Bautismos en una comunidad de base rural.

En el año del Sínodo de la Amazonia, queremos recuperar la memoria y testimonio de Florentino Zabalza, agustino recoleto y obispo de la Prelatura de Lábrea (Amazonas, Brasil) desde 1971 hasta 1994, quien dejó escritas unas memorias que se ofrecen ahora por primera vez a todos los públicos.

A los fieles que viven apartados de nuestros Centros parroquiales los atendemos por un sistema de largos viajes por los ríos, visitándolos en los lugares donde viven. A estos largos viajes los llamamos desobrigas, del portugués desobrigar-se, correspondería al español “desobligarse” o “cumplir con, quitarse una obligación”.

Pasa el misionero una vez por año y el pueblo aprovecha la oportunidad para bautizar, confirmar, casar, confesar, comulgar, y con eso quedan “desobligados” con Dios hasta la próxima pasada del misionero.

El día de desobriga es, propiamente, aquel en que el misionero se dedica a la administración de los Sacramentos. Pero siempre llega al lugar la tarde anterior, aprovechando esa tarde y la noche para una catequesis.

Aquí aparece la primera falla de este nuestro sistema de trabajo; falla que no depende ni de nosotros, ni del pueblo y sí de las condiciones en que éste vive, generalmente muy desparramado, muy separadas unas casas y familias de otras. Trataré de explicarme.

El misionero escoge como lugar de desobriga aquel que por sí o por sus alrededores puede reunir a un mayor número de personas. A este lugar acudirán gentes de varios lugares, algunos distantes varias horas y hasta días de viaje en canoa.

Nosotros, bien que podríamos y querríamos permanecer varios días en cada lugar, para una catequesis y evangelización más profundas que, a cualquiera se le ocurre, es lo más importante de nuestro apostolado. Pero es la gente, es el pueblo el que no puede.

Algunos, repito, vienen de lejos, y entre venir y volver y los días que permaneciesen con nosotros, sumaría demasiado tiempo fuera de sus casas, lejos de sus trabajos. Eso no lo consiente la esmirriada economía de la mayoría. Está por otro lado el patrón, cuyas arcas hambrientas no admiten en sus trabajadores algunos días sin trabajar.

En el primer Informe que presenté a Roma sobre el estado de la Misión colocaba esa angustia y me lamentaba de que nuestro trabajo aquí se reducía, muchas veces, a una rápida sacramentalización y a casi ninguna evangelización.

La respuesta fue: Cuidado obispo, que la sacramentalización también tiene su valor y mientras las circunstancias de su Territorio no le permitan hacer otra cosa… Total, que aquí estamos y seguimos con ese mismo sistema.

Claro está que no nos hemos quedado dormidos en nuestro afán por resolver ese problema. Lo hemos intentado a través de nuestras Comunidades de Base, como ya indiqué en otro apartado.

Esta próxima desobriga me llevará a visitar 16 lugares en los que funcionan otras tantas Comunidades. Gastaré dos días para llegar al lugar donde comenzará el trabajo. Toda desobriga es anunciada por Radio Riomar, una emisora de Manaos que todos nuestros interioranos escuchan diariamente, para que se enteren de la fecha exacta en la que el misionero llegará a cada lugar.

Día 31 de julio de 1979: preparativos

El viaje, deberá ser mañana al mediodía, pero el ambiente de desobriga se nota desde hoy bien temprano. Celebro Misa en la capilla de los Hermanos Maristas. El encargado de animarla pide a la Comunidad una oración especial por el éxito de la desobriga.

Dedico el resto del día a preparar las cosas para el viaje: lo necesario para la celebración de la Misa y administración de los Sacramentos; la maleta de uso personal; algo de comida para los días que viajaremos directo, parando únicamente para dormir: latas, Nescafé, leche en polvo, sardinas, salchichas y alguna cosa más que Odorico, el maquinista, se encargará de preparar en un fogoncito a gas que tenemos a bordo.

Como no he conseguido aprender a dormir en la hamaca, he preparado en el barco una cama en la que pienso descansar mejor, según experiencia que tengo de otros viajes. La frescura de la noche sobre el río, el barco meciéndose al vaivén de las aguas, ayudan a dormir bien e invitan a plagiar la ópera Marina: Dichoso aquel que tiene la casa a flote / y a quien el mar le mece su camarote, / oliendo a brea, oliendo a brea. / Al arrullo del agua se balancea, se balancea.

¿Va el mosquitero? Va. Los mosquitos no respetan dignidades y los vamos a tener por toneladas. ¿Va el salvavidas? Va. Corazón de Jesús, ¡que no vaya a hacer falta! Bien. Parece que todo lo que a mí me toca preparar, está listo. Del barco y de sus necesidades se encargará Odorico que, la verdad sea dicha, es muy cuidadoso y responsable.

Día 1 de agosto: salida hacia el primer punto de encuentro

Llega la hora del almuerzo y, acabado, de la mesa, al barco, después de las despedidas y deseos mutuos de felicidad. Son las 12:30 y ya han aparecido los dos primeros fracasos o contratiempos.

Primero: generalmente hacemos la catequesis con ayuda de filminas sobre temas escogidos y preparados de antemano. Están preparadas y enmarcadas; embarcados están el proyector y la gasolina para el generador de luz; el que no ha llegado es el tal generador. Desde hace tres días está con el “técnico” para una limpieza general y puesta a punto, lo que, infelizmente no sucede. Así que a desembarcar filminas, gasolina, proyector y a preparar la garganta para las charlas nocturnas que tendrán que llenar el vacío de la proyección y que tendrán que ser en voz fuerte (de momento ese no es problema) para ahogar los gritos de los críos, que nunca faltan.

