Jesús Moraza, agustino recoleto, en el río Purús, en los años 80 del siglo XX.

En el año del Sínodo para la Amazonia recordamos uno de los momentos más significativos de la historia que une desde hace casi un centenar de años a los Agustinos Recoletos con la Amazonia brasileña: la creación, consolidación y desarrollo de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) tras la celebración del Concilio Vaticano II.

Introducción

Me piden desde AgustinosRecoletos.org hacer memoria para relatar la fundación de las Comunidades de Base de la misión de Lábrea. Entiendo que es parte importante de la historia de esta Misión para llegar a comprender la acción pastoral de la Prelatura hoy. Y todo fue el resultado de los esfuerzos del conjunto de los misioneros y misioneras.

En agosto de 1970 llegábamos a Lábrea un grupo de siete misioneros agustinos recoletos voluntarios procedentes de tres Provincias distintas de las que entonces formaban la Orden. Se trataba de reforzar la plantilla de misioneros de la Prelatura. En aquel momento disponía solo de cuatro misioneros, dos de los cuales estaba planificado que saldrían en breve. Era necesario dotar a la Prelatura con más religiosos agustinos recoletos y así se hizo.

La Prelatura de Lábrea es un extenso territorio de más de 230.000 Km2 en la Amazonia brasileña, casi como la mitad de España, surcado de ríos como únicas carreteras. Una gran cantidad de pequeñas localidades, llamadas entonces “seringales” o “caucherías”, estaban diseminadas a orillas de ríos y lagos. Apenas las cuatro sedes municipales y parroquiales de Lábrea, Canutama, Pauiní y Tapauá disponían de un número más significativo de habitantes.

La Pastoral de la Prelatura a nuestra llegada (1970) era, como diría el teólogo católico brasileño Clodovís Boff, lo que en todo el Continente hasta el documento de Medellín: “la reproducción del modelo de la Iglesia europea, en su modo de organización, en su problemática teológica y en sus propuestas pastorales.”

Primeros pasos e iniciativas para el cambio

Después de cinco años de conocimiento de la realidad y de aprendizaje de la lengua, costumbres y tipo de trabajo pastoral del Brasil y de la Amazonia, el obispo agustino recoleto de la Prelatura de Lábrea, Florentino Zabalza, motivado por las orientaciones del episcopado brasileño y latinoamericano, así como por la situación de nuestro pueblo, elaboró, junto con el agustino recoleto Francisco Piérola y la colaboración de misioneros y misioneras, unas líneas de acción que fueron orientando mejor la futura acción pastoral.

En 1972, monseñor Florentino había participado en el IV Encuentro de la Iglesia de Amazonia en Santarem (Pará, Brasil) con el tema Encarnación en la realidad y Evangelización libertadora. Creo que aquel marco programático le marcó profundamente. En él se insistía en la formación de Comunidades Eclesiales de Base.

La Iglesia de Vitória (Espíritu Santo, Brasil) había sido una de las Diócesis pioneras en la formación de las CEBs y era Iglesia hermana según el programa de hermanamientos que hizo la Conferencia Episcopal Brasileña (CNBB) de la de Lábrea; esto influyó también significativamente para el cambio.

Entre las determinaciones que tomó la Prelatura de Lábrea en sus primeras Asambleas estaba la formación de un equipo volante que pudiese visitar con más frecuencia a los ribereños del Purús y de sus afluentes en sus pequeñas comunidades rurales, formando a partir de esta comunidad natural nuevas comunidades eclesiales de base.

Me ofrecí como voluntario y a todos, comenzando por el obispo Florentino, les pareció bien, dado que yo era el más joven de los misioneros recién llegados como voluntarios.

Dejar atrás la dependencia del misionero

Monseñor Florentino me pidió participar en el I Encuentro Intereclesial de las Comunidades Eclesiales de Base: Una Iglesia que nace del pueblo por el Espíritu Santo de Dios (Vitoria, Espíritu Santo, Brasil, del 6 al 8 enero 1975), con representantes de todo Brasil y algunos países de América Latina. Así tuve la oportunidad de concienciarme mejor sobre la importancia de las CEBs, también en nuestra Prelatura.

Pronto me facilitaron un pequeño barco y su piloto (Odorico) y material para la formación de las comunidades: folletos litúrgicos para las celebraciones, hojas de cantos, Biblias, grabador de música, etc. No faltaron unos buenos consejos de compañeros, como los del agustino recoleto Francisco Piérola, que siempre me recordaba la anécdota vivida por él con Rômulo Neves Balestero, el vicario episcopal de la Iglesia hermana de Vitoria, en visita a Lábrea.

