Muchas religiosas misioneras agustinas recoletas han pasado por las comunidades amazónicas a lo largo de tantas décadas de servicio y colaboración intensa con la Prelatura. Han participado en la evangelización de la región y en la defensa de los derechos y la dignidad del pueblo. Algunas de ellas nos dan su testimonio.
María Helena
Tuve la gracia de ser enviada la Prelatura de Lábrea en dos ocasiones, en 1975 y en 2001. La primera vez trabajé principalmente en la zona urbana, en la escuela y en las comunidades de base de los barrios de la ciudad de Lábrea. Ya en la segunda ocasión, mi destino fue la Pastoral de las Curvas, la misma que la hermana Cleusa había pensado, idealizado y en la que trabajó el poco tiempo que pudo antes de su asesinato.
Recuerdo las preparaciones de cada viaje por el río con la hermana María del Perpetuo Socorro. Nos cerciorábamos de que hubiese combustible para el barco Regnum Tuum, accesorios para los encuentros formativos, alimentos, donaciones de ropas y medicinas para los ribereños e indígenas, muchos de ellos gracias a la generosidad de la Iglesia Hermana de Vitória (Espíritu Santo, Brasil).
Abnaid era el piloto del barco y lo revisaba profundamente antes de cada salida. Era párroco entonces el agustino recoleto Miguel Ángel Peralta, que se dedicaba a lo que parecía más complicado, conseguir los recursos necesarios para los tantos gastos generados por este tipo de atención y viajes a las comunidades rurales.
Dos veces al año hacíamos una visita general a las comunidades ribereñas; una era la visita de “desobriga”, donde acompañábamos a un sacerdote para la realización de los sacramentos… La otra visita era de formación y preparación de catequistas y líderes comunitarios. Nos centramos en estas últimas.
Salíamos de Lábrea poco antes del amanecer. Reuníamos a tres comunidades en un solo lugar que llamábamos polo de encuentro, donde permanecíamos tres días haciendo dinámicas, formaciones, celebraciones, escucha de la Palabra de Dios y oración, poníamos películas formativas, canciones, juegos y comidas comunitarias que hacían los voluntarios.
Las familias del polo acogían a los participantes de otras comunidades. Y así poco a poco íbamos reuniendo y formando a las comunidades por todo el río Purús.
Las comunidades ribereñas esperaban con ansia las jornadas de formación y recibían al equipo con gran alegría. Nuestra presencia era una verdadera fiesta. Siempre aparecía un señor o una señora con plátanos, huevos, pescado, carne de caza, frutas, harina de mandioca, con ganas de colaborar. ¡Cuánta generosidad tienen los pobres! Era verdaderamente gratificante estar con ellos:
Fueron tiempos que viví como de bendición y gracia de Dios. Solo puedo agradecer a Dios y a mi Congregación de Misioneras Agustinas Recoletas por este gran regalo recibido. ¡Nostalgia de Lábrea!
Rosalina
En Lábrea sentí que compartí mi vida, porque fue una mezcla de dar y recibir. Estuve un tiempo en la Educación, aprendiendo con todos aquellos niños que tienen una vida tan difícil y carencias materiales, pero llenos de cariño. También estuve acompañando la vida de las Comunidades de Base del área urbana y del área rural, celebrando, rezando, compartiendo vida, alegrías y sufrimientos.
Tuve la oportunidad de conocer la realidad de los pueblos indígenas, su modo de pensar, su mundo y dimensión trascendental. En la Pastoral Indigenista trabajábamos cuatro dimensiones: organización, autosostenibilidad, salud y educación.
También me alegré al ver crecer la unión entre las distintas comunidades y pueblos, de etnias muy diferentes e históricamente enfrentadas; esa historia no facilitaba las cosas y al principio no era fácil la convivencia en los mismos organismos de apoyo. Pero con esa colaboración aprendieron a caminar juntos y llevar un proyecto de amor y dignidad.
Solo puedo agradecer por esos 18 años de vida en Lábrea. Aunque pude ver mucho sufrimiento, también experimenté mucha gracia de Dios. Las dificultades de aquella gente persisten, pero todos son ahora más conscientes de sus derechos y deberes.
La figura de Cleusa es reconocida, saben que dio la vida por ellos, recuerdan su enseñanza, creen que les sigue acompañando.
La lucha continúa en toda la sociedad brasileña. Agradezco a Dios esa experiencia vivida en la fe junto al pueblo de Lábrea.
Jacira
Desde 1935, cuando llegaron a Lábrea las hermanas Sagrario, Buen Consejo y Adelaida, empieza una verdadera historia de amor entre el pueblo y las MAR. Creo que hasta hoy la gente elogia la labor de años de las MAR. Recuerdo una señora, cuyo nombre coincide con el de una de esas hermanas, que con lágrimas en los ojos agradecía el trabajo de gestión y enseñanza de las hermanas en la ciudad.
Otra llegó a decirme que cuando veía sonreír a una de las misioneras, ella también sonreía por dentro, en su alma, porque aquella hermana reflejaba una especie de luz allí donde se encontraba. En la escuela dejaron una impronta de buen trabajo y dedicación que continúa hasta hoy, porque el carisma de quienes están al frente es el mismo.
Cleusa continuó esa lucha por la vida. Hoy día el Purús acoge a las hermanas al menos esas cuatro veces al año y los ribereños dicen que esas misioneras son su ancla:
Y un indígena, otro día, dijo:
Un trabajo encantador es buscar en los recursos propios y cercanos de la Naturaleza lo necesario para la salud. Cuántas veces una cataplasma de harina de mandioca con cebolla ha aliviado unos senos inflamados; un jarabe de hierbas para las gripes y las bronquitis; comprimidos de aceite de grasa de serpiente para las artritis, coco para los parásitos intestinales…
Las hermanas han estado siempre para todo: para quitar el hambre, para dar un consejo, una medicina, para hablar con el padre de familia dependiente del alcohol, para orientar a las madres contra la desnutrición infantil… La gente espera siempre y todo de las hermanas, los ribereños esperan el barco de las hermanas “como el vigía espera la aurora”:
Isaura
Me llamo Isaura de Oliveira, soy misionera agustina recoleta. Tuve la alegría y la gracia de compartir vida y misión en Lábrea, por lo que hago mías las palabras del salmista:
En los primeros años trabajé en el Colegio Santa Rita acompañando a los maestros, a las familias de los alumnos y al personal del colegio. También participé en la vida de las Comunidades de base, tanto en la ciudad como en otras rurales cercanas a la ciudad, yendo de camioneta o de moto.
Acercando a la gente a Jesús y Jesús a la gente es como continué enamorándome de mi consagración y de la misiónencomendada. Aprendí que vale la pena acoger y asumir los cambios, así como caminar con tantos que necesitan de una compañía en el camino.
Compartí con los habitantes de los ríos lo importante de ver la vida como un ser creado y amado por Dios, que reconoce las maravillas de Dios aún en medio de los desafíos, de la distancia, de las enfermedades. Cada viaje río arriba o abajo era una alegría, compartíamos con aquella gente la vida y todo lo que teníamos, y ellos con nosotras.
¿Qué hemos hecho? Pues escuchar, consolar, amar y orientar; hemos aconsejado sobre prevención de la salud, informado sobre las leyes de jubilación y los derechos a subsidios públicos; hemos dado auxilio a la maternidad, visitado a los detenidos en la comisaría; hemos vigilado el precio de la castaña amazónica para que los recolectores no sufriesen engaño; hemos facilitado viajes a enfermos graves o les hemos acompañado en sus estancias en el hospital; hemos ayudado a que las familias tengan vivienda digna.
Con la Pastoral de la Tierra comenzamos a crear las reservas extractivistas, para que las comunidades rurales pudiesen vender sus productos por un precio justo y de una manera sostenible y cuidadosa con el medio ambiente; así conseguían por primera vez en sus vidas una cierta autonomía, manejar su propio dinero, mejorar su calidad de vida.
Fue uno de los mejores tiempos de mi vida. ¡Cómo este pueblo sabe acoger y compartir con los hermanos y hermanas! Siempre que llegábamos a una comunidad de base, me hacían sentir en mi casa.
Tuve la gracia de conocer y estar en el lugar donde encontraron el cuerpo martirizado de la hermana Cleusa. Fue una experiencia única. Cada día iba descubriendo por qué ella amaba al pueblo de Lábrea. Cada celebración del 28 de abril en recuerdo de su muerte en el Colegio Santa Rita pude percibir ese amor del pueblo que lo tiene como su santa. Cleusa sigue viva en la Prelatura de Lábrea, cada día 28 de mes se celebra una misa amazónica para hacer memoria de su entrega.
Vale la pena ser Misionera, no importa dónde.
Francisca
Me llamo Francisca Braga Malveira, soy misionera agustina recoleta y nací y crecí en Lábrea. Precisamente mi historia vocacional tiene como protagonista principal a Cleusa. Su vida ejemplar siempre me impactó.
Todo el pueblo de Lábrea la venera, y esta veneración también llegó hasta mi casa. Me acuerdo siempre de escuchar a mi madre, a mis tías, hablar de una hermana que fue asesinada por defender a los indígenas.
Este goteo de información poco a poco llegaba a mi corazón, provocándome muchos interrogantes. Hasta que por la ocasión de la celebración de los 25 años de su martirio, el año 2010, la Prelatura de Lábrea y la Familia Agustino-Recoleta organizaron un gran triduo recalcando su entrega generosa a Dios que se culminó en el martirio.
En ese momento me predispuse para conocerla más de cerca. Me cuestionó mucho esa entrega por amor hasta la muerte. ¿Qué clase de amor sería ese? En catequesis se enseñaba que Jesús murió por nosotros porque nos amaba, pero esta afirmación me quedaba como lejana, no me causaba efecto… Hasta que tuve delante de mí a una persona que aquí mismo había hecho lo mismo.
Cleusa, mujer sencilla y humilde, murió amando a Alguien que la impulsaba a salir de sí y entregarse a los demás. Y me dije: ¡Quiero ser como ella! Empecé a disponerme para buscar y dejarme encontrar y contagiar por esa misma fuerza que resplandecía en aquella mujer que, a pesar de su muerte cruel, permanecía viva en la memoria de todos.
Cleusa amó hasta el extremo, “dando solo a Dios el Honor y la Gloria”, como reza el lema de las Misioneras Agustinas Recoletas. Proclamó y extendió el Reino de Dios a los predilectos del Señor, en los que le amó hasta el extremo: encarcelados, pobres, despreciados, enfermos, injuriados…
En la hermana Cleusa pude ver que el Reino de Dios está presente y sucede en medio del mundo y que yo estoy llamada a extenderlo y darlo a conocer.
Franciele
Soy Franciele Salustiano da Silva, tengo 18 años de edad y actualmente soy aspirante a misionera agustina recoleta en la comunidad de Lábrea.
¿Cómo comenzó esta búsqueda vocacional? Cierto día, cuando tenía 11 años, uno de mis hermanos me preguntó si ya había oído la historia de la hermana Cleusa. Aunque en ese tiempo participaba activamente de la Infancia y de la Adolescencia Misionera, la verdad es que no recordaba haber escuchado esa historia.
Así que mi hermano me contó la vida de Cleusa y su martirio, captando rápidamente mi atención. Empecé a sentir un verdadero ardor en el corazón, y un día me lancé y en mi Comunidad de Base ofrecí un testimonio diciendo que me gustaría ser misionera agustina recoleta. De algún modo, Dios estaba ya llamándome.
Una de las frases que más me tocó de la hermana Cleusa fue: “Vale la pena arriesgarse”. Con ese ejemplo de su misión, de su vida donada y de su amor al servicio de los demás, actualmente me preparo para donar mi vida a esa misma misión, como misionera agustina recoleta.