Segundo: hace dos días, un hombre que se enteró de nuestro viaje, me había pedido el favor de llevarlo precisamente hasta el lugar donde comenzará el trabajo. Lo acepté con mucho gusto y un tanto interesadamente: como no vamos sino el maquinista y yo, me tocaría ir muchas horas al timón de la embarcación, faena esta que no me desagrada, pero que me da nervios, casi miedo.

No he aprendido a conocer el río y sus peligros; no sé, ni noto, en qué lugares es poco profundo, para no entrar y encallar en un banco de arena; no adivino dónde hay una piedra o un tronco, a flor de agua, pero sin asomar, para no chocarme con ellos, etc. Viniendo este buen hombre que seguramente conoce el río como la palma de su mano, me evitaría el trabajo y los nervios.

Desgraciadamente, el hombre finalmente no aparece y a las 12:30 en punto iniciamos nuestro viaje, después de encomendarnos a Dios ante el crucifijo que hoy mismo he colocado bien enfrente del timón, para que Él nos guíe y libre de peligros.

Y ahí vamos, Odorico, el barco y yo, navegando contra corriente, en este nuestro Purús, inmenso, majestuoso, sinuoso y tranquilo.

Odorico es mi maquinista. Moreno, muy moreno, pero no por raza y sí por causa de los mil soles amazonenses que quemaron su piel y su vida en los ríos de la región, a bordo de una u otra embarcación; 62 años, casado, padre y abuelo, lleva ya varios años trabajando con nosotros.

Nos quiere y nos respeta. Quiere y cuida, creo que más que a nosotros, al motor de nuestra embarcación, lo que no deja ser una garantía en los viajes. Si no hay urgencia en llegar al final del viaje, no le pidas que acelere un poco más. Él encontrará razones para no hacerlo. Guarde, dirá, la fuerza para el momento de la necesidad. Cuando, por el contrario, necesitamos correr más, él se dará velocidad sin pedírselo.

En la embarcación van siempre, por lo menos, dos personas: el timonel y el maquinista. El oficio de este es atender el motor y generalmente viaja siempre muy cerca de él. En el compartimento del motor hay siempre una campanilla con una cuerda que va hasta el timonel. Por medio de toques diversos a través de cuerda y campana, el timonel pide al maquinista las diversas marchas o cambios que éste realiza: poner en marcha, apagar, media fuerza, toda la fuerza, marcha adelante, marcha atrás.

Como no vamos sino los dos, Odorico será el maquinista y yo el timonel. Quede claro desde ahora que Odorico me ayudará en mi oficio; nuestro motor sencillo y nuevo no necesita de la presencia permanente del maquinista.

Nuestro barquito se llama San Judas Tadeo. Hace algunos años, en Caracas, un venezolano me dio una buena limosna para comprar un bote rápido. Compramos el bote y, a pedido del bienhechor, le pusimos el nombre de San Judas porque, me dijo él, el obsequio era en agradecimiento al santo por haberlo librado del vicio de la bebida.

El bote era muy bueno; movido por un motor Johnson de 40HP volaba, pero gastaba 20 litros de gasolina por hora y al precio que aquí alcanzó la gasolina, nos era imposible mantenerlo para nosotros. Lo vendimos y con el dinero de la venta ayudamos a construir este barquito al que le pusimos el mismo nombre.

Tiene 30 x 2,20 metros; está movido por un motor de centro, japonés, de 9HP y consume diésel. Anda muy bien, unos 10 km/h contra la corriente y casi el doble a favor de ella. Construimos tres al mismo tiempo para las distintas parroquias y los misioneros están muy contentos con ellos. Son muy económicos.

Y allá vamos, tragando curvas en este río que las tiene por centenares, a la vertiginosa velocidad de diez por hora. Los viajes por el Purús, entretenidos las primeras veces, resultan a la postre tediosos y monótonos, por la repetición de las mismas cosas.

Aquí es una canoa que sube o baja, movida unas veces a motor, otras, las más, a remo. Más allá es un pescador que con envidiable maestría lanza al río su red, que unas veces regresa con y otras sin el deseado y necesario pescado.

En todo momento, bandadas de botos, juguetones, saltan atrás, adelante, a los lados de la embarcación. En la orilla un remolino de agua y peces pequeños que huyen; algunos de aquellos botos u otro depredador, en la lucha por la vida, los están persiguiendo para alimentarse; y a lado y lado la selva, esta selva amazónica, impenetrable, misteriosa, enmarañada, imponente, majestuosa, verde de mil verdes tonalidades.

Una atrás de otra, alternando a los lados del río, las playas; de pura arena junto al agua, de tierra y arena, junto a la selva. En esta tierra-arena se desarrolla la mayor parte de la rudimentaria agricultura de los naturales.

Aquí y allá, a lado y lado del río, unas en la playa, en el barranco otras, las casitas, pobres unas, miserables otras, siempre de madera, a veces de tabla aserrada, muchas con hojas de palmera como techo, algunas con láminas de aluminio; muchísimas, demasiadas, consistentes en cuatro palos clavados en tierra, el dicho tejado de palmera y nada más. En algunas se ven las hamacas colgando, y uno no puede menos que ponerse a pensar qué harán sus habitantes en una noche de lluvia y viento tan comunes aquí. Ciertamente, recoger todo, esperar que la lluvia pase y volverlas a colgar para seguir durmiendo.

Así viven y así mueren tantos hijos de Dios, personas, hermanos nuestros que gastan su vida en la extracción del caucho para las grandes industrias, para los flamantes vehículos de unos pocos afortunados. En los finales del siglo XX, eso suena a tremenda injusticia.

