Salvoconducto emitido por la legación de España en China el 19 de mayo de 1944.

Llegó a China con 24 años, sin entender el idioma ni conocer la cultura local. Con su carácter afable, su humildad y su profunda vida espiritual se ganó la confianza y el cariño de la gente; entró en aquellos corazones hasta tal punto que muchos decidieron unirse a la comunidad eclesial y participar activamente de la evangelización. Esta es la historia de Mariano Gazpio, un misionero “buena gente” que está ya camino a los altares

En la casa central de Kweiteh permaneció fray Mariano Gazpio sus últimos once años en China, que fueron de mucha tensión por la II Guerra Mundial, la reanudación de la guerra civil en China y la persecución final de los vencedores a las ideologías no comunistas y a los extranjeros.

El 7 de diciembre de 1941, cuando Mariano Gazpio llevaba tres meses en la casa central de Kweiteh, se produjo el ataque de Pearl Harbor y la entrada de Japón en la II Guerra Mundial. Ese ambiente belicoso no daría ya descanso a la misión de los Agustinos Recoletos en China hasta su casi completa paralización en 1952.

El 5 de octubre fray Mariano había sido nombrado vicario delegado por monseñor Francisco Javier Ochoa (1889-1976), quien dirigió la Iglesia en Kweiteh como prefecto apostólico (1929-1937) y obispo (1937-1947). Cerrada la escuela de Chutsi por falta de fondos, Ochoa pide a Gazpio que esté con él y le ayude con la administración.

El obispo vivía angustiado por los problemas económicos, los conflictos internos con misioneros y religiosas y por estar continuamente acusado por los japoneses de ser un espía de Estados Unidos. Ya agotado, dejaba el peso de la administración a su «buen Gazpio», su «bendito Gazpio», su «santo y querido Gazpio», como lo llamaba.

El cargo obligó a fray Mariano a llevar el peso de la Diócesis porque monseñor Ochoa padecía neurastenia y estuvo ausente de Kweiteh casi la mitad de su episcopado. Gazpio, siendo vicario de la Diócesis, tuvo que sacar adelante la Misión.

Años antes, cuando monseñor Ochoa fue nombrado vicario apostólico con carácter episcopal, fue Gazpio el único que estuvo cerca de él en las votaciones e informes presentados por el delegado apostólico. El obispo le profesaba una gran confianza a Gazpio.

En esta época de Prefectura Apostólica (18 de mayo de 1937 a 11 de abril de 1946), fray Mariano había dejado huella en Yucheng y en la escuela de catequistas, había conseguido ese dominio del chino y tenía entre sus compañeros fama de bondad y vida espiritual intensa.

Entró en segundo puesto en las votaciones para vicario episcopal debido a «su gran piedad y unción religiosa, la pureza de sus costumbres y la mansedumbre de espíritu», y «porque ha adquirido la experiencia de 12 años de trabajo de predicación ininterrumpido en esta Prefectura; de piedad ardentísima, notada incluso entre los fieles, trabajador constante, solo ocupado en lo que se refiere al amor al prójimo y al celo por las almas».

Sin embargo, también decían los informes que no era la persona apropiada para asuntos que no fuesen apostólicos, ya que por su «temperamento manso y proclive a la vida ascética y contemplativa» no llegaría a ser el «hombre de gobierno y administrador provisto y capaz» de lidiar con los complejos asuntos políticos y administrativos.

Contradiciendo tales informes, lo cierto es que durante la mayor parte del episcopado de monseñor Ochoa fue fray Mariano quien guió la misión. Como vicario general y, desde el 7 de octubre de 1946, como superior religioso, afrontó los problemas más difíciles. El problema económico parecía imposible de solucionar durante la guerra del Pacífico (1941-1945) por causa del bloqueo económico de China y el aislamiento total impuesto.

Aunque no pocos consideraban a fray Mariano Gazpio “demasiado espiritual”, durante su gestión a nadie le faltó el pan cotidiano, ni siquiera en esos años de mayor carestía. ¿Cómo lo consiguió? El agustino recoleto Benito Suen (1928-2016) en aquellos años era uno de los seminaristas y explicaba así la solución del problema, testimonio confirmado por otros como el agustino recoleto Lucas Wang (1921-2008):

«[Mariano Gazpio tenía] una confianza total en la divina Providencia y se dedicaba a oraciones prolongadas de rodillas ante el Santísimo. (…) Cuando las monjas le decían que no había nada de comida para el día siguiente, el padre Gazpio no se ponía nervioso, se iba a la iglesia a orar ante el Santísimo y a esperar. Efectivamente, por la noche o al día siguiente, algún caritativo, cristiano o pagano, traía a la misión lo que se necesitaba».

En cierta ocasión la despensa del orfanato quedó vacía. Fray Mariano, sin dar explicaciones, mandó al agustino recoleto Francisco Sanz ir a una ciudad próxima a encontrarse con alguien. Sanz montó en la bicicleta y en la puerta misma de esa ciudad un hombre al que jamás había visto le entregó una generosa cantidad de dinero. Las niñas comieron a voluntad.

Ochoa otorgó durante su ausencia facultades a Gazpio con las que este resolvió los asuntos ordinarios; visitó y predicó durante varios días en todos los distritos; atendió a las necesidades de los misioneros; llevó la contabilidad al detalle, céntimo a céntimo, incluso de los ínfimos ingresos de las intenciones de misas y de los estipendios; administró los escasísimos ingresos de los subsidios de la Delegación Apostólica y de los donativos, algunos de ellos de paganos que se compadecían de la miseria en que vivían frailes, monjas, seminaristas y huérfanas.

En cuanto a la gestión, Gazpio escribió a los superiores de forma periódica y prudente; gestionaba la información: a Ochoa le daba noticias positivas para no deprimirle más; al prior provincial, como ya vimos, le aseguraba que la Providencia les libraba de todos los peligros, pero no le ocultaba los problemas económicos.

También fue instrumento de reconciliación entre el obispo y los misioneros, y gozó del respeto y la admiración de todos por su delicadeza y comprensión. Fray Mariano pedía siempre oraciones y, sobre todo, rezaba él por las necesidades de la misión.

Durante su estancia en la casa central Gazpio fue párroco en la catedral y colaboró con los agustinos recoletos Joaquín Peña y Francisco Lizarraga en la formación de los novicios y los seminaristas. Permaneció como superior religioso hasta su expulsión de China.

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