En el año del Sínodo de la Amazonia, queremos recuperar la memoria y testimonio de Florentino Zabalza, agustino recoleto y obispo de la Prelatura de Lábrea (Amazonas, Brasil) desde 1971 hasta 1994, quien dejó escritas unas memorias que se ofrecen ahora por primera vez a todos los públicos.
Nuestras Comunidades dan, es cierto, bastante trabajo, pero son también sus dirigentes unos grandes auxiliares, otro tipo de misioneros, en nuestro trabajo pastoral.
En la Prelatura somos nueve sacerdotes, hay distancias enormes, los ríos son usados como carreteras con transportes escasos, lentos y caros; todo son dificultades para poder atender, siquiera medianamente, a nuestros fieles desparramados en estas inmensidades. Y hay que atenderlos o por lo menos tratar de atenderles; para eso estamos aquí; ellos lo necesitan, lo quieren, lo esperan de nosotros. ¿Qué hacer?
Desde hace algunos años aparecieron en la Iglesia, sobre todo donde no hay sacerdotes suficientes, diversas formas de apostolado: Comunidades Cristianas, Comunidades de Base, Círculos Bíblicos, Grupos de Reflexión y otras más.
Yo que soy el obispo, el responsable primero de la Misión, ni sé decir cuál de esas formas de apostolado tenemos aquí. Lo único que puedo contarles es que desde hace algunos años en más de cien lugares de la Prelatura otros tantos grupos de fieles se reúnen todos los domingos para rezar, cantar, leer el Evangelio, comentarlo y, a la luz del Evangelio, examinar su vida, estudiar sus problemas espirituales y materiales, y tratar de resolverlos.
Los misioneros visitamos una vez por año la mayoría de los lugares; lanzamos la semilla de la Palabra, encendemos la luz de la fe; ¿quién se preocupará de que la luz no se apague y la semilla prospere? Así preguntaba yo al redactar las Líneas de Pastoral al hablar precisamente de los Agentes. Hoy tenemos la respuesta. Las Comunidades con sus dirigentes y a través de sus reuniones están consiguiendo eso.
Al frente de cada Comunidad hay un dirigente, escogido por la propia Comunidad. Él es el encargado de repartir tareas en la reunión; señala quién será el lector, quién entonará los cantos, etc. Muchas veces, todo tendrá que ser hecho por él mismo, pues es el único del grupo que sabe leer y tiene coraje para decir algo en público. Comunidades tenemos en las que nadie sabe leer; la reunión se reduce a rezar, cantar y hablar de las necesidades personales o comunitarias. Eso nos satisface, lo consideramos válido, útil y confortador.
La historia de nuestras Comunidades es simple, pero exigió trabajo y sacrificios. Resueltos, por común acuerdo de todos los misioneros, a implantar este tipo de trabajo, de apostolado, había que concientizar a nuestras gentes, había que fundar las Comunidades y colocarles buenos cimientos, para que pudiesen crecer firmes y seguras.
Pedí un misionero voluntario para este trabajo, y al momento se presentó el agustino recoleto Jesús Moraza, el más joven de los misioneros en aquel momento. Le acomodamos, más o menos, una embarcación, consiguió material grabador, cantos, biblias y otras cosas, y se lanzó al río, al Purús y a algunos de sus afluentes también.
Dos años y medio pasó el padre Moraza en este trabajo. Cuando en su continuo viajar llegaba a alguna de las parroquias, allí se detenía algunos días para reponer sus fuerzas, alternar con los misioneros, comer un poco mejor, y reparar posibles defectos de la embarcación. Luego, otra vez a navegar, a predicar el mensaje. Mensajero se llamaba su barquito.
En esos intermedios nos contaba cómo era de bien recibido por todos en todas partes. Se entusiasmaba y nos entusiasmaba, contando el entusiasmo con que las gentes recibían su mensaje y la idea de la Comunidad, y cómo iba dejando en bastantes lugares Comunidades más o menos organizadas, con sus dirigentes y con estos entrenados en la dirección de las mismas.
Fruto del esfuerzo y trabajo del P. Jesús fueron la mayor parte de las Comunidades que en la actualidad tenemos. Otros misioneros, en nuestros viajes por los ríos, íbamos organizando otras y algunas nacieron de la santa envidia de nuestras gentes. ¿En algún lugar ya existía una Comunidad? Los lugares vecinos no querían ser menos y fundaban u organizaban la suya con la ayuda de aquellas que ya están funcionando.
Ya estaban fundadas y funcionando muchas Comunidades. ¿Estaría ya resuelto el problema de nuestra actuación con nuestro pueblo del interior? De forma ninguna. Había que atender a las Comunidades y a sus dirigentes; de lo contrario, no durarían mucho; se debilitarían y acabarían muriendo.
Algunas veces, en viajes por los ríos, reunimos en determinado lugar a los dirigentes de los cuatro o seis lugares vecinos y con ellos pasamos algún o algunos días, animándolos, enseñándoles la mejor forma de dirigir la Comunidad. Otras, los llevamos a la sede de la parroquia, para encuentros de varios días y, en ocasiones, reunimos aquí en Lábrea a dirigentes de toda la Prelatura para esos encuentros de animación y concientización.
Para estas ocasiones traemos de afuera, si podemos, técnicos en la materia, dirigentes de Comunidades de otras partes de Brasil, para que les transmitan sus conocimientos y, sobre todo, experiencias. Nuestra Iglesia Hermana, la Diócesis de Vitória (Espíritu Santo, Brasil) nos ha ayudado mucho en este particular.
Para esta finalidad contamos en Lábrea con un Centro Comunitario con capacidad para unas 40 o 50 personas. En él reciben la instrucción, comen y duermen, y todo, edificio, viajes, comida durante el tiempo que permanezcan aquí o gasten entre la venida y el regreso, todo es por cuenta de la Prelatura.