Al paso de cualquier canoa, los chiquillos —y los mayores también si están en casa—, se asoman a verla pasar. Si con la mano dices adiós y te reconocen, responden en la misma forma y con alegría. Una o varias mujeres solas difícilmente responden al saludo si no reconocen la embarcación.

En ocasiones, hacen señas con la mano, con algún paño, con algo, para que te acerques. Si saben que es el misionero el que pasa, ciertamente lo necesitan para atender a algún enfermo, corporalmente con alguna medicina o espiritualmente con los auxilios de la religión. Si no lo han conocido, piensan que es uno de tantos comerciantes como andan por el río y lo llaman para comprar algo que necesitan. Ahora y aquí, una mujer en el río toma baño y baña a su hijito, enfrente a su casa.

Luego los loros llenan el espacio con la algarabía de sus voces; más tarde, serán los monos que, curiosos, se asoman al río y, cuando nos acercamos, huyen veloces saltando de rama en rama, en la más auténtica exhibición de acrobacia, hasta perderse en la espesura.

En la punta de la playa a la que estamos llegando un palo alto, con un trapo blanco en lo alto, indica que se trata de una playa particular y propicia para en ella depositar sus huevos la tortuga. Allí mismo, gaviotas por millares.

Los huevos de las tortugas están allí a menos de 50 metros de la orilla y a 50 centímetros de profundidad en la arena de la playa. Debe ser época de reventar los huevos. El recién nacido, por un sentido admirable de orientación, al segundo de nacer emprende su “carrera” hacia el río. En el corto trayecto las gaviotas los devorarán por centenas. Debe ser por eso que la naturaleza, sabia, hace que las tortugas depositen hasta 200 huevos de cada vez y debe ser por eso que, aunque muchas crías mueran, sean muchas también las que se salvan.

De dos casitas juntas que aparecen en la vuelta del río suben al cielo dos columnas de humo. Ciertamente, los caucheros están dedicados a la tarea de ahumar el caucho.

En este momento pasamos enfrente de una casa cuyos dueños tienen una hija, Marizete, en las Misioneras Agustinas Recoletas. Una de las pocas vocaciones que han aparecido en los últimos años.

Sin más cosas dignas de contar, cuando son las seis de la tarde, hora prevista, estamos llegando al final de la jornada de hoy; un lugar llamado Buraco (Agujero), de unas 10 casas habitadas por la familia Gonçalves Brito. Abuelos, hijos, nietos, todos viven por aquí. La casa donde llegaremos hoy debe estar un tanto triste; la dueña, Petinha, está bastante enferma en Manaos.

Antes de subir a saludar a la familia he preparado mi cama y mosquitero. Es la hora en que los mosquitos acostumbran a aparecer y si lo dejo para más tarde, al armar el mosquitero muchos pueden quedar dentro y darse el gran banquete a costa de mí.

Tanto cuidado en Lábrea para preparar las cosas y aquí noto el primer olvido: no he traído almohada. Bueno, si la familia tiene, no hay problema; ellos me prestarán una hasta el regreso. Subo a saludarlos, me preguntan si hemos cenado y al decirles que no, nos invitan a compartir con ellos la cena familiar. Odorico se ha librado de preparar la primera cena y yo a lo mejor me libro del primer desarreglo estomacal por las latas…

Después de la cena conversamos durante algún tiempo con los vecinos que han venido a saludarme; les pido la almohada, me la dan y a dormir se ha dicho. Nos hemos despedido hasta la vuelta, ya que mañana queremos salir temprano y no subiremos ni a desayunar ni a decirles adiós.

Día 2 de agosto: sigue el viaje

Está apenas clareando y reiniciamos el viaje, después de una noche de buen dormir. Yo al timón, en tanto Odorico prepara un desayuno a base de Nescafé y leche en polvo que, a juzgar por el aroma, se insinúa sabroso.

Pasan los minutos y aparece el sol con señales de querer calentar fuerte, como ayer y como todos los días. El paisaje, el río, las canoas, los peces, las playas, las casas, igual a como fueron ayer y a como serán mañana y todos los días.

Desde la orilla un hombre nos llama. Como en el lugar donde está el río tiene poca profundidad y el barquito no puede acercarse, él llega hasta nosotros en su canoa. Quiere medicinas para una hijita que está muy enferma. No llevamos nada y así se lo hago saber con pena y remordimiento. Se despide triste y desilusionado.

¿Por qué remordimientos? En Lábrea tenemos bastantes medicinas. No hace mucho tiempo una institución de Estados Unidos nos mandó 5.000 dólares para comprar medicinas. A pesar de haber repartido muchas, todavía quedan. Sucede que de las mil cosas de que no entiendo nada, una es de medicinas. Me da miedo hasta recetar una aspirina pensando que al enfermo le pueda hacer mal, en lugar de provecho. Por eso no he traído ninguna.

Odorico me ha reemplazado un buen tiempo en el timón, tiempo que he aprovechado para rezar y leer alguna cosa, pero de nuevo estoy de chófer, en tanto el maquinista hace de cocinero y prepara el almuerzo. Una sopa de arroz y carne de lata resolverán el problema. O el apetito es bueno o los conocimientos culinarios de Odorico han progresado; lo cierto es que almuerzo de muy buena gana.