Fray Francisco me contaba cómo en cierta ocasión, visitando una de las localidades ribereñas próximas a Lábrea, Rômulo le advirtió sobre su forma de actuar disponiendo sobre todo como si la gente no supiese hacer nada. Lo llamó aparte: “¿Me dejas hacer unas preguntas a la gente?” Y comenzó diciendo así: “¿Hay alguien que sepa cantar algunos benditos?”. Y enseguida le señalaron una señora que, de hecho, comenzó enseguida a cantar. Después preguntó si había alguien que sabía dirigir el rosario, y apareció también otra señora, que hizo lo propio.

Esto sirvió a fray Francisco Piérola para actuar de forma diferente cuando visitaba las comunidades y fomentar la participación activa y no dependiente del misionero; se trataba de partir de lo que la gente ya sabía hacer y darles protagonismo. Y fue esta mi mejor orientación para comenzar a formar las Comunidades Eclesiales de Base en la Prelatura.

Monseñor Florentino me recomendó comenzar en el territorio de la parroquia de Tapauá, que era lo que yo conocía mejor por haber trabajado en ella durante mis primeros cinco años en la Misión. Y así lo hice.

Cómo convertir una pequeña población en una Comunidad Eclesial de Base

Me quedaba varios días en cada pequeña localidad rural intentando descubrir los mejores líderes para servir a toda la comunidad, preparándolos con lo más básico para tener una celebración de la Palabra lo más digna posible.

También acompañaba a ese líder de un equipo de coordinación formado por un lector, el cantor… Si había algún profesor o profesora esto ayudaba mucho, pues ya tenían una aceptación mayor; si había alguien que sabía leer para transmitir la Palabra de Dios; si había quien tenía un poco mejor oído para dirigir los cánticos…

Una vez localizadas las personas sobre las que pivotaría la vida de la comunidad, buscaba los momentos necesarios para ensayar un poco con ellos cómo iban a ser las celebraciones de la Palabra dominicales:

  • cómo utilizar el folleto elaborado previamente para las celebraciones dominicales del año;
  • cómo buscar las lecturas en una Biblia;
  • cómo escoger los cantos para cada parte de la celebración;
  • ensayo de cantos…

Las primeras experiencias dentro del territorio de la Parroquia de Santa Rita de Tapauá, la más extensa (unos 90.000 Km2), fueron muy positivas. El hecho de ya ser conocido y querido por parte de la población de todas esas pequeñas comunidades ayudó mucho. Hasta el hospedaje y alimentación era más fácil, aunque en el barco siempre llevaba lo suficiente para las eventualidades que pudieran surgir durante tantas semanas por los ríos.

No recuerdo bien cuántas comunidades visité e intenté formar en mi primer viaje por la parroquia de Tapauá. El obispo Florentino me recomendó visitar primero unas diez o doce, pero enseguida percibí que formar un equipo no era tan difícil. Lo difícil sería que funcionase mejor y pudiese entusiasmar a toda la comunidad. Eso sería cuestión de más tiempo y preparación. Y, como cuando uno hace su parte, Dios también hace la suya, pues allí iba.

El desafío de ser Comunidad

Había lugares donde nadie sabía leer, pero sí había alguna mujer que sabía dirigir el rosario y cantar benditos. Puedo decir que algunas de estas comunidades han funcionado mejor que las otras. Yo siempre intentaba hacer ver que lo importante no era el rezo en sí, sino la vivencia de la Palabra de Dios transmitida de padres a hijos y por los misioneros con valores evangélicos como la honradez, fraternidad, solidaridad, hospitalidad. La actitud fundamental de servicio que Jesús nos enseñó. Valores que debemos inculcarnos unos a otros.

Insistía en la importancia de tener tiempo después de la celebración de la Palabra para tratar de los asuntos o problemas más importantes de la comunidad. De estas conversaciones surgieron las primeras escuelas de las comunidades hechas en grupo, los campos de fútbol para deporte, las ayudas en los plantíos o recogida de las cosechas, la construcción de los centros de cada comunidad.

No pensé en capillas, pues pensaba que lo importante era tener un lugar donde la comunidad pudiese reunirse de la manera más informal posible para celebrar la Palabra de Dios e intentar ponerla en práctica con un diálogo lo más tranquilo posible para tratar de sus problemas y procurar darles alguna solución. En pocas palabras: unir fe y vida.

Consolidación

En cada viaje en que visitaba las comunidades, paraba unos días en la sede de la Parroquia donde estaban los otros misioneros y misioneras. Mi estancia esos días servía tanto para mí como para ellos y ellas, pues nos reconfortábamos mutuamente. Transmitía mis experiencias y encontraba apoyo para continuar en el servicio. También podía comer mejor.