En ocasiones, cuando el dirigente es el jefe de la familia, el que trabaja y gana el sustento para la misma, le pagamos hasta un salario diario, para que los suyos no pasen necesidad.
No puedo menos que hacer aquí un pequeño paréntesis y referirme a los comentarios, ni siempre favorables que se hacen aquí, allí y en todas partes, sobre nuestra “manía” de pedir y sobre el destino que damos a las limosnas que nos dan. Está ahí uno de los destinos y finalidad de las limosnas. Si no es pidiendo, no sé cómo podríamos hacer esas y otras tantas cosas, llevar a cabo ese y otros proyectos.
Con una de tantas limosnas pedidas para nuestra pastoral compramos una cincuentena de grabadores que fueron repartidos en otras tantas Comunidades. Desde los Centros, en cintas, les mandamos algún mensaje, los cantos que van aprendiendo. Como los grabadores no alcanzaron para todas las Comunidades, unas se los prestan a las otras, para que la mayor parte posible se beneficie de los mismos.
Desde los Centros parroquiales también, al principio del año y para todo él, les mandamos a los dirigentes una guía con la manera de “celebrar” su reunión semanal. Cada dirigente es libre para ceñirse o apartarse de ella, pero la mayoría se ciñe a nuestro formulario, porque no son capaces de imaginar cosa diferente.
Nuestra preocupación con nuestras gentes no es sólo espiritual; no nos contentamos únicamente con que recen; buscamos, porque creemos que entra dentro de nuestro deber sacerdotal, atenderlos y tratar de resolver también sus problemas de orden material; y eso lo estamos intentando y consiguiendo a través de las Comunidades.
Los hemos convencido para que después de terminar la parte espiritual de su reunión, charlen, conversen, discutan los problemas personales y de Comunidad y traten, entre ellos, de resolverlos.
Así, no han sido pocos los lugares en donde la Comunidad ha conseguido que les coloquen escuela o les manden profesor donde ya tenían local que ellos mismos habían construido. En las ciudades, las Comunidades han conseguido luz, agua y otros beneficios para sus barrios. Han ocurrido casos muy simpáticos en el campo espiritual y social.
En una de las Comunidades, una hija y una sobrina del dirigente no se hablaban hacía tiempo. Un día la dirigente, después de afearles su conducta y hacerles ver el mal ejemplo que estaban dando dentro de la Comunidad, precisamente ellas, su hija y su sobrina, las mandó rezar el Padrenuestro. Cuando llegaron a aquellas palabras de perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido, les mandó parar y les hizo las reconvenciones del caso. ¿Resultado? En aquel momento terminó la enemistad entre las dos.
En otro lugar el dirigente habló en la reunión dominical sobre la situación de una familia del lugar, cuyo padre, muy enfermo, llevaba varios días sin poder trabajar y la familia estaba pasando verdaderas necesidades. Comentó, para todos, aquellas palabras: si tu hermano tiene hambre dale de comer. Resultado: varios hombres se comprometieron, unos un día y otro día otros, a ir a pescar para aquella familia y a trabajar en sus plantaciones para que estas no se perdieran.
Yo estoy seguro de que estas gentes son tan buenas y caritativas que, aun sin la existencia de la Comunidad, no hubiera faltado alguno que sabiendo del caso, ayudara a esa familia necesitada; pero a través de la Comunidad encontraron la obligación y motivación evangélicas y cristianas para obrar así.
El tercero y último caso es en la esfera puramente humana. Un dueño de serrería, aquí en Lábrea, con la gran cantidad de madera que amontonó durante el invierno taponó el paso de las canoas en cierta parte del río y la gente, en vez de llegar hasta sus casas con las canoas y sus cargas, tenían que abandonar aquellas y cargar estas hasta sus casas.
Hablaron con el dueño de la serrería, y nada. Hablaron con la policía, y nada. Un día, más de una docena de hombres armados de motosierras y hachas cortaron en pedazos los troncos que estorbaban, el río los arrastró y el paso quedó libre. Ese mismo día, el dirigente de la Comunidad y dos o tres más fueron llamados por la policía. Sospechando de qué se trataba, fueron todos los que habían estado cortando los troncos y algunos más también, hasta cerca de cuarenta hombres.
Cuando el jefe de la policía dijo que los convocados eran tres y que los demás deberían volver para sus casas, el grupo en pleno dijo saber de qué se trataba y que todos ellos o habían estado trabajando o habían concordado con el hecho; que si algunos iban a ser castigados, deberían serlo todos.
Ante la actitud del grupo, nada pudo hacer la policía, nadie fue ni detenido, ni castigado; el paso quedó libre y el dueño de la serrería se cuidó mucho de volverlo a tapar. Bien. Aquella resolución de defender así sus derechos fue tomada en la Comunidad. Así son y así funcionan nuestras Comunidades.
Aunque aumente el número de misioneros, cosa que no se insinúa ni en horizontes lejanos, nunca aquí, por el sistema de vida de nuestras gentes, los tendremos suficientes, y siempre las Comunidades serán la forma o el camino de poder llegar a todos o a la mayor parte de nuestros encomendados con nuestra acción pastoral. Esperamos que aumenten y se perfeccionen para que, a través de ellas, nuestro trabajo pueda ser más efectivo.
En el número y buen funcionamiento de nuestras Comunidades hemos puesto nuestra mayor esperanza dé positivos resultados espirituales; pídanle al Señor que si esa es su voluntad, dé el incremento a los que nosotros hemos plantado y regado y estamos cuidando, únicamente para que Él sea cada día más conocido, para que pueda ser más y mejor servido en esta Prelatura de Lábrea que me encomendó.
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