Está haciendo un calor que no necesita ser llamado canicular; con decir que es amazonense, está dicho todo. El barquito es muy cerrado y por lo mismo, muy caluroso. La velocidad poco ayuda a mitigar el calor. A veces tenemos que navegar por medio del río y la mayor fuerza de la corriente atrasa nuestro navegar. El río está muy seco y las playas de arena avanzan en el agua, demasiado peligrosas. Son las cinco de la tarde. Desde una casita nos hacen señas para que nos acerquemos; seguramente quieren medicinas, otra vez. No me equivoco; las solicitan y de nuevo negativa y mis remordimientos.

Nosotros aprovechamos para saber de ellos cuánto falta para llegar al lugar que será el principio de la desobriga; nos lo dicen y calculamos que mañana llegaremos a muy buena hora; por eso decidimos no andar más hoy.

Nos apartamos un poco, para tomar un buen baño y mitigar el calor. No obstante encontrarnos en una playa que convida a zambullidas, el baño será en la popa de la embarcación, con una lata y sin saltar al agua. El Purús es rico en pirañas, rayas y otros peces peligrosos y no es el caso que alguno nos dé un susto o nos clave su aguja.

A todo esto, ya está anocheciendo. El barco no tiene luz eléctrica; a la luz de dos velas, Odorico prepara un café con leche y unas galletas duras y saladas. Después de tomarlo, a dormir, a mirar para adentro, que decía alguno. Ni aparato de radio he traído; la ruptura con el mundo “civilizado” va a ser total.

Arrullados por el canto o gritos guturales de los guaribas, una especie de monos, por el croar de sapos y ranas y el rítmico golpear en el agua de remos de canoeros que pasan, duermo como los propios ángeles. ¿Cómo duermen los ángeles?

Día 3 de agosto: llegada a San Carlos

Noto que Odorico se mueve en su hamaca, colgada cerca de mi cama y saludo:

— Odorico, buenos días.

— Buenos días, monseñor.

—¿Qué hora es?

— Son las cinco y media.

Nos levantamos, tomamos otra vez un café con leche que él ha preparado. Mientras eso hacemos, el día clarea lo suficiente para navegar y reiniciamos la marcha. Sin ningún contratiempo, sin nada especial para relatar, al mediodía, llegamos a San Carlos, el lugar donde comenzaremos la desobriga.

San Carlos es lugar conocido de otras desobrigas, pero lo he encontrado un tanto cambiado. En aquellas ocasiones, era dueña doña Carminha, que hace un año vendió su propiedad y se fue a vivir a Lábrea. El dueño nuevo ha construido casa nueva, grande y bastante buena.

Nos recibe bastante gente. Al frente la profesora con sus alumnos en formación, uniformados y limpios. Me dedican un canto de bienvenida que agradezco con unas palabritas. No hubo discursos y por lo tanto no se pudo repetir el caso de aquella maestra nerviosa que, encargada de saludar al obispo, habló así:

— Excelentísimo señor Cansado, ¿ha llegado muy obispo?

Pasados los saludos, le digo a la patrona que no hemos almorzado y le recuerdo la promesa que me hizo la última vez que pasé por aquí. Entonces ella vivía en un lugar cercano. Me dice que sí y que hoy, en seguida, a la hora del almuerzo, la promesa será cumplida. Nos sentamos a la mesa y de plato fuerte me sirven carne de mono. La promesa, efectivamente, estaba cumplida. Le había pedido, y ella lo prometió en aquella ocasión, darme a comer mono.

Por entonces yo todavía no había comido mono; más tarde y en otro lugar tuve ocasión de hacerlo. Por cierto que me tocaron hasta los perdigones con que mataron al bicho. Hoy es la segunda vez que como carne de mono, que aquí es muy apreciada y que, en realidad, es muy buena.

Los dueños del lugar son más o menos solventes, la casa tiene luz eléctrica y nevera; he aprovechado para beber agua fresca y mitigar un poco el calor.

Aquí funciona una de nuestras Comunidades. La dirigente ha hecho, por la noche, una de sus reuniones, para que el obispo la vea. Me ha gustado y así se lo he hecho ver en la charla en la que los he animado a seguir reuniéndose siempre y sobre todo a vivir el mensaje, que Dios, a través de su Palabra, les manda en cada reunión.

La reunión ha terminado sobre las 10 de la noche, pero como se está bien, hay luz y la visita del obispo no es cosa de todos los días, la conversación se alarga bastante. Cuando el sueño ya se había apoderado de muchos peques y comenzaba a hacerlo con los mayores, damos las buenas noches a todos y vamos a nuestro barco a dormir, no sin avisar a todos que, mañana, a las siete de la mañana, estaré listo para atender a todos.

Día 4 de agosto: San Carlos

Efectivamente, sobre las siete, después de una noche tranquila, subo a la casa, doy los buenos días a los que ya se encuentran por allí, tomo una taza de café que la dueña me ofrece y a esperar a que la gente vaya llegando. En seguida comienzan a aparecer.

Unos, los que viven en el mismo lado del río y cerca, a pie; otros, los de la otra orilla o de lejos, en canoas. Vienen en sus trajes domingueros; es desobriga, es fiesta. Las jóvenes, muy peripuestas, pintadas, bien arregladas. A lo mejor, por allí está o aparecerá el novio al que hace días no ven y con el que se han dado cita para hoy en este lugar.

Todos, sin excepción, se acercan a saludar y pedir la bendición. Algunos besan la mano; el anillo no, porque no lo llevo. Antes de comenzar el trabajo en serio, la dueña me avisa que el desayuno (café con leche, mantequilla y galletas) está preparado. Lo tomo y a trabajar con los que ya están por allí.

El trabajo consiste en rellenar los formularios para los Sacramentos que van a ser administrados, y cumplir las formalidades que cada Sacramento exige. Para ello hay que armarse de bastante paciencia. Generalmente es el padre el que se acerca a dar los datos y casi nunca los sabe con certeza y exactitud. Hay que esperar que vaya en busca de la esposa, que ni siempre se acuerda de ellos.

Ya he encontrado esposos que no saben uno el nombre del otro; novias que ignoran el nombre de sus novios y, pásmense, personas que no saben su nombre. Desde pequeños, comenzaron a ser llamados por un apodo y nunca escucharon el verdadero. Ni digamos nada de nombres y apellidos de padrinos de Bautismo y Confirmación o de testigos de Matrimonio. Hay que esperar a que lleguen los interesados y ver lo que se puede sacar en limpio.

El trabajo me gusta mucho y lo aprovecho para un consejo aquí, una suave reprensión allá. Muchas veces personas que no estaban casados o lo estaban únicamente en lo civil, gracias al “oportuna” e “inoportunamente” o al “fuerte” y “suavemente” de san Pablo, resuelven arreglar su situación matrimonial u otras.

En los primeros días o cuando el número de personas presentes anuncia que el trabajo de recopilación de datos no va a ser mucho, se aguanta fácilmente; pero cuando el cansancio aumenta con el correr de los días o el número promete que el trabajo va a ir lejos, santo Job, ayudadme.

Esta parte de la desobriga ha terminado. Van a ser siete Bautismos y 18 Confirmaciones. No hay ningún Matrimonio. Trabajo suave en comparación de otras ocasiones. ¿Razones? La última desobriga fue hace ocho meses nada más.

Eso por una parte y, por otra, la realidad de que nuestro interior rural se está despoblando. Nuestros interioranos, cansados de esa vida infrahumana y atraídos por el espejismo de las ciudades, abandonan sus lugares, se van para Lábrea o Manaos, donde ni siempre encuentran lo que buscan.

A seguir, la Misa, luego los Bautismos y para finalizar las Confirmaciones. Entregados los certificados de los Sacramentos, bendecidas las imágenes, velas, cuadros y agua que para eso han traído, la desobriga ha terminado en San Carlos en este año de 1979.

Eran las 11 de la mañana cuando el servicio terminó. La ceremonia se alarga, porque hay que aprovechar el Evangelio de la Misa, los ritos de los diversos Sacramentos, para evangelizar un poco a este pueblo que pocas oportunidades tiene de oír la Palabra de Dios. No podemos perder la única ocasión que tenemos para transmitir alguna cosa; por eso la ceremonia se alargó bastante.

Son, pues, las 11 de la mañana. Aprovecho el tiempo que resta para hablar con los caucheros de sus problemas, para aconsejar lo que encuentre más conveniente. Atiendo a cualquiera que llega a contarme sus cuitas: la esposa que se queja del marido, los padres que no se entienden con sus hijos, la vecina que está peleada con la otra vecina, etc. A todos les digo alguna palabra que pueda ayudarles en sus dificultades.

A todo esto llega la hora del almuerzo, que en esta parte del Purús suele ser no solo bueno, sino excelente, abundante y compartido por muchos de los que asisten a la desobriga. Ya estamos a manteles y ante la cantidad de comida que se ve y la calidad que se adivina, estoy pensando que va a ser un tanto difícil cumplir la promesa que me hice en Lábrea de regresar con, por lo menos, cinco quilos menos.

Uno de los platos que ya se ve sobre la mesa y que no faltará ni un solo día durante la desobriga es la tortuga. Preparan con una sola tortuga tres, cuatro y hasta más platos diferentes. Es clásico de la región. Cuando un alto personaje o el padre en desobriga llegan a algún lugar, no puede faltar la “tortugada”.

Me sirvo con medida. He tratado de engañarlos diciéndoles que el médico me ha ordenado bajar de peso, lo que aceptan a regañadientes, ya que les gusta que el comensal principal haga aprecio a su comida, comiendo mucho y a gusto.

Unos minutos de conversación después del almuerzo y listos para reiniciar nuestro viaje, rumbo al segundo lugar, que nos queda un tanto distante, pero al que llegaremos a buena hora si no se presentan inconvenientes. Despedidas, agradecimientos por el trato recibido, deseos de felicidad para todos y… a navegar.

Nos acompaña un señor que va al mismo lugar que nosotros. Tiene canoa de motor, pero viniendo con nosotros, ahorrará la gasolina que aquí, lejos de los proveedores, está muy cara. Amarramos su canoa a nuestra embarcación y partimos. Desde la casa, la gente agita la mano con pañuelos en señal de despedida. Les respondemos en la misma forma.

El pasajero, conocido nuestro y conocedor del río, va al timón. Aun así, nada más salir se sube a un banco de arena. Ya lo dije atrás: el río está muy bajo. Posiblemente yo mismo lo he distraído con mi conversación, o tal vez piensa que está andando en su pequeña canoa; lo cierto es que ahí estamos, encallados. Salta al agua, un tirón nada fuerte y otra vez a flote, navegando.

Un poco más adelante, en una virada brusca del timón para evitar otra punta de playa, se rompe la cadena. No hay demora en el arreglo y sin más contratiempos llegamos a nuestro destino de hoy, Novo Brasil, en donde por la noche se repetirá el mismo programa que en San Carlos.

Novo Brasil es lugar conocido por mí de años anteriores, como conocido es el administrador, que tiene una familia, la legítima, en Lábrea, y otra en este lugar que administra.

Noto que está menos atento que en ocasiones anteriores y la razón me la sé muy bien. Fray Cenobio Sierra, el año pasado, habló aquí muy duro de las injusticias de ciertos dueños y administradores con sus pobres trabajadores. Tal vez, se sintió aludido; tal vez sabe que en varias ocasiones he hablado con su patrón que vive en Lábrea, dando quejas contra él o, mejor, contra la manera como trata a sus administrados.

En este lugar funcionó hasta hace poco una Comunidad que ahora está muerta. La profesora de San Carlos era hasta hace poco profesora y dirigente aquí en Novo Brasil. Por desavenencias con el Administrador se fue y, con su salida, la Comunidad murió.

El tema de mi charla nocturna ha sido sobre la Comunidad y la necesidad de recomenzar a reunirse, de intentar que entre ellos alguna persona quiera hacerse cargo de la dirección, que esa persona busque otras que le ayuden compartiendo el trabajo y evitando que la Comunidad muera si falta el único dirigente.

Me han prometido que la Comunidad volverá a funcionar y casi que allí mismo quedó designada la persona, un señor ya mayor, que se hará cargo de ella. Al hablar de la Comunidad y de sus finalidades, he tratado de hacerles ver que no es sólo para rezar, sino también y muy principalmente para tratar de sus problemas de la vida cotidiana y ver la forma de resolverlos entre todos. Les he contado casos de Comunidades que han resuelto así muchos de sus problemas y se han animado.

El Administrador también estaba presente. ¿Qué pensaría? Me tiene sin cuidado lo que pueda pensar, como no sea en sentido de conversión y de mejora de trato a los trabajadores.

Día 5 de agosto: Novo Brasil

Después de otra noche tranquila, sobre las siete de la mañana comencé el trabajo de atender al pueblo; pero antes, una cosa llamó mi atención. Recuerdo que en ocasiones anteriores el administrador, nada más abrir nosotros la puerta del barco por la mañana, él mismo bajaba con un termo y una taza para ofrecernos el primer café del día. Confieso que de esta vez esperaba lo mismo, pero que si quieres. Ciertamente, alguna cosa tiene contra nosotros entre pecho y espalda.

El trabajo se ha reducido a preparar y realizar un matrimonio salado, doce Bautismos y once Confirmaciones. Ciertamente, nuestro Purús se está despoblando. Este lugar era anteriormente de bastantes más ceremonias.

Acabo de escribir matrimonio salado. Aquí y en el lenguaje popular, los matrimonios se dividen en matrimonio con velo y guirnalda y matrimonios salados. En los primeros la novia, presumiblemente, llega señorita al matrimonio; en los segundos, los salados, el zángano y la abeja realizaron ya su vuelo nupcial, que en este caso resulta prenupcial. Es bastante común en la región que el muchacho se robe a la muchacha, o lo que viene a ser lo mismo, que la muchacha se deje robar por el muchacho.

Muchas veces el robo se comete con la firme y verdadera intención de casarse en la primera oportunidad que el misionero llegue. Estos matrimonios generalmente duran, tienen consistencia, porque había intenciones claras de casarse.

Entonces, ¿por qué no esperan? No tengo la respuesta exacta. Se me ocurre que ni siempre es fácil esperar un año, o tal vez más, hasta que el sacerdote llegue. En muchas ocasiones incluso hablan con los respectivos padres antes y se van a vivir juntos.

Los novios salados no pueden hacer fiesta de bodas y esa es, a veces, otra razón para esos matrimonios: personas pobres que no tienen cómo organizar y pagar una fiesta, o aquellos más prácticos que simplemente no quieren gastar, resuelven el problema huyendo unos días antes de la llegada del misionero. A veces el novio ni siquiera convive con la novia, sino que la llevará para su casa, pero él se irá a otro lugar o la entregará a algún pariente hasta la llegada del misionero.

La novia salada por obvia razón no puede usar velo y vestido blancos y, por supuesto, tampoco corona o guirnalda, ni siquiera aquellas que fueron “robadas” pero no convivieron con el novio: huyó, se dejó robar, tiene que cargar con su sambenito.

Más problemáticas son aquellas huidas y uniones resultado de una fiesta, de una borrachera, de una locura de jóvenes y que los padres de la novia quieren resolver obligando al novio a casarse. Estos son los matrimonios que no suelen durar mucho. Por eso hemos resuelto no casar a nadie que se encuentre en esas circunstancias hasta por lo menos un año de convivencia o de acontecido el caso. Si después de ese noviciado insisten en casarse, los casamos.

Terminada la Misa, matrimonio, bautismos y confirmaciones sigue el almuerzo y, a continuación, la marcha hacia el próximo lugar, al que llegamos rápidamente, pues está muy cerca, y sin contratiempos.

Este lugar es nuevo para mí y se llama Praia de Nova Vista. Nos recibe mucha gente con la profesora y sus alumnos al frente. Desde antes de llegar ya hemos visto niños corriendo hacia la escuela para formar el grupo de recepción.

Entre el lugar donde hemos amarrado y la escuela hay una playa bastante extensa. Son las tres de la tarde, el sol quema sin compasión y he visto niños llorando porque la arena quemaba la piel de sus pies descalzos.

La profesora es conocida, pero de otros lugares. Recuerdo haberla casado hace seis u ocho años. Es de las que huyeron el día anterior a la llegada del misionero. A su padre no le gustaba el novio y resolvieron huir a la comunidad anterior a la suya en la desobriga y casarse. Al día siguiente de la boda viajó en nuestro barco hasta su casa para pedir la bendición y el perdón de su padre; madre no tenía. Recibió ambas cosas en mi presencia. Hoy tiene un montón de hijos y vive feliz con su marido.