De tiempo en tiempo, organizaba pequeños encuentros con los dirigentes de las comunidades de determinada parte del río para, durante dos o tres días, entrenarlos un poco más en el uso del folleto litúrgico, de la Biblia y de los cantos, interesándome también por el resultado de las conversaciones sobre los problemas de cada comunidad y ayudando a resolverlos.

Así conseguí que algunos alcaldes nombrasen profesores en diversas comunidades a algunas personas que sabían un poco más que los otros.

Y así iban consolidándose las pequeñas comunidades en torno de la Palabra de Dios y el compromiso de transformación de la realidad. Las familias cada vez se animaban más con la ocasión favorable para su encuentro y la alegría que suponía el apoyo mutuo.

Poco a poco se tornaba más común el intercambio entre las comunidades próximas en las celebraciones, las ayudas laborales y hasta las competiciones deportivas.

Y ese entusiasmo cautivaba a otras localidades donde todavía no existían esas celebraciones, con lo que surgieron nuevas peticiones para que las visitara y ayudase a constituir como nuevas comunidades con sus equipos de coordinación. Algunos lugares de más difícil acceso, en lagos muy distantes y alejados del curso del río principal el Purús, consiguieron así formar su comunidad en torno de la Palabra e incluso construir su escuela con profesor o profesora.

Cada vez eran más gratificantes e ilusionantes las visitas. Encontraba mejor disposición en los líderes, más preguntas que responder, dudas que aclarar, más interés por ensayar nuevos cantos, etc.

Conseguía realizar cuatro a cinco viajes durante el año por todo el territorio de la Prelatura, más de 2.500 kilómetros de recorrido por el rio Purús, con largas temporadas también en la sede de cada Parroquia, donde servía de apoyo para los otros misioneros, e incluso hacía sustituciones en época de vacaciones.

Después de dos años y medio, la Prelatura contaba con unas 300 comunidades en las que se celebraba dominicalmente la Palabra de Dios y se intentaba ponerla en práctica el compromiso de mejorar los problemas existentes en cada comunidad y las vecinas… Palabra y vida debían ir juntas.

Ocasionalmente, alguno de los misioneros de cada Parroquia me acompañaba durante un tiempo, incluso el propio obispo Florentino, pero básicamente mi compañero era el piloto Odorico, una persona mayor, con mucho conocimiento del rio Purús y de la embarcación. Claro que el Señor siempre iba con nosotros.

Conclusión

Por fin, el obispo Florentino Zabalza, en 1979, creyó oportuno que me quedase en Lábrea como párroco. Cada Parroquia tendría a partir de ese momento la responsabilidad de continuar el acompañamiento y la formación de las Comunidades Eclesiales de Base de su territorio.

Desde finales de los 80 y hasta hoy, el éxodo rural provocado por la depreciación del caucho, la falta de condiciones de vida favorables y de futuro digno hicieron decaer sensiblemente el número de comunidades en el río Purús y afluentes.

Pero aún hoy se mantienen vivas un buen número de aquellas primeras Comunidades Eclesiales de Base fundadas entonces, con más o menos entusiasmo y participación. Se añadieron otras de nuevas localidades que aparecieron; y desaparecieron otras, al tiempo que dejaban de tener habitantes en ese éxodo imparable hacia las cabeceras municipales y hacia la capital del Estado.

Hoy habrá algo más de un centenar de CEBs rurales en toda la Prelatura de Lábrea y una veintena de CEBs urbanas, situadas en barrios de las mismas sedes centrales de los municipios, que han ganado en población desde entonces.

La participación de los líderes de las comunidades en las Asambleas de la Prelatura de Lábrea significó un cambio profundo en la estructura eclesial. La representación de los seglares en las estructuras decisorias de la Iglesia es muy significativa hoy. Y no podía dejar de ser así cuando son más de 3.000 agentes laicos de la Prelatura, que se involucran en toda la acción eclesial, pastoral y ministerial, servicios al Pueblo de Dios: pastoral de la infancia, pastoral de la juventud, infancia misionera, pastoral catequética, pastoral juvenil, pastoral de la tierra, pastoral del anciano y tantos y tantos servicios que día a día ofrecen al Pueblo de Dios y a la sociedad en general, en los casos de la pastoral social sin mirar siquiera la fe o religión de aquel a quien sirven.

¡Bendito sea Dios!

Jesús Moraza, obispo emérito de la Prelatura de Lábrea.


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