En el año del Sínodo de la Amazonia, queremos recuperar la memoria y testimonio de Florentino Zabalza, agustino recoleto y obispo de la Prelatura de Lábrea (Amazonas, Brasil) desde 1971 hasta 1994, quien dejó escritas unas memorias que se ofrecen ahora por primera vez a todos los públicos.
El diccionario portugués que tengo a mano, al hablar de la mandioca, trae unas palabras hasta difíciles de escribir y más de leer: euforbiáceas, dicotiledóneas y otras por el estilo, con las que quiere indicar la clase de planta a la que ésta pertenece.
Yo no he querido detenerme en ese pormenor; ni siquiera he querido gastar tiempo averiguando el lugar de su origen, aunque, a juzgar por la leyenda que les voy a transcribir, es de origen americano.
La leyenda a que me refiero la leí hace tiempo en un libro que ya no está en mi poder. No la puedo repetir al pie de la letra (entonces no es trascripción) y me voy a limitar a contarla tal y como la recuerdo.
Hace ya muchísimos años vivía en una tribu salvaje una india notable por su belleza y bondad. Era la más linda y buena de la tribu. Cuando estuvo para casarse, le buscaron para esposo al más apuesto entre los indios, al más diestro en la caza y pesca, al más valiente en la guerra. Pero ante la admiración de todos, la joven india declaró que sus deseos eran no casarse y permanecer virgen.
Pensando que el escogido por los jefes para ser su esposo no llenase los deseos de su corazón, la dejaron en libertad para casarse con quien quisiese. Pero la india continuó negándose y, cansados de insistir, la dejaron en paz.
Transcurridos algunos meses la joven apareció embarazada, lo que causó un gran escándalo en la tribu. Obligada por los jefes a explicarse, la india declaro que había concebido de forma diferente a las demás mujeres algo que, después de algún tiempo, sería la salvación de su patria y de su raza.
Pasó el tiempo necesario y la joven india dio a luz un niño, que creció adornado de las mejores cualidades físicas y morales.
Pasaron los años y grandes calamidades, guerras, derrotas y epidemias cayeron sobre aquella tribu. Los jefes y ancianos aconsejaron la muerte de aquel joven venido al mundo en tan raras circunstancias, a quien atribuían los males que les asolaban.
Todos concordaron y mandaron comparecer al hijo de la virgen para comunicarle la sentencia de muerte, que él recibió sin inmutarse. Una vez muerto entre los más terribles dolores, entregaron su cuerpo a la madre para que lo enterrase.
Al cabo de algunos meses, vieron crecer sobre la sepultura del joven una planta hasta entonces desconocida por ellos y que llamó poderosamente la atención de los jefes que, llamando a la madre, le preguntaron:
— ¿Qué semilla has enterrado en la tumba de tu hijo?
— Ninguna, respondió ella. La tumba no encierra nada diferente a los restos de mi hijo, pero esperad y encontraréis la respuesta a vuestra pregunta y la explicación a vuestra sorpresa.
Cuando la planta hubo alcanzado su completo desarrollo, abrieron la tumba y en lugar del cadáver encontraron unos tubérculos blancos como la nieve: era la mandioca.
La madre virgen, dirigiéndose a los hombres de su tribu, les dijo:
— Si en el porvenir padecéis hambre, vosotros seréis los culpables, ya que esta planta puede multiplicarse sin mayor trabajo y ella os dará un alimento sano y sustancioso que os dará fuerza para la lucha contra los enemigos.
Así, más o menos, es la leyenda. Recuerdo todavía que el autor de aquel libro encontraba semejanzas entre esta leyenda de la mandioca y nuestra religión. ¿Verdad que sí las hay? Una madre virgen (María), un hijo maravilloso (Jesús) que muere sin quejarse en medio de terribles dolores y que se convierte en alimento, Eucaristía, para luchar y vencer a los enemigos.
La planta puede alcanzar hasta dos metros y medio de altura. Su tronco, que a cierta altura se divide en varias ramas, puede tener tres, cuatro y hasta cinco centímetros de diámetro. Partido en pedazos de a palmo, si se entierran, da origen a una nueva planta.
El fruto, la parte comestible, es la raíz, los tubérculos, del tamaño de una remolacha mediana, más alargados y siempre más gruesos junto al tronco. Cada planta da un número de cuatro, seis o más raíces o tubérculos. Seis meses, para la especie más común y un año o algo más para otras especies, es el tiempo desde la plantación hasta la recogida.
Se cultiva en las playas de los ríos y también en las tierras altas, en aquellas que no se inundan en el invierno: se planta en la orilla de los ríos por el mes de septiembre y se cosecha en enero o febrero. En tierra alta se puede plantar en cualquier mes del verano, que aquí dura seis meses.
Para ello se hace un pequeño hoyo de menos de un palmo de profundidad, en él se coloca un palmo de tronco de mandioca y ya está plantada. Después de algunos meses, será necesario arrancar la hierba nacida alrededor; y hasta la hora de recoger los tubérculos no hay que hacer nada más.
A la cultivada en las playas de los ríos la dejan en tierra todo el tiempo que la crecida del río permite. Conforme el agua sube y llega a la plantación, se va arrancando. Años hay en los que la crecida del río es tan rápida que he visto gente arrancando mandioca con agua hasta la rodilla; y sé de muchos que han perdido parte de la cosecha porque no tuvieron tiempo de arrancarla.
No la riegan, ni tienen muchas posibilidades de hacerlo. Si el verano se alarga por muchos días sin caer una gota de agua, la mandioca no engorda y aquel puede ser un año de necesidad y hasta de hambre.
