En la remota región keniata de Turkana, junto a su capital, Lodwar, el desierto y la pobreza generalizada ambiental han venido a ofrecer un espacio inusitado y privilegiado para la vivencia del carisma contemplativo agustino recoleto. Nos acercaremos primero a la región donde habitan las monjas; después conoceremos algo de la Iglesia local que les ha acogido y del monasterio, su historia y actualidad; y por último entraremos en lo más íntimo de una de las vocaciones contemplativas que misionan con su sola presencia en esta remota región africana
La Diócesis de Lodwar pertenece a la provincia eclesiástica de Kisumu y fue separada de la Diócesis de Eldoret primero como Prelatura (1968) y después como Diócesis (1978).
Su territorio coincide con la división territorial civil del Condado de Turkana, del que Lodwar es la capital. El 10% de la población es católica. Son 77.000 kilómetros cuadrados (parecido a Castilla-La Mancha en España, o Zacatecas en México, o 1,5 veces Costa Rica),de los que 64.782 kilómetros cuadrados son de tierra y el resto de agua (lago). En la actualidad supera levemente el millón de habitantes.
Los primeros misioneros católicos llegaron a la región el 8 de diciembre de 1961. Eran dos misioneros de la Sociedad de San Patricio de la Diócesis de Eldoret, a la que pertenecía toda la región de Turkana. Las primeras actividades estuvieron ligadas a las hambrunas y proyectos de seguridad alimentaria especialmente relacionados con el ámbito infantil. De hecho, la hambruna de 1961 en Turkana propició ese establecimiento más definitivo de los Católicos.
En la región trabajaba ya el AIM, un grupo protestante con base en Lokori; y en el norte de Turkana había un grupo cuáquero estadounidense, en Lokitaung, lo que produjo algunos problemas administrativos con la llegada de los Católicos, pues las autoridades querían proteger a los grupos protestantes anteriores ya establecidos.
Aquellos dos primeros misioneros, Joe Murray y Ray Murtagh, tenían el encargo de distribuir las ayudas de los católicos de Kenia recogidas para mitigar la hambruna de Turkana. Crearon un campo de refugiados en Nadapal, cerca de Lodwar. Debido a la falta de agua y a que en poco tiempo quedó colapsado, sin posibilidades de ensancharse, hizo que se trasladase a Lorugum por tener mejores condiciones, más terreno y más disponibilidad de agua; aquí también se comenzó a trabajar con atención médica.
Después llegaron las Misioneras Médicas de María (MMM), que se encargaron directamente de la atención sanitaria del campamento. Llegaron en 1962, eran las hermanas irlandesas Andrea Kelly, Bernadette Gilson y Champion Campbell, conocidas familiarmente por sus iniciales: A, B y C.
Al comienzo las autoridades locales negaron a los Católicos incluso construir edificios estables en los campamentos, mucho menos pensar en un establecimiento más permanente en Lorugum o Lodwar. Fueron arduas las negociaciones hasta que se consiguieron los permisos de establecerse pensando no ya en la distribución de ayudas por la hambruna, sino en misiones permanentes, y servicios sanitarios y educativos.
Más Congregaciones y Órdenes religiosas se fueron sumando, como los Misioneros del Espíritu Santo. Las ayudas de la ONGd católica alemana Misereor fueron indispensables para abrir las primeras escuelas. El primer sistema educativo de Turkana fue, de hecho, financiado por la Iglesia Católica alemana, desde 1962. La alfabetización de la región ha estado durante décadas organizada y gestionada por la Iglesia Católica, hasta el punto de que misiones y escuelas están identificadas como una única cosa para los habitantes de Turkana.
La Diócesis de Eldoret se había convertido en una entidad casi ingobernable para un obispo por su extensión y población. En 1968 se divide en tres: Diócesis de Eldoret, Diócesis de Nakuru y Prefectura Apostólica de Lodwar, encargada a la Sociedad de San Patricio (Sociedad Misionera Kiltegan). Su primer prefecto apostólico fue John Christopher Mahon, SPS (Killurine, Irlanda, 1922 – Nairobi, Kenia, 2004), que sería también su primer obispo con la conversión de la Prefectura en Diócesis en 1978.
Turkana parecía ya un área de misión prometedora para un desarrollo propio. En ese momento en que se separa de la Diócesis de Eldoret cuenta con una Escuela Primaria completa en Lorugum, un dispensario y un centro de artesanía. Poco después la Iglesia Católica funda la primera escuela secundaria de todo el Condado en Lodwar, cuya primera piedra se coloca en 1968 en la cima de una colina volcánica a una milla al este de la ciudad.
La Iglesia Católica también tuvo cierto papel político por su acción crítica frente al Gobierno colonial, cuyo yugo en la región era especialmente pesado por tres motivos: se promovía el aislamiento de la región, para así llevar a ella a muchos disidentes políticos; no se tenía ningún tipo de programa especial contra la pobreza; y, por último, la carga fiscal con durísimos impuestos hacía casi insostenible un despegue económico de las familias.
En 1975 abrieron su primera misión los Combonianos, en 1993 llegaron los Misioneros de San Pablo Apóstol, en 1996 la Unión Irlandesa de Ursulinas, en 2011 las misioneras del Movimiento de Foucauld. También están las Misioneras de Jesús Crucificado, las Hermanas de la Anunciación de Nazareth, las Hermanas de San José de Tarbes y las Hermanas de la Asunción. La presencia de la vida consagrada es amplia y aún supera a la presencia de los sacerdotes diocesanos.