Hace un par de años a esta profesora y su familia les pasó una cosa bien triste. Estando todos durmiendo una noche de temporal les cayó un gran árbol sobre la casa. Muy curioso o milagro, de los perros, gatos, cerdos y gallinas no quedó animal vivo; la casa se vino al suelo; uno de los hijos resultó con un miembro roto y ella con un fuerte golpe en la cabeza; a los demás nada les pasó.

Por la noche hemos tenido la acostumbrada reunión y charla de catequesis, con exhortación para el buen funcionamiento de la Comunidad que aquí existe, y marcha bien. Después a dormir y a esperar a ver qué nos trae el día de mañana.

Día 6 de agosto: Praia de Nova Vista

Praia de Nova Vista ha dado dos matrimonios, ocho bautismos y veinte confirmaciones. Entre personas sacramentalizadas, padres, padrinos y pueblo asistente daban un buen grupo de gente. Viendo la casa tan vieja y débil, no obstante los refuerzos que para la ocasión le han puesto, propongo celebrar el servicio religioso al aire libre.

Han aceptado y debajo de un mango que continuamente derramaba sobre altar y asistentes la lluvia de sus flores hemos celebrado las ceremonias religiosas. Por cualquier motivo, los críos han comenzado a llorar; les pido a las mamás que hagan algo para calmarlos y allí van apareciendo juguetes, teteros y pechos, algunos de estos tan flácidos que están gritando pobreza, anemia, hambre y necesidades.

Aquí, y por primera vez en mi vida sacerdotal, he aceptado ser padrino. A última hora y cuando la ceremonia de la Confirmación ya había comenzado, se me acerca la profesora diciendo que quería confirmar a su hijo, que el padrino estaba avisado, pero que no había llegado, que si yo quería hacer de padrino.

No me engañó: noté en seguida su picardía, pero aun así acepté. Es muy común pedir al sacerdote ser padrino, muchas veces me lo habían pedido y hasta hoy siempre me había negado.

El servicio y la desobriga han terminado en este lugar. Almorzamos y acompañados de bastante gente abordamos nuestra embarcación que, en esta tarde de fuerte calor, nos llevará al próximo lugar.

El lugar se llama Bom Jesus. Es conocido de otras desobrigas y lo encuentro algo cambiado. Ahora tiene escuela nueva y buena y una pequeña capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, cuya estatua yo mismo les regalé.

Por cierto, que me comprometí a venir a la bendición de la capilla, lo que, no recuerdo ahora por qué, no pude hacer; mandé a otro sacerdote y este no pudo llegar a tiempo por un daño en la embarcación. Fue un gran contratiempo para la gente que en gran cantidad se había reunido en el lugar para la fiesta y para el servicio religioso, aprovechando la presencia del sacerdote.

Aquí, por la noche, el trabajo de todos los días; existe Comunidad funcionando muy bien y me limito a animarlos, seguir siempre así.

Día 7 de agosto. Bom Jesus.

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A la hora de bajar a la embarcación, un joven me pregunta si llevo medicina contra el dolor de muelas. Le digo que no, pero que un buche de aguardiente en la que duele le puede aliviar algún tiempo los dolores.

Todavía antes de reiniciar la marcha me busca para darme las gracias, porque con mi fórmula el dolor ha desaparecido. Le aconsejo que cuando duela, ya sabe, pero que no trague, porque se puede emborrachar.

Ya estamos navegando hacia el próximo lugar llamado Liberdade, desconocido para mí, que no he hecho nunca desobriga en él. Llegamos sin contratiempos de ninguna clase. En el viaje comienza a suceder lo que otros años pasaba desde el principio y que, con extrañeza por parte mía, no estaba aconteciendo: se nos van juntando bastantes embarcaciones.

Son los comerciantes del río, que saben que a la sombra del misionero se reúne mucha gente entre la que pueden hacer sus ventas. Algunos son viejos conocidos y nos acompañarán hasta el final de la desobriga.

Día 8 de agosto. Hiutanahán.

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La lluvia sigue cayendo en medio de brillantes relámpagos y fuertes truenos que la selva multiplica en mil ecos y se escucha algo parecido al trueno, pero que no debe serlo, porque no lo ha precedido el correspondiente relámpago.

Hago notar el hecho y me dicen que no ha sido un trueno. Con el fuerte viento reinante algún o algunos viejos y grandes árboles se han venido al suelo, arrastrando en su caída centenares de otros árboles, causando el estruendo que confundí con un trueno.

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Día 9 de agosto. Cacao

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Odorico pone el barco en marcha y adelante rumbo a Cacao, que así se llama el próximo lugar, desconocido para mí, aunque conozco al administrador, Odilio Ferreira, de otros años y lugares. De dos esposas (viudo y vuelto a casar) tiene 32 hijos. Un día, en Lábrea, donde vive ahora, se presentó en el Colegio de las Misioneras Agustinas Recoletas a matricular 11 hijos de una sola vez.

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Hay escuela, pero creo que a lo que estoy viendo, no se le puede dar el nombre de tal. No tiene mesas, no tiene bancos; no hay pizarra, no hay mapas. No sé cómo este hombre pueda enseñar nada a nadie. Pregunto por el motivo de tal abandono, para reclamar a mi regreso a Lábrea y me dicen que el material para la nueva está listo para iniciar su construcción.

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Día 10 de agosto. Cacao

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Yo diría, sencilla y llanamente, que vivimos en una tragedia en el campo de la salud. En toda la Misión hay un hospital y tres puestos de salud. El gobierno y por motivos más políticos y electorales que humanitarios, ha colocado mini-puestos de salud por los ríos de la región.

Casi siempre están sin medicinas. El P. Piérola encontró la nevera de uno de estos mini-puestos en uno de los afluentes del Purús todavía, después de muchos meses de recibida, en su caja empacada como hubiese recién llegado de Manaos; nadie sabía encenderla, funcionaba con petróleo, y no les habían enseñado cómo se hacía.

Total que esta pobre gente nuestra, cuando se enferma, no le queda más remedio que esperar un milagro o encontrar medicina en un barco que casualmente pase. Estamos a más de 300 kilómetros de Lábrea. Díganme ustedes qué hacer en un caso de enfermedad o accidente grave: esperar la muerte o un milagro.

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Día 11 de agosto. Cachoeira

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Estamos en pleno verano; el río que en el invierno subió doce y más metros, saltando por sobre los barrancos que lo encajonan e inundando extensiones inmensas de selva, está ahora en su más bajo nivel.

A las casas, cuando están construidas del lado del barranco, hay que subir por una serie de escalones labrados en la tierra que, si está seca como ahora, pase; pero si está mojada se pone como el jabón, muy difícil para subir y muy peligrosa para bajar. Hace unos días rodé por uno de esos barrancos y qué poco faltó para dar con mi humanidad en el río.

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Este lugar es notable por la cantidad de mosquitos. Cuando en algún lugar me he quejado, la gente me ha dicho: Prepárese para cuando llegue a Cachoeira. Efectivamente, sobre las seis de la tarde, el asunto se pone sencillamente insoportable. Dan ganas de dejar todo y encerrarse en el barco, debajo del mosquitero, pero si ellos aguantan todos los días, ¿por qué yo no he de aguantar uno?

Desde hacía días vengo notando un olvido imperdonable; las camisas de manga larga que evitan muchas picaduras. Fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten. A aguantar.

Por si me toca subir barrancos con lluvia y barro, me he traído botas de caucho, altas, casi hasta la rodilla. Ellas resolverán el problema en los tobillos, que es donde más molestan, de manera que a partir de mañana, me las pongo. Ande yo caliente y ríase la gente. Así, entre palmada va y palmada viene, espantando carapanás (mosquitos), pasa la reunión y el trabajo de la noche y llega la hora de ir a dormir. Como en mi cama tengo mosquitero, espero pasar una noche tranquila.

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Tan tranquila ha sido la noche que ni he notado unos cuantos mosquitos que, por la mañana, han aparecido dentro del mosquitero, hinchados a reventar de sangre episcopal. ¡Que Dios no quiera que alguno esté infectado de malaria! De aquí a nueve días, tiempo que tarda en manifestarse, lo sabré.

Día 14 de agosto. Seariha

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El dueño y administrador se ha dedicado al comercio por el río, en vista de que la mayor parte de sus trabajadores se han ido a vivir a Lábrea u otras ciudades. Posiblemente sea éste el último año que el lugar figura en lista de desobriga: se quedó sin gente, no está demasiado lejos ni del anterior ni del siguiente y, aunque funcionaba la Comunidad, la dirigente fue a Lábrea y, como pasa siempre, la Comunidad murió.

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Día 15 de agosto. Luzitânia

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En años anteriores, antes de mi llegada a estas tierras, este era el lugar intermedio en la desobriga de esta parte del Purús y, según nos cuentan, el misionero permanecía aquí dos días, uno trabajando y el otro descansando. Sin duda, el trabajo era entonces mayor o la desobriga más larga y el misionero necesitaba de ese descanso.

Los dueños eran entonces alemanes y ahora son descendientes de aquellos; gente muy fina, educada, un tanto indiferentes en religión, pero muy respetuosos con el sacerdote y con las creencias de cada uno.

[…] Óscar puede ser uno de los dueños más ricos del Purús. Entre las mil curiosidades que tiene en su casa, no le falta su máquina de cine; en la propiedad hay luz mucho tiempo. Como en todos los lugares, aquí también estaban esperando las proyecciones que otras veces solíamos hacer. Aprovechando la ausencia de nuestras proyecciones y la presencia de luz y máquina, por la noche, después de la acostumbrada charla, nos pasó unas películas para niños con las que éstos y los mayores gozaron mucho.

Día 16 de agosto. Luzitânia

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Ha llegado un grupo de indios para bautizar, confirmar y casar algunos de sus hijos. Me han puesto en un problema de conciencia. Antes se bautizaba a los indios sin más ni más, sin pensar en casi nada, diría yo. Ahora la mentalidad es diferente y creo que no faltan razones para que lo sea.

Con los indios de hoy me ha sido dificilísimo entenderme y además, por donde trabajan mis misioneros, sé ciertamente que no tienen ninguna instrucción religiosa. Entonces me pongo a pensar qué será lo mejor que podamos y debamos hacer.

En todo caso y como mi “conversión” no ha sido todavía definitiva, los he bautizado y confirmado, acordándome de aquello de Roma: Mientras en su territorio no pueda hacer otra cosa… No olvide que la sacramentalización también tiene su valor…

Estoy seguro de que si los misioneros del CIMI y de la OPAN se enteran de las condiciones en que bauticé a estos indios, lo mínimo que hacen es reírse irónicamente de mí y considerarme el más infeliz, si no de los mortales, sí de los obispos.

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Día 18 de agosto. Boa União

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Hace algunos años se estableció aquí la Comunidad que no está funcionando. Me vienen diciendo desde días atrás que es el dueño el que no quiere saber nada de dicha Comunidad y de sus reuniones.

Como discuten problemas de orden material, social, humano, relaciones entre patrones y empleados, precio de las cosas, el dueño teme las consecuencias y se opone al funcionamiento de la Comunidad.


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