María Virginia Hamelynck (Madrid, España, 1994) llegó el 17 de enero al Hogar Santa Mónica de Fortaleza para participar de un voluntariado. Aunque tenía previsto estar hasta el 12 de abril, ha tenido que volver antes obligada por las circunstancias de la pandemia global. Así cuenta su experiencia de las últimas semanas.
Hace unos días escribía en esta misma página AgustinosRecoletos.org sobre mi llegada y primeros días de voluntariado en el Hogar Santa Mónica de los Agustinos Recoletos en Fortaleza (Ceará, Brasil). Vengo ahora de nuevo hasta vosotros pero ya desde Madrid, desde casa, mi otra casa, porque en poco tiempo el Hogar Santa Mónica ya lo sentía como mi casa también.
Diría que en la segunda mitad de la experiencia de voluntariado es cuando más he disfrutado. Durante las primeras semanas estás un poco perdida y te vas haciendo a la nueva rutina, a las personas con las que convives y al entorno. Una vez pasado eso y mejorada la comprensión y expresión del portugués, llegan más experiencias y momentos maravillosos para no olvidar.
En Fortaleza escribía de vez en cuando y ahora, releyendo aquellas notas para plasmar las ideas aquí, me topo con esto que escribí un domingo de marzo:
“Cada vez disfruto más de los domingos tranquilos, de comer con las residentes, de los abrazos en el suelo, de verlas subir a los árboles, de los ratos tranquilos en el sofá, de ir con ellas a misa, de sus ocurrencias, de sus sonrisas, de sus risas, de su inagotable energía”…
De energía, mucha energía, fueron por ejemplo los días de carnaval: disfraces, colores, bailes, música y comida. En Brasil no es una fiesta cualquiera, desde el viernes al miércoles de ceniza, el 26 de febrero al mediodía, todo paró, o prácticamente todo.
En Fortaleza no es tan grande ni tan famoso como en otras ciudades (Río de Janeiro, Salvador de Bahía)… Pero como me decía mi familia antes de venir, Fortaleza sigue siendo Brasil y la celebración no es precisamente pequeña. Prácticamente desde enero había fiestas de pre-carnaval, los vecinos se juntan con música, comida y bebida…
Ya de lleno en el Carnaval, había desfiles a diario en los que las escuelas de samba muestran el resultado de meses de trabajo y ensayos. Los colegios se llenan de disfraces, la playa se llena aún más y las calles, sorprendentemente, quedan en buena parte desiertas porque la mayoría de la gente viaja o acude a los puntos concretos donde hay eventos.
Al ser un gran reclamo turístico, tristemente es foco y fuente de mucha explotación sexual comercial. Pese a las campañas de comunicación y concienciación para proteger a los más pequeños y vulnerables, queda mucho por hacer, pues el Carnaval es la excusa para muchos abusos y proliferan las malas intenciones.
Una de las acciones más directas fueron los miles de pulseras repartidas en los desfiles con el mensaje de “No es no”, aunque no era una campaña directa respecto a la problemática del abuso de menores.
En el Hogar Santa Mónica también se celebró el Carnaval. Entre todos preparamos la decoración, una merienda, música y algunos juegos. Desde días antes las residentes esperaban el día con ilusión tras haber elegido sus disfraces gracias a las donaciones que recibe el Hogar.
Entre los disfraces había de todo: una novia, un perro, Elsa de Frozen, Bella de la famosa película de la Factoría Disney, una bruja… Pero tras jugar con polvos de colores y una buena guerra de globos de agua, todos los looks se vieron algo afectados…
Las psicólogas del Hogar Santa Mónica comentan lo positivo de esta fiesta que potencia la imaginación, la ilusión y el sentido de aspiración a algo mejor. Para mí era también una manera de abrazar y querer su cultura, pues no deja de ser una gran fiesta para todos los brasileños; casi podría decirse que el año comienza en serio una vez que pasa el Carnaval y las niñas lo disfrutaron muchísimo.
Por la tarde del martes de Carnaval organizamos una sesión de cine en casa con un proyector y, como no podía ser menos, muchas palomitas. Todas nos quedamos muy agradecidas a Dios por permitirnos disfrutar de esas “pequeñas cosas”, disfrutar con las residentes, los bailes, las risas, los juegos… fue todo un regalo.
Creo que precisamente mi voluntariado en Fortaleza también se ha tratado precisamente de eso, de aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, de lo más cotidiano, simple y sencillo, de lo que solemos dar por hecho, y que desde luego no siempre valoramos.
Creo que este pensamiento se ha extendido ahora a casi toda la humanidad, porque el virus nos ha obligado a parar y a valorar lo que normalmente no hacemos.
También he vivido en Fortaleza momentos difíciles, situaciones que ni sabes ni puedes controlar, días complicados, pensamientos del tipo “¿qué hago yo aquí?”. Entonces debes recordar por qué decidiste ese vuelco de vida e ir hasta el Hogar. Al hacer balance de todo, os aseguro que siempre gana lo bueno.
También en esos momentos se aprende que no eres la única persona que se siente así a veces. Trabajadores, voluntarios, gestores también pasan por eso y pueden ser un gran apoyo. En mi caso tuve la suerte de convivir con otras dos voluntariasque se encontraban en la misma situación que yo y con las que pude empatizar al 100%.
De repente, mientras vivía todo eso tan bonito, con las terribles noticias que todos conocemos una parte de mí se empezó a ir a España, a Madrid, y esa parte se fue haciendo cada vez más grande mientras los días avanzaban. Lo que parecía lejano se convirtió en cercano cuando cerraron las escuelas en Fortaleza y la cuarentena llegó.
Se sumó la preocupación de qué hacer. La vuelta estaba prevista para el 12 de abril, pero el vuelo se canceló y nadie me aseguraba poder volver en todo abril. Con incertidumbre, un millón de dudas, impotencia y miedo, resolví volver mientras fuera posible volar.
Las últimas 48 horas nunca las olvidaré, las disfruté como nunca, fueron un auténtico mar de emociones… El virus nos ha golpeado a todos. Soy consciente de lo afortunada que soy de que mis seres queridos y yo estemos bien. Ojalá todo esto acabe pronto y el haber vuelto antes me siga pareciendo inútil e innecesario, porque significará que estamos todos bien.
No me despedí del todo, fue un “hasta pronto”. Y, desde luego, solo puedo decir gracias, gracias y mil veces gracias: a quienes me permitieron vivir esta experiencia, a quienes me ayudaron en el proceso, a quienes me abrieron la puerta de su casa y a quienes formaron parte, de una u otra manera, de esta historia, mi historia en Fortaleza.