Hoy cuenta con 27 parroquias, once sacerdotes diocesanos, 48 sacerdotes de órdenes y congregaciones misioneras, 16 misioneros no sacerdotes y 60 religiosas, 300 comunidades católicas y alrededor de 600 comunidades eclesiales de base. Desde 2011 el obispo es Dominic Kimengich, keniata natural de Kituro (1961).
Cuenta como Diócesis hermana a la Diócesis de Kalamazoo (Michigan, Estados Unidos), cuyo obispo, Paul K. Bradley, hizo una visita en octubre de 2013 a Lodwar, que dejó imágenes impactantes para la delegación americana:
Con motivo del Jubileo de los 50 años de evangelización, en 2012, se llevó a cabo un Congreso centrado en los muchos conflictos que se viven actualmente entre las poblaciones keniata, ugandesa, sudanesa del sur y etíope, así como la disputada área geográfica del llamado triángulo de Ilemi. Terminaba con el siguiente comunicado:
“Reconocemos con toda humildad que, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, no hemos representado adecuadamente las dimensiones espirituales y pastorales que son tan necesarias para la reconciliación y la paz. Sin embargo, reconocemos las gracias canalizadas a través de nuestro ministerio a la gente de esta región.
Resolvemos establecer un equipo de coordinación interdiocesano para promover actividades de paz entre las diócesis vecinas que tienen grupos en conflicto. Pedimos sinceramente a los obispos interesados que inicien este proceso lo antes posible.
Resolvemos compartir nuestros agentes pastorales y los recursos disponibles para capacitar a nuestros agentes pastorales.
Resolvemos que las diócesis de la región harán todo lo que esté a su alcance para lograr el desarme total de la población civil.
Recomendamos que los obispos, el clero y los religiosos se comprometan a tomar la iniciativa y alcanzar las metas y objetivos de esta conferencia interdiocesana sobre paz y evangelización transfronteriza”.
La llegada de las Agustinas Recoletas propició una Iglesia más completa, puesto que la vocación contemplativa aún no tenía referencias en la región. De ahí que la fundación del monasterio en 2010 incluso tuviese repercusión en los medios locales.
Así como en Nakwamekwi hay una mayor presencia de servicios sociales, especialmente educativos, las Agustinas Recoletas han añadido otro más, la hospedería Santa Rita de Casia, un espacio de descanso, reposo y centro de operaciones para los misioneros de las zonas rurales cuando acuden a la sede diocesana.
Hasta ahora, cuando llegaban a Lodwar para hacer gestiones, gestionar proyectos pastorales o sociales o realizar compras para las parroquias a las que sirven y para sus propias comunidades, no tenían dónde quedarse. La hospedería Santa Rita es ya un espacio que sirve tanto para las estancias cortas de misioneros, como para estancias más largas de descanso o retiro espiritual. Con ello, además, se apoya a la sostenibilidad del propio monasterio contemplativo.
Este espacio se pudo construir gracias a la generosidad de Bernard Tansey, un fiel inglés muy cercano a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, Congregación que sirve en la zona rural de Turkana con sus comunidades de Nariokotome, Todonyang, Lobur y Kokuselei.
Un misionero mexicano comboniano ha descrito así la parroquia de Nakwamekwi, junto a la que viven las monjas agustinas recoletas:
“Estoy feliz de trabajar con esta gente tan acogedora y participar con ella en su camino hacia Jesucristo por medio de un desarrollo integral, aunque en ocasiones también me desespera la impotencia, cuando no puedo ayudarles a resolver problemas ocasionados por el hambre, las injusticias o la negligencia de otros que se aprovechan de su ignorancia y pobreza.
En el ámbito comunitario, en ocasiones cooperamos con algunos organismos internacionales en proyectos de desarrollo para estos pueblos, como en la excavación de pozos, en la construcción de salones, aportar becas para estudiantes, pagar salarios a los profesores, o apoyar a un centro para niños y niñas sordomudos. La gente también aporta su granito de arena para estas obras.
Nakwamekwi tiene 30.000 habitantes, de los cuales 4.400 son católicos. Al menos una vez al mes visitamos cada comunidad rural para celebrar la Eucaristía y revisar las actividades. En cada capilla hay un catequista que organiza el catecumenado, hace de maestro de preescolar y preside la celebración de la Palabra en lengua turkana cada domingo.
Ellos son el brazo derecho de los misioneros, pues se han preparado para ser catequistas; han recibido el envío solemne del obispo tras un año de preparación en el Centro de Pastoral y dos años de servicio a su comunidad.
El pueblo turkana es monoteísta, cree en un solo Dios a quien llama Akuj; posee gran religiosidad, apertura hacia los demás y conserva textos bíblicos en lengua turkana.
Estos valores me recuerdan una experiencia imborrable. Un día fui a visitar una capilla; la gente no llegaba a la hora acordada y yo comenzaba a ponerme nervioso. Después de hora y media de espera, solo habían llegado diez personas. Le dije al catequista que la gente era impuntual y me contestó:
— Padre, viniste por ellos, ¿verdad? Debes esperarlos.
Me dio una buena lección de lo que significa la paciencia y estar con ellos”.
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