansia de hacer más para retribuir a la gente lo que sentía por dentro.
En Brasil
La intención de un voluntariado largo de un año no le asustó al principio, pero todo avanzó muy rápido y el lugar era también fuera de México, lo que sí le produjo unas pequeñas dudas. Pero realmente no le costó decidirse.
“Estábamos tanto Zulema como yo mentalizadas a que iba a ser una situación difícil, eran niñas que habían sufrido mucho en la vida, esto iba iba a implicar también mucho trabajo, incluso físico, pero no esperaba cómo el Hogar Santa Mónica iba a mover nuestro suelo, nuestra vida, cada seguridad”, describe Larissa, nombrando a su compañera de camino en este voluntariado de larga estancia en Fortaleza.
Le llamó la atención la fiesta que hicieron las niñas cuando llegaron, cuando ellas esperaban ver niñas tristes y en continuo shock, al tiempo que la fuerte barrera del idioma les hizo querer aprender lo antes posible para poder comunicarse con ellas. Enseguida vieron que también ser niñas con las niñas sería una forma muy buena de aprender y de integrarse con ellas.
Hubo algunas situaciones donde especialmente fue difícil la vivencia de este voluntariado. Larissa recuerda que hay situaciones de diez minutos que pueden cambiar completamente la vida de una persona, hasta el punto de no volver a ser nunca más lo que fue: es lo que han vivido estas niñas y también lo que el voluntario pasa en el Hogar Santa Mónica una vez que conoce su intimidad, sus heridas, sus enfermedades físicas y mentales, que superan cualquier capacidad del voluntario.
En una ocasión llegaron de urgencia enviadas por las autoridades judiciales tres hermanas de 6, 8 y 14 años completamente desnutridas, las dos pequeñss ni siquiera tenían capacidad de caminar. Cuando las llevaban a cenar, dijeron que no querían comer porque “no les gustaba la comida de la basura”.
Era la más clara prueba del tipo de alimentación que habían recibido hasta entonces. Su necesidad de cariño y amor era del tamaño de su hambre. Durante toda su primera semana había que acompañarles a la hora de dormir, porque de otro modo no podían dormir por no sentirse seguras. “Después de vivir estas situaciones es imposible ser la misma persona que eras antes”.
“Un día tu testimonio va a iluminar el camino de muchas niñas que están pasando o pasaron por lo mismo”, le dijo a Larissa una vez una coordinadora de pastoral para animarle a entregarse a la misión. Resulta que en el año 2020 esta frase se ha ido a cumplir, de una manera muy inesperada:
“Me encontré en Brasil un abrazo de la vida que no esperaba jamás encontrar. Y somos muchos, jóvenes y no jóvenes, los que podemos contar a los demás las sorpresas y regalos que nos da la vida, abrir nuestros sentidos y vivir experiencias importantes que nos marcaron y nos hicieron diferentes, mejores”.
Larissa también contó sus esfuerzos para catequizar a las residentes sobre la asistencia a la Eucaristía dominical, a través de su compañía y de explicarles cada uno de los ritos uniéndolos a su realidad de vida y a las propias experiencias de dolor que han sentido.
Larissa ve la vida como un libro que está en proceso de escritura. El titular para su libro cree que sería “En nuestro camino a Nazaret”. Ve su vocación de futuro fundando una familia misionera, y quiere seguir en su misión que describe, en una sola palabra, como “abandono” en las manos de Dios.
Como dato curioso, Karen Larissa llevó a Brasil algunas cartas que había pedido a sus familiares que le escribiesen dándole ánimos y apoyo para caso que los necesitase. Hasta hoy no ha necesitado abrir estas cartas y espera no tener que hacerlo o, al menos, no hacerlo cuando esté en el avión de vuelta.