Una vez arrancada, la colocan dentro del agua en canoas medio inundadas o en otros recipientes hechos para eso durante dos o tres días, para que fermente y se ablande; después, fácilmente, con la mano se abre su gruesa cáscara y con un pequeño apretón hacen salir la masa interna; esta masa se prensa para sacarle todo el agua y humedad posible y después, en un grande recipiente de hierro sobre el fuego, la tuestan hasta que queda al gusto de cada uno.
Una vez tostada, la masa de la mandioca queda como quedaría, por ejemplo, un puñado de maíz machacado con una piedra o un martillo: unos pedazos mayores que otros y parte también en polvo fino. En este estado recibe el nombre de farinha (harina), aunque en nada se parezca ni en blancura ni en suavidad a la harina de nuestro trigo.
Las faenas de la farinhada, aunque diferentes de las de nuestra siega y trilla, me recuerdan mucho a estas de mis tiempos de niño, que no a las de ahora.
Imaginen el grupo de personas arrancando mandioca en una playa, con un sol canicular: algo se parece a aquellas cuadrillas de segadores a mano, de nuestro trigo en sazón. Faltan aquí los cantos, las jotas, que me las quiero imaginar himnos de acción de gracias a Dios por el trigo-pan que nos daba, como era acción de gracias aquel padrenuestro que usted, padre, mandaba rezar y entonaba, cuando había la suerte de encontrar entre el seco trigal aquella Cruz hecha con los ramos del Domingo de Ramos que usted había colocado en los campos verdes del trigo que crecía. Aquí no cantan; no sé si rezan.
Las canoas que van vacías y vuelven llenas de la playa me traen a la memoria a nuestro viejo Monato, para los que no lo saben el burro que teníamos en casa, y a tantos otros Monatos acarreando de a cuatro fajos de mies preciosa.
Y ante la fermentada, reventada, prensada, tostada y guardada en latas mandioca, cómo no acordarme de la mies extendida, vuelta, trillada, recogida, aventada (San Quirico, mándanos un airico de la parva) y guardada en el granero en los sacos llenos de granos de oro.
Después de este paréntesis de añoranza, volvamos a nuestro tema, la mandioca. Una vez tostada, está lista para ser consumida. La guardan en bidones, en latas, en cajones bien cerrados, para que la humedad y los bichos no la dañen. Serán muy pocas las familias de Brasil en general y de esta región en particular en cuyas mesas falte, a la hora de las comidas, la farinha.
La sirven en una vasija especial los que la tienen, y los que no en una lata de algún producto que ya consumieron, colocada en el centro de la mesa. Se la sirve cada uno con la cuchara, aunque ya haya sido usada, sin ninguna preocupación por la higiene. Se come mezclada con los otros alimentos, haciendo con ella y ellos una masa fina o gruesa, al gusto de cada consumidor.
Cuando van para el trabajo, en un talego de tela o de papel o en una lata llevan la farinha junto con el pescado o la carne que puedan tener; y a la hora de la comida, lo mezclan sencillamente con la mano.
Ya he visto pescadores o viajantes de canoa por los ríos que únicamente llevan farinha por todo alimento. De vez en cuando, cogen con la mano un puñado, introducen el puño un poco flojo en el agua para remojarla, y así se la comen.
La mandioca se come también frita o cocida; a mi me gusta mucho de estas dos formas y muy poco en forma de farinha; únicamente cuando no hay otra cosa, la como así. Con ella hacen también sabrosas tortas, buñuelos, empanadas, fritos, etc.
En Colombia donde, como queda dicho, la llaman yuca, nunca la comí ni la vi comer en forma de farinha, como aquí.
Del mismo modo que en nuestra tierra hay pan blanco, negro, casero, de panadería, y cada quien tiene sus preferencias sobre uno u otro, así también aquí hay farinha blanca, de agua, seca y otras formas que, según su gusto, cada uno hace para su consumo o venta. Como no son notorias las diferencias entre una u otra clase de pan, lo mismo sucede con las diversas clases de farinhas.
La forma de beneficiar la mandioca y de hacer la farinha que quedó descrita atrás es la forma manual, popular, de los pobres; hay, naturalmente, maneras modernas, maquinarias eléctricas que hacen el proceso más rápido y en mayores cantidades. Aquí, en Lábrea, montaron el año pasado una de esas fábricas que hasta me atrevo a decir que no dio los resultados que se esperaban, por falta de organización de la empresa, y por otros motivos.
Ya les he dicho en alguna parte las condiciones en que se pone nuestra carretera en el invierno. Animados por la propaganda que los dueños de la fábrica hicieron, muchos agricultores plantaron grandes cantidades de mandioca pero, a la hora de arrancarla, no hubo modo de transportarla hasta la fábrica. Muchos tuvieron enormes perjuicios porque no fueron capaces de procesar a mano tanta mandioca.
La mandioca es muy rica en alcohol. El gobierno nacional, en esta crisis de gasolina en que estamos, hizo a través de los bancos grandes préstamos para incentivar el cultivo de la mandioca para obtener alcohol. Se plantó mucha, se arrancó mucha y a la hora de la verdad nadie respondió por su compra, con el consiguiente perjuicio para los plantadores. Aquí, en este otro mundo que es el Amazonas, las cosas ocurren así con mucha frecuencia.
Queridos padres. Esta carta está llegando a su fin. ¿Se imaginan cómo sería en casa una comida sin pan? Algo parecido es aquí una comida sin farinha. Podrá haber mucho de las otras cosas, pero si falta el pan, si falta la farinha…
Alguien que quisiese reflejar una situación de miseria o pobreza diría ahí, en España: no hay ni pan para comer. Aquí en la región reflejaría esa misma situación, diciendo: no tienen ni farinha para comer. Intercedan para que nunca nos falte ese pan nuestro de cada día.
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