En la remota región keniata de Turkana, junto a su capital, Lodwar, el desierto y la pobreza generalizada ambiental han venido a ofrecer un espacio inusitado y privilegiado para la vivencia del carisma contemplativo agustino recoleto. Nos acercaremos primero a la región donde habitan las monjas; después conoceremos algo de la Iglesia local que les ha acogido y del monasterio, su historia y actualidad; y por último entraremos en lo más íntimo de una de las vocaciones contemplativas que misionan con su sola presencia en esta remota región africana
Somos monjas contemplativas Agustinas Recoletas en tierra de misión y fuimos llamadas a este lugar para colaborar en la evangelización de la Diócesis de Lodwar, principalmente con nuestra oración y presencia en medio del pueblo. Somos parte de esta Iglesia pobre y con los pobres, desde nuestra vida de oración, silencio y mortificación. Y desde aquí, al mundo entero: la oración no tiene límites.
Nuestra presencia en Lodwar ha cuestionado a muchos, que se preguntan: ¿Qué hacen estas monjas lejos de su tierra, de su cultura, en este desierto? Respondemos con gusto que es el amor de Dios y el amor a la humanidad el que nos ha traído aquí, y que su gracia es la que nos acompaña y nos hace dar testimonio por medio de la oración y de nuestra presencia.
Como comunidad somos conscientes de que si no fuera por ese amor de Cristo, que nos trajo aquí, no estaríamos en este lugar, realmente tan lejos de todo lo que conocíamos hasta ahora y de nuestra Familia Agustino-Recoleta.
El entorno
Los Católicos somos pocos; los Cristianos, algunos poco más; pero la mayoría de las personas siguen su religión tradicional. El trabajo de la Iglesia en la región está fuertemente sostenido por comunidades religiosas femeninas misioneras, especialmente en el área de educación, la asistencia social, la atención médica y sanitaria, aparte del apostolado rural que realizan.
Por otro lado, la Diócesis se sostiene con ayudas externas, no puede por sí misma solventar los gastos; por un lado, es la sociedad más pobre de Kenia y, por otro, la gente aún debe tomar conciencia de que debe cooperar con las necesidades de la Iglesia.
El clima del territorio donde vivimos y estamos es desértico y caluroso, con muy pocas lluvias. La tierra no es fértil sino arenosa y con pocos nutrientes. Son pocos los momentos en que no se siente continuamente un calor asfixiante.
Es por ello por lo que en la zona se tienen animales que soportan bien el calor, como los camellos y los burros, los chivos y algunas ovejas, que son consideradas la gran propiedad y riqueza para los turkanas. También abundan animales ponzoñosos, mortales cuando atacan al ser humano.
Crecen arbustos, cactus, árboles espinosos, nopales y otros típicos del desierto; y en algunos lugares, cerca del lago Turkana o de los ríos, se encuentran palmeras con las que hacen canastos, petates y escobas.
La gente
Los turkanas son una sociedad de las más vulnerables de Kenia. Son semi-nómadas y se dedican al pastoreo. Algunos se han asentado en la zona de Lodwar. La gente es acogedora y alegre; sabe agradecer cuando ve cercanía y sinceridad en quienes les ayudan.
También hay quienes solo esperan recibir y no colaborar, se dejan llevar por la pereza, especialmente los hombres, y más los que viven en poligamia, algo tradicional en la región, porque las mujeres trabajan y son las que llevan el pan a casa. Es triste la situación de los matrimonios infantiles, cuando las familias comprometen a las niñas y adolecentes a vivir con hombres ya de edad o entrados en años.
La alimentación es muy pobre, la tierra no produce lo suficiente y muchos viven de la caridad. Nosotras sabemos bien que un niño no puede pasar la mayor parte de su crecimiento comiendo solo maíz y frijoles. Las frutas y los vegetales solo aparecen en las mesas en domingos o en fiestas, desgraciadamente.
En Nakwamekwi somos vecinas de la Parroquia de Cristo Resucitado, atendida por los Combonianos. La gente es amable, nos ha mostrado cariño y respeto, agradece nuestra presencia aquí y nos cuida. De esto hemos visto y vivido ya muchas muestras, lo cual agradecemos mucho. Tenemos a nuestro lado escuelas femeninas, una de Primaria y la otra de Secundaria; ambas construidas por los misioneros Combonianos.
Las alumnas asisten a misa en nuestro monasterio. Uno de los sueños de los misioneros y del obispo es que nuestra presencia junto a ambos centros educativos femeninos sirva para que algunas de las alumnas se planteen la posibilidad de la vocación contemplativa.
El ambiente social y consumista de la globalización ya ha llegado a este lejano lugar y nos ha traído las mismas consecuencias que al resto del mundo: dependencias químicas, familias destruidas o desestructuradas, pandillas juveniles, niños abandonados, delincuencia…
Una comunidad en el desierto
La fundación de nuestro monasterio en esta zona del mundo fue solicitada ya en 2007 por el entonces obispo de Lodwar, Patrick Harrinton, a la entonces presidenta de la Federación de Agustinas Recoletas de México, Adoración Matamoros.
Después de dos años y medio de espera, llegaron a Lodwar para fundar la comunidad cinco hermanas de tres monasterios: Ana María Martínez, Josefina Ortiz y Maricela González de Papalotla (México); Angelina Pérez, de Guaraciaba del Norte, Ceará, Brasil; y Anita Avilés, de Cuernavaca, México, que por causas de salud tuvo que volver a México en poco tiempo.
En 2012 llegaron dos hermanas más de Papalotla: Inés Acebedo y Margarita Trejo. En 2014, también por causas de salud, volvió a México la hermana Josefina Ortiz, que falleció poco después. En septiembre de 2014 llegaron María Lourdes Palacios, de Papalotla e Irene Carrera, de Tlaxcala. En el 2017 regresaron a México Inés Acevedo y Ana María Martínez.
En este 2019 somos siete en la comunidad, tres monjas profesas mexicanas y cuatro formandas keniatas, dos postulantes y dos aspirantes: María Lourdes Palacios (Ciudad de México, 1970), Margarita Trejo (Guanajuato, 1968) e Irene Carrera (Puebla, 1977). Las postulantes son Judith y Jackeline, y las aspirantes son Hellen y Joan.
Caminamos junto a este Pueblo de Dios en su realidad compartiendo con ellos también algunas necesidades, ya que al ser un lugar retirado las cosas tardan en llegar y, cuando llegan, solo es a costos muy elevados.
Parte de nuestra vida aquí se basa en la inculturación, como en la celebración de la liturgia con sus danzas y cantos, que combinamos con los nuestros, o en la comida, que es la misma que la de ellos.
Damos a conocer nuestro carisma contemplativo mediante la oración en silencio, la oración litúrgica, la vida fraterna en comunidad; abrimos nuestro templo a las personas que quieran venir a encontrarse con el Señor, especialmente cuando funcione a pleno rendimiento nuestra casa de retiro; y damos a conocer la espiritualidad de san Agustín y la Recolección con nuestro testimonio de presencia callada pero continua.
La Iglesia, como Madre y Maestra, nos motiva a ser lo que somos en donde estamos. Sabemos del aprecio que la Iglesia nos tiene y que nos hace valorar nuestra misión y vocación específica. Nos sentimos Iglesia y somos Iglesia, buscando y contemplando el rostro de Dios sufriente en nuestros hermanos de Turkana, compartiendo, dando amor y misericordia desde nuestra clausura.